Editorial

Tierra Santa también es de los cristianos

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Hablar de la fragilidad de la convivencia en Tierra Santa, desgraciadamente, no es ninguna novedad. La situación que vive esa región es convulsa desde hace décadas, con la creación del Estado de Israel. La sangre de guerras, atentados y operaciones de castigo –muchas veces de víctimas inocentes– ha regado ya en demasiadas ocasiones los lugares sagrados venerados por judíos, musulmanes y cristianos.

El 29 de noviembre, en el seno de la ONU, se dio un paso que debiera sentar las bases para una futura convivencia pacífica. Ese día, la mayoría de la comunidad internacional votó favorablemente una resolución por la cual Palestina se ha convertido en Estado observador no miembro de la ONU.

Fue una buena noticia para el pueblo palestino, pero causa de profunda irritación para Israel –que ya toma represalias– y de disgusto para algunos de sus aliados más poderosos, como los Estados Unidos.

Sin embargo, ese hecho histórico no va a servir para solucionar como por ensalmo los graves problemas de convivencia que existen en toda la región, uno de los focos más calientes del planeta, si no viene acompañado, por ambas partes, de un compromiso efectivo de seguir construyendo la paz y fundamentando la estabilidad en la justicia, la promoción y tutela de los derechos humanos y el respeto a las legítimas aspiraciones de ambas partes.

Se trata de seguir velando
por los derechos de las minorías,
en este caso, la cristiana,
a la que se quiere convertir en
extranjera en su propio hogar.

La Santa Sede, que ha mostrado su satisfacción por esta resolución de la ONU, viene siguiendo desde hace tiempo de manera muy directa los pasos que ahora han llevado a Palestina a ser un Estado observador. Es conocida la postura vaticana a favor de la coexistencia de dos Estados, lo que le ha costado críticas y recelos.

Pero también es conocido su deseo de un estatuto especial internacionalmente garantizado para la ciudad de Jerusalén, con el propósito, fundamentalmente, de preservar la libertad de religión y de conciencia, la identidad y el carácter de Jerusalén como ciudad santa, y el respeto y el acceso a los Santos Lugares situados en ella, como se ha recordado estos días desde el Vaticano.

Un reconocimiento que se hace ya urgente cuando, como se recoge en el A Fondo de este número, la descristianización es un proceso ya en marcha en Tierra Santa, “una verdadera hemorragia humana”, como reconoce en esas páginas el patriarca latino de Jerusalén. Ahora ya no se debe al hostigamiento de los elementos islamistas más fanatizados; ahora, los cristianos sufren los ataques de los colonos judíos ultraortodoxos, que en su política expansionista propiciada por gobiernos que se han ido radicalizando con la entrada en el Parlamento de los partidos religiosos, cree que los legítimos moradores de esas tierras han de ser solo ellos.

Un dato sociológico refleja el peligro que se cierne sobre esta convivencia mil veces fracturada y la necesidad de ese estatuto: el 46% de los judíos de Israel desconoce que Jerusalén es también una ciudad santa para los cristianos.

No es tarea fácil. Hay demasiados intereses geopolíticos en juego. Pero se trata de seguir velando por los derechos de las minorías, en este caso, la cristiana, a la que se quiere convertir en extranjera en su propio hogar.

En el nº 2.827 de Vida Nueva. Del 8 al 14 de diciembre de 2012

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