Tribuna

Analfabetismo simbólico y espiritual

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Francesc Torralba, filósofoFRANCESC TORRALBA | Filósofo

“Las primeras masas de estudiantes que no han sido catequizadas llegan a la universidad…”.

Las primeras masas de estudiantes que no han sido catequizadas llegan a la universidad. Algunos de ellos, tampoco han recibido ningún tipo de educación ni de formación religiosa, por lo que ignoran absolutamente ese mundo, su lenguaje, sus formas, sus relatos, sus rituales y contenidos. A pesar de ello, abundan los prejuicios y los tópicos, las visiones estereotipadas de lo religioso que se han forjado a través de los medios de comunicación audiovisual, su principal fuente de información.

No sienten aversión hacia el hecho religioso; la gran mayoría son indiferentes, están en otra onda, como dicen ellos. Me encuentro en el aula con estudiantes que desconocen la parábola del hijo pródigo, el contenido de las bienaventuranzas, pero también una oración como el Padrenuestro o el Avemaría. El eclipse de los valores religiosos es un hecho manifiesto, aunque varía según entornos y áreas de la geografía de nuestro país.

Todo ello da qué pensar, es sintomático. Quizás estos estudiantes son la expresión del final de un mundo o, quizás, la resultante de un olvido de grandes dimensiones. No lo sabemos, pero lo que constatamos es su incapacidad para interpretar correctamente lo que hemos sido, el trasfondo espiritual que ha nutrido nuestra cultura, el alma que sostiene el arte occidental.

La nueva evangelización debe ser una ocasión para repensar los mecanismos de transmisión y revisar por qué han fallado estrepitosamente durante el último medio siglo. También debe ser un momento oportuno para reflexionar sobre el lenguaje idóneo con el que transmitir el Evangelio en un mundo saturado de imágenes y de banalidad, ajeno al silencio y al valor de la seriedad.

El humanismo es una cuestión de educación,
pues transmite a la juventud
los valores más profundos de la humanidad
bajo la forma más pura y en el lenguaje más sencillo.

Mis colegas agnósticos y ateos de facultades de Humanidades reivindican el conocimiento de lo religioso como condición fundamental para interpretar las obras artísticas, literarias, poéticas y filosóficas de la historia de la cultura occidental. No les falta razón.

La ignorancia que sufren nuestros alumnos es tan colosal, tan oceánica, que no pueden interpretar un cuadro de Giotto, pero tampoco una página del Zaratustra de Friedrich Nietzsche, porque les falta el conocimiento del humus espiritual que sostiene estas obras.

Han sido alfabetizados tecnológicamente y, de hecho, manejan los artefactos técnicos con más habilidad y rapidez que sus padres y sus maestros, pero sufren dos formas de analfabetismo que les inhabilita para alcanzar la madurez intelectual propia de un universitario: el analfabetismo simbólico y espiritual.

No comprenden el valor simbólico de ciertos relatos, porque desconocen las claves de interpretación; pero, además, les falta lenguaje, verbal y no verbal, para poder exteriorizar sus vivencias de tipo emocional y espiritual, su búsqueda de sentido y de plenitud. Muchos de ellos ni siquiera saben orar y tienen verdaderas limitaciones a la hora de expresar lo que sienten en su vida íntima.

Frente a ello, resulta esencial recuperar, en todos los niveles de la educación primaria y secundaria, el espíritu del humanismo. Estoy convencido que el humanismo es una cuestión de educación, pues transmite a la juventud los valores más profundos de la humanidad bajo la forma más pura y en el lenguaje más sencillo.

En esta línea se sitúa el filósofo existencialista Karl Jaspers cuando afirmaba hace más de medio siglo: “Todos los niños de Occidente deberían estar familiarizados no solo con la Biblia, sino con la historia de la antigüedad, con las traducciones de las obras antiguas y con el arte de esa época única”.

Y concluía el médico y filósofo de Basilea: “El humanismo no es el fin último. No hace otra cosa que crear el espacio espiritual donde todos pueden y deben luchar por su independencia”.

Frente al cientismo y a la ‘tecnolotría’, se impone la necesidad de reivindicar el humanismo occidental fiel a sus dos fuentes originarias: Jerusalén y Atenas.

En el nº 2.823 de Vida Nueva.