Editorial

Ser esperanza para los otros

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EDITORIAL VIDA NUEVA | “Ola de desesperanza”. Así se palpa en tantas realidades eclesiales que arriman el hombro para luchar contra los efectos de esta crisis, el sentimiento de quienes llegan, en goteo imparable, hasta sus puertas, como ha quedado reflejado en Vida Nueva en un reportaje reciente sobre las personas que se ven obligadas a vivir al raso.

Los tiempos que vivimos, efectivamente, no invitan al optimismo. Su impacto en la ciudadanía lo recogen los datos que nos ofrecen periódicamente las encuestas de los organismos públicos o los sondeos que publican los medios de comunicación. Pero se perciben a pie de calle, donde quiera que uno va.

La crisis, el paro, la hipoteca, la precariedad, la pérdida de fe en las instituciones y en quienes deberían ser los primeros en dar ejemplo y en velar por todos, pero por los más desvalidos en primer lugar… está en todas las conversaciones.

Por esta razón, hemos querido ofrecer en este número, en nuestro A Fondo, y en este tiempo de Adviento, un pequeño rayo de luz desde la esperanza fiable que nos otorga nuestra fe en Jesucristo, la misma que nos permite afrontar a diario las fatigas del camino, sabedores de que nos lleva a una meta que nos ha sido anunciada.

“Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; solo así es realmente esperanza también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza?”, dice Benedicto XVI en la encíclica Spe salvi.

Parte de estas respuestas están contenidas en este número, en un reportaje en el que hemos pedido a personas significativas que compartan su esperanza, claves contra el desarbolamiento en estos tiempos de inclemencia, razones que vuelvan a armar la confianza, tantas veces depositada en lo accesorio, en lo inmediato.

Se trata de seguir a la escucha
de lo que Dios quiere de nosotros,
ahora y siempre.
Por esos frutos se nos reconoce
en medio de esta tempestad.

No se trata de ofrecer palabras huecas, discursos vacíos o sortilegios contra el desencanto, sino de reorientar el itinerario para fijarlo en la ruta del Evangelio, sabedores de que en él se encuentra el horizonte que da sentido y motivos para seguir la marcha también en medio de la niebla.

Afortunadamente, incluso entre tanta desazón, encontramos a diario a tantos hombres y mujeres que siguen esas indicaciones y que, viviéndolas en esta gran familia que es la Iglesia, son capaces de transmitir la esperanza que brota de la suya. Sin aspavientos ni imposiciones; simplemente con un estilo de vida que les hace testigos creíbles, modelos a seguir, aun desde la sencillez y la humildad, para ir puliendo con pequeños gestos, hoy casi contraculturales, las asperezas de la realidad.

No se necesitan banderas ni proclamas. Se trata de seguir a la escucha de lo que Dios quiere de nosotros, ahora y siempre. Y ya vamos viendo que por esos frutos se nos reconoce en medio de esta tempestad, con el incremento de los voluntarios, las aportaciones económicas a Cáritas, el apoyo real a parados, enfermos sin prestaciones, familias que se van a pique… Por ahí despunta la esperanza, cuando lo somos para los otros.

En el nº 2.828 de Vida Nueva.

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