Adviento 2012. Un signo digno de toda confianza

cuadro Madre de la Vida, autora Hna Francis Robles, Monaterio de la Conversión OSA

El Emmanuel nos descubre que es posible superar las dificultades del presente

cuadro Madre de la Vida, autora Hna Francis Robles, Monaterio de la Conversión OSA

HNA. CAROLINA BLÁZQUEZ CASADO, Monasterio de la Conversión, OSA | En medio de la crispación social en la que nos encontramos, en el corazón de esta crisis de sentido a la que nos ha sometido la crisis económica –o mejor, al contrario, pues la terrible crisis de sentido explica, en gran parte, la crisis económica– y desnudos, por tanto, de muchas seguridades humanas que nos adormecían, nos apoltronaban y acomodaban, soy testigo desde mi condición de mujer consagrada y contemplativa del resurgir tímido, callado y bello de lo genuino del ser humano.

Su insaciable deseo de plenitud que ahora, al ser puesto a prueba, se transforma, de pura conquista personal, en humilde gesto de confianza y abandono ante el único que puede cumplir lo que parece imposible para los hombres.

En el despliegue de nuestra existencia y en el paso de nuestros días, hasta el agotador límite de lo posible, los hombres luchamos, denodadamente, una y otra vez, por salvar nuestra vidas; es decir, por responder a este constante deseo de más, por saciar esta sed de felicidad, realización, acabamiento y “completud” que, en realidad, es el resorte interno por el que nos movemos y continuamos nuestros afanes, día tras día.

Pero, si somos realmente sinceros, al final de muchas jornadas, cuando todo se calla, en el silencio donde este anhelo habla, nos descubrimos, después de todas las conquistas y siempre ante las muchas derrotas, frente al muro de nuestros propios imposibles.

Esta situación crítica de
fuerte crispación y nerviosismo que sufrimos
es una oportunidad para replantearnos
el sentido último sobre el cual apoyamos
la verdad de nuestro ser y hacer.

Es ahí, paradójicamente, en esa debilidad humana, donde se revela nuestra máxima grandeza si aceptamos entrar en la dinámica de la confianza y el abandono; es entonces también cuando la revelación cristiana se presenta ante nosotros, de un modo escandaloso, como el cumplimiento de la única promesa que realmente se nos ha hecho y, aún más, la única promesa que, realmente, interesa resolver en esta vida.

El desafío de la confianza

Constantemente, a lo largo de los tiempos y en cada historia personal, pero quizás con mayor tensión en nuestras circunstancias actuales, cada hombre y mujer debe enfrentarse con una situación semejante a la que vivió el rey Ajaz en el siglo VIII a.C. al contemplar la vida cercada, desnuda de todo arropo, ante el derrumbe de aquellas seguridades sobre las que se han ido levantado los proyectos existenciales.

La seguridad vital, que exige ser confiada a un objeto de eternidad y permanencia, tantas veces ingenua y absolutamente depositada en las cosas y personas de este mundo, caduco y fugaz, cae y se desmorona sin peso ni consistencia alguna y el corazón tiembla de miedo, como “las hojas de los árboles zarandeadas por el viento”.

Esta situación crítica de fuerte crispación y nerviosismo que sufrimos es una oportunidad para replantearnos el sentido último sobre el cual apoyamos la verdad de nuestro ser y hacer. Estamos ante el momento crucial donde el hombre es capaz de crear algo nuevo, de retomar o reorientar la existencia más allá de sí misma.

Como Ajaz, en este Adviento de la historia, somos llamados, obligados casi por la gravedad de las circunstancias, a elegir de nuevo un sostén y un apoyo sólido a partir del cual asentar la vida, confiarla y abandonarla.

La invitación persistente y radical a la confianza en Dios en la profecía de Isaías no es una mera recomendación piadosa. Es la interpelación a aceptar la única salida posible que tiene el rey para poder seguir viviendo, para ser salvado de la destrucción. “Si no creéis, no subsistiréis”.

La confianza en Dios que Isaías propone
es el escándalo de esperar contra toda esperanza
que lo que nos acaece no tiene la última palabra
y que hay alguien más que nosotros
para afrontarlo a nuestro lado.

Ahora bien, no se trata de un consuelo fácil o cómodo, más bien al contrario, es una invitación arriesgada, aparentemente temeraria, ilusa y loca.

El anuncio de Isaías es fortísimo y rotundo: sin Dios no hay salida para el hombre; al margen de Dios, el sostén de la existencia cae; apoyados exclusivamente en nuestras fuerzas o en las realidades de este mundo, que mueren y otras tantas veces nos fallan, que no se sostienen en sí mismas, la existencia hace brecha más tarde o más temprano y el muro de nuestras seguridades se derrumba, estamos a la intemperie.

La confianza en Dios que Isaías propone es el escándalo de esperar contra toda esperanza que lo que nos acaece no tiene la última palabra y que, en el transcurso de nuestros días, hay algo más que los hechos brutos o, mejor, hay alguien más que nosotros para afrontarlos a nuestro lado.

Alguien que puede realmente salvar, alguien que permanece fiel cuando todo va mal, alguien que sostiene la vida y, en el límite de lo imposible, permanece y no falla y no traiciona jamás; y nos dice: No temas, yo estoy contigo.

Adviento 2012. Un signo digno de toda confianza, íntegro en PDF solo para suscriptores

En el nº 2.826 de Vida Nueva.

 

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