Editorial

La Iglesia y los jóvenes

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Acaba de celebrarse en Valencia el Congreso Nacional de Pastoral Juvenil, una de las acciones marcadas en el Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española para dar continuidad a la gran fiesta e impulso que supuso la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid.

Un congreso que se articuló en torno a grandes intervenciones de dos obispos y un cardenal –Osoro, Munilla y Rylko–, talleres y algunas actividades por las calles de la capital del Turia. Un congreso que ahondó en cuestiones teóricas importantes –la formación del joven como evangelizador, el análisis más sociológico de la juventud actual, y la importancia del primer anuncio, de la proclamación del kerigma– pero que obvió ofrecer propuestas concretas de cómo acercarse a la juventud, hoy casi una generación perdida, quizá en previsión de hacerlas en el grupo de trabajo que se ha anunciado para recoger los ecos del congreso.

Está bien la reflexión, el compartir visiones, experiencias e ideas, pero se corre el riesgo de que los procesos se alarguen demasiado y –en la concatenación de jornadas, congresos, grupos de trabajo y documentos– no se ofrezcan propuestas sobre cómo ofrecer todo lo bueno que tenemos los cristianos a los jóvenes de hoy, cómo comunicarlo y suscitarles interés.

Por eso es importante poner encima de la mesa nuevos modos de pastoral juvenil, no viejos adaptados, sino nuevos, porque los jóvenes de hoy también son nuevos, con sus problemas, sueños e inquietudes. Es ahí, en la vida misma, donde hay que hablarles. Y si son los jóvenes cristianos los que se acerquen a ellos, en el día a día, pues mejor.

Es importante poner encima de la mesa
nuevos modos de pastoral juvenil,
no viejos adaptados, sino nuevos,
porque los jóvenes de hoy también son nuevos,
con sus problemas, sueños e inquietudes.

Hoy, la comunidad cristiana al completo debe hacer esfuerzos por comprender a la juventud actual. Primero, a la poca que se acerca a la Iglesia y que mantiene viva la llama de la fe que le transmitieron sus padres o que recibió en la catequesis. Luego, a través de ellos, acercarse y empatizar con los jóvenes que nunca se han acercado a la fe o, que habiéndola recibido, se han alejado.

Más que de convencer, se trata de acompañar, de proponer, de querer… Y para eso hay que abandonar muchos de los prejuicios que sobre los jóvenes mantenemos. Casi todo, en ellos, tiene una explicación y un porqué, que si logramos comprender, mucho trabajo tendremos hecho. Si comprendiéramos, no juzgaríamos. Eso buscan nuestros jóvenes: comprensión y no prejuicios.

Es un reto que se le presenta continuamente a la Iglesia el de los jóvenes y que aborda con mayor o menor acierto, como se hizo en el congreso de Valencia. Allí hubo aspectos, a modo de balance, positivos y otros que no lo fueron tanto. Fue bueno el ambiente, la convivencia, las celebraciones y algunas iniciativas, así como la presencia en las redes sociales… No tan bueno fue el escaso diálogo, algunas visiones muy parciales, así como la poca presencia juvenil y femenina en el programa.

Esperemos que, a partir de ahora, los que tengan que hacerlo, sepan potenciar lo bueno y modificar lo menos bueno, porque la Iglesia, los cristianos, tenemos el deber de que todos tengan la oportunidad de conocer le propuesta esperanzadora de Jesús. Sobre todo, los jóvenes, que son el mejor sinónimo de futuro.

En el nº 2.823 de Vida Nueva. Del 10 al 16 de noviembre de 2012

 

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