Peajes para el cristiano

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“El relativismo ha creado una especie de anonimato generalizado, con una clara devaluación de algo tan importante como es la lealtad a los propios convencimientos…”.

En esta autopista que es la vida pública, de una u otra manera, todos los viandantes tienen que pagar algún peaje. Al cristiano ya le señaló Jesucristo la cuantía que había de abonar si quería caminar a su lado: os llevarán ante las autoridades para que deis testimonio de vuestra identidad, seréis odiados y hasta llevados a la cárcel, perseguidos y errantes de un lado para otro. Pero no os preocupéis, que el Señor ha pagado, con más que generosa suficiencia, el canon de vuestra debilidad. No tengáis miedo, pues la fortaleza del Espíritu os acompañará.

Lo de la persecución por ser cristiano parece como un capítulo terminado de la historia antigua con leones y coliseos. Sin embargo, todos los días nos encontramos con noticias de este acosamiento anunciado por Cristo. Las formas de ser perseguido y no dejar vivir al cristiano con su propia fe y práctica religiosa son muy variadas. Desde el encarcelamiento hasta el martirio, desde el requisamiento de los bienes a la expulsión de la patria donde se naciera.

Existe también una persecución que podríamos denominar de guante blanco. Consiste en la continua ridiculización de cuanto pueda oler a cristiano y, más en particular, a lo católico. Se hace mofa de los misterios más sagrados y queridos para nosotros. Hasta se quiere limitar la libertad de las personas en su legítimo derecho de asociarse con aquellos que considere oportuno, sin que por ello se les excluya de la participación en la vida pública.

Cuando Cristo anuncia a los suyos que lo pasarán mal por ser discípulos del Maestro, no es una advertencia para que estén en disposición de una resignación negativa, sino de asumir la obligación de dar testimonio ante los hombres de aquello en lo que creen y quieren vivir en una conducta leal y coherente.

No se trata de arrogancia, ni de creerse superior, ni mucho menos de ser un sujeto particularmente iluminado. Es el peaje de la fidelidad al Evangelio, con todas las consecuencias. Así que nada de respetos humanos, de jugar al disimulo, de que no aparezca lo que soy, de refugiarse en la buhardilla del anonimato o de evitar la práctica religiosa pública para que no me señalen.

El relativismo ha creado una especie de anonimato generalizado, con una clara devaluación de algo tan importante como es la lealtad a los propios convencimientos, la coherencia entre el pensar y el hacer y, en nuestro caso, la incontrastable relación entre el mensaje de Jesús que se ha recibido y aceptado y la conducta moral consecuente.

Decía Benedicto XVI: “Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Para nosotros esto es confortante en el compromiso de educar en la fe, porque sabemos que no estamos solos y que nuestro testimonio está sostenido por el Espíritu Santo” (Fiesta del Bautismo. Homilía, 8-1-2012).

En el nº 2.826 de Vida Nueva.

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