Doctrina y vida

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Uno no puede ser especialista en todas las materias, pero sí puede tener la prudencia para no dogmatizar en aquello que no pasa de ser un simple aficionado…”.

Es san Agustín quien dice, más o menos, que sin una buena preparación doctrinal la vida resulta inútil y, por otro lado, que con mucha doctrina y sin un comportamiento honesto y adecuado, el hombre se vuelve fatuo y presumido. No sé si será oportuno traer aquí también a colación lo que decía el viejo profesor a sus alumnos: cuando aquí hubo sabios, también hubo santos; y cuando se despreció la sabiduría, la tierra quedó en barbecho.

En la exhortación postsinodal Pastores dabo vobis, sobre la formación de los candidatos al sacerdocio, se insiste en la unidad entre lo humano, lo espiritual, lo intelectual y lo pastoral.

A la persona no se la puede cuartear, sobre todo, en educación, pues el resultado sería un monstruo desproporcionado, que puede saber mucho de una cosa y ser un perfecto ignorante respecto a lecciones fundamentales, como pueden ser las de tener a Dios en la cima de toda importancia, y valorada por el respeto y ayuda a los demás.

Suele insistirse, la verdad es que sin mucho éxito, acerca de la necesidad de invertir en formación. Y no es que falten medios que estén al alcance de todos los bolsillos, y no me refiero simplemente a lo económico, sino a la igualdad de oportunidades. Magníficas bibliotecas con las puertas abiertas, pero con pocos lectores. Cursos y más cursos sobre esto y sobre lo otro, con escasos participantes. Abundantes páginas en Internet, pero no son precisamente las educativas las que registran el mayor número de visitantes.

Lo de la formación es un problema bastante grave, sobre todo si esa carencia afecta a aquellos que tienen responsabilidades en la opinión pública, a los dirigentes sociales, a los profesionales de la comunicación. A los maestros y predicadores.

Es cierto que uno no puede ser especialista en todas las materias, pero sí puede tener la prudencia suficiente para no arriesgarse a dogmatizar en aquello que, en el mejor de los casos, no pasa de ser un simple aficionado. Lean sino ustedes muchas de las opiniones vertidas sobre el bosón de Higgs, la famosa ‘partícula de Dios’, los Vatileaks del Vaticano, el IBI y la Iglesia, la laicidad y las relaciones diplomáticas con los Estados…

Decía Benedicto XVI: “Se ha discutido mucho sobre qué clase de estrella fue la que guió a los Magos. Se piensa en una conjunción de planetas, en una supernova, es decir, una de esas estrellas muy débiles al principio pero que debido a una explosión interna produce durante un tiempo un inmenso resplandor; en un cometa, y así sucesivamente. Que los científicos sigan discutiéndolo. La gran estrella, la verdadera supernova que nos guía, es el mismo Cristo. Él es, por decirlo así, la explosión del amor de Dios, que hace brillar en el mundo el enorme resplandor de su corazón” (Mensaje para la Epifanía, 6-1-2011).

En el nº 2.827 de Vida Nueva.

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