Editorial

El olvido de Dios engendra violencia

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EDITORIAL VIDA NUEVA | A pesar de tantos buenos deseos, de tantas personas implicadas en su consecución, la paz sigue siendo un bien escaso. Más de 380 conflictos armados o 69 crisis humanitarias proclamadas –y no siempre atendidas– radiografiaron en 2012 las coordenadas del dolor en nuestro planeta.

Como es tradicional en los primeros días de enero, el Papa volvió a ocuparse de esa realidad el pasado lunes 7, en el discurso que leyó ante el Cuerpo Diplomático acreditado en la Santa Sede. Se trata de un texto siempre muy esperado, que en todas las cancillerías –a pesar de saberse que el Vaticano no cuenta con ninguna división acorazada– es analizado con detalle, y entre algunos medios de comunicación, con extrema puntillosidad.

En el discurso de este año no se encuentran grandes novedades (sí aparecen con más claridad en el también reciente mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, algunos de cuyos puntos se retoman en este), de esas que prenden rápidamente en titulares. Porque, desgraciadamente, nos estamos acostumbrando a que la violencia sea una situación crónica y ya ni siquiera las apelaciones de Benedicto XVI a que se depongan las armas en Siria, “desgarrada por incesantes masacres”, llaman la atención.

Pero, precisamente por esa falta de atención, también de la comunidad internacional, no deja nunca en esos discursos el Papa de referirse a esas heridas abiertas.

En esta ocasión, lo hizo “empezando por esta Región privilegiada en el designio de Dios que es Oriente Medio”, pero no se olvidó de esos países en África ahora en ebullición, como Nigeria, Malí, la República Democrática del Congo o la República Centroafricana, ni de alusiones a América Latina, Asia y Europa.

En su discurso ante el Cuerpo Diplomático,
Benedicto XVI adviertió también
de la ignorancia sobre el verdadero rostro de Dios,
causa del fanatismo de matriz religiosa .

Las situaciones que se viven en todos estos lugares podrían llevar a pensar, como advierte Joseph Ratzinger, “que la verdad, la justicia y la paz son una utopía que se excluyen mutuamente”. Por ello, con las palabras de Juan XXIII en la Pacem in terris, Benedicto XVI exhorta a los gobernantes del mundo a “ser sobre la tierra los promotores del orden y de la paz entre los hombres. Pero no lo olvidéis: es Dios (…) el gran artesano del orden y la paz sobre la tierra”.

De ahí que, en otro momento de su discurso, se lea que “es precisamente este olvido de Dios (…) lo que engendra la violencia”. “En efecto –se pregunta el Papa–, ¿cómo se puede llevar a cabo un diálogo auténtico cuando ya no hay una referencia a una verdad objetiva y trascendente? ¿Cómo se puede impedir el que la violencia, explícita u oculta, no se convierta en la norma última de las relaciones humanas? (…) Sin una apertura a la trascendencia, el hombre cae presa del relativismo”.

Al mismo tiempo, el Papa advierte que a ese riesgo hay que añadirle el de “la ignorancia” del verdadero rostro de Dios, “que es la causa del fanatismo pernicioso de matriz religiosa”.

En cualquier caso, Ratzinger recordó en su discurso algo que interpela a todos los países, y también a quienes se implican en la consecución de la paz: que esa labor pasa siempre por la protección de cada ser humano y de sus derechos fundamentales, en primer lugar, el respeto de la vida humana, en todas sus fases.

En el nº 2.831 de Vida Nueva. Del 12 al 18 de enero de 2013.

 

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