Jesuiten Etxea: no es acoger, sino ser familia

Jesuiten Etxea casa jesuitas Durango acogen a inmigrantes

Los jesuitas de Durango (Vizcaya) abren su residencia para convivir con inmigrantes

Jesuiten Etxea casa jesuitas Durango acogen a inmigrantes

VICENTE L. GARCÍA | Hablar de la comunidad jesuítica es difícil por lo extensa y diversa que resulta. Son miles los miembros de la Compañía de Jesús que caminan “al paso” de san Ignacio de Loyola. [Jesuiten Etxea: no es acoger, sino ser familia – Extracto]

Quizás la faceta culta y académica, junto con la misionera, sea la más conocida, pero jamás ha quedado relegada a un segundo plano la dimensión caritativa. Por eso, los brazos de san Ignacio, hoy más que nunca, siguen acogiendo a enfermos, pobres y desheredados de la Tierra. Prueba de ello son los múltiples proyectos que desde casas y centros de la Compañía se llevan a cabo. Entre ellos, uno ciertamente innovador, el Jesuiten Etxea (Casa de los Jesuitas), en Durango (Vizcaya).

Desde 2007, esta comunidad de 10 jesuitas acoge en su casa a grupos máximos de seis inmigrantes a los que se les abre la puerta para convivir con ellos.

Ángel Ortiz de Urbina, superior de la comunidad, matiza: “Jesuiten Etxea no es un albergue, ni un asilo, ni una residencia. Quiere ser una familia que se acerque, aunque imperfectamente, a la familia que han dejado en Senegal, Nigeria, Mali, el Rif, Costa de Marfil o Ghana”. Por el proyecto han pasado ya 32 inmigrantes: sus rostros permanecen en un cuadro en la entrada de la casa, cada uno con su nombre y el número que indica el orden de llegada. Se les acoge y ofrece techo, comida y, lo más importante, cariño. Solo se les pide un compromiso: “Formarse para independizarse”.Jesuiten Etxea casa jesuitas Durango acogen a inmigrantes

Como explica Ángel, la acogida, que es el primer paso, “la hacemos con criterios. Tenemos un protocolo que pasa por Servicios Sociales. Se les empadrona y acompaña para que obtengan la tarjeta sanitaria. Se les entrega la llave de la casa, tienen su habitación y participan como uno más en la comida y a la hora de acceder a los televisores u ordenadores”. Todo está regulado, pues, nada más llegar a la casa, firman un “Acuerdo de convivencia” entre las dos partes.

Formación para emanciparse

En una segunda etapa, se aborda ya el tema de la formación: “Se realiza un trabajo en red con las instituciones privadas y públicas de Durango. Reciben clases de lengua, matemáticas y, en algunos casos, de euskera. Asisten al centro de educación para adultos por las tardes y todos van a los talleres que ofrece la asociación SARTU, dedicada a la inclusión social, en Markina, Berriz o en la Fundación Peñascal. Los cursos son de carpintería, mecanizado, soldadura, albañilería…”.

Las nuevas leyes han endurecido los requisitos para acceder a la Renta Básica y con ello se dificulta el proceso de inserción de estas personas. “Hasta ahora, vivían en la comunidad entre 10 meses y un año. Se les ayuda a que soliciten las ayudas de inserción y, a los 12 meses de estar empadronados, solían recibir la Renta Básica. Eso ya no es tan sencillo ahora”, se lamenta el superior.

Cuando esto sí sucede, deben dejar la comunidad para que su lugar sea ocupado por otro inmigrante en situación precaria. A los que se van, se les ayuda a encontrar un piso digno y económico, que deberán compartir con otro compañero.Jesuiten Etxea casa jesuitas Durango acogen a inmigrantes

No obstante, como asegura Ángel, los lazos con Jesuiten Etxea no se rompen: “Seguimos manteniendo un contacto estrecho con ellos. Les seguimos ayudando económicamente para los desplazamientos diarios a los distintos centros de formación y para otras necesidades”.

En el salón de la casa nos esperan cuatro de los cinco inmigrantes acogidos ahora. Están viendo una película, pero encantados se trasladan a otra sala para contarnos algo de su vida. Álex es el más joven. Tiene 27 años y es natural de Ghana, donde aún permanecen sus cuatro hermanos. Al llegar a la sala, se arranca a ritmo de djembé, el tambor africano, para regocijo de sus compañeros.

Álex “se coló” en España aprovechando la JMJ de Madrid. Con otros jóvenes, pasó por Astorga y Ponferrada, en León, hasta recalar en Durango, en la casa de los jesuitas. Su deseo sería trabajar y conseguir dinero para ayudar a su familia y un día poder regresar a su país, donde había terminado los estudios previos a la universidad (pensaba hacer la carrera de Ciencias Políticas). Ahora, y con la ayuda de los religiosos, está aprendiendo castellano y se forma en la rama de la electricidad en el centro de educación para adultos.

Jean es de Senegal. Al morir su padre, la situación familiar se complicó económicamente y un amigo de la familia le ofreció pagarle el pasaje de avión para venir a España. Así lo hizo, dejando allí a su esposa, a quien no ve desde hace más de un año y con quien sueña reunirse en España. Un amigo de Durango le animó a apuntarse al programa de acogida de los jesuitas. Jean se hace eco de lo que es el sentir de todos sus compañeros respecto al ambiente en esta casa: “Lo mejor es este calor humano, donde todos nos apoyamos”.

De Senegal vino también Mathurin. Lleva en España dos años, pero vino a la casa hace escasamente dos semanas. En su país trabajaba de mecánico y, al llegar aquí, descubrió la importancia de conocer el idioma para conseguir trabajo. Por eso participa en el programa de formación que le ofrecen los jesuitas con la escuela de adultos y en las clases particulares que voluntarios jubilados les dan en la casa.Jesuiten Etxea casa jesuitas Durango acogen a inmigrantes

Mathurin reconoce no haber sufrido nunca gestos de racismo, aunque sí de explotación: “De cuando estuve en Almería trabajando en el campo, todavía el jefe me debe dinero”.

Esperanza en tiempo de espera

Todos ellos mantienen viva la esperanza en un futuro mejor y en reunirse con su mujer, sus hijos, sus amigos. Mientras, tienen aquí una familia.

Osayomore es el último en incorporarse a ella, aun cuando su recorrido, tras dejar su país, Nigeria, se remonta a hace cinco años. Allí regentaba una ferretería, pero la inseguridad que vivía le llevó a tomar rumbo a Libia, Italia y, al fin, España. A lo largo de su difícil periplo, ha llegado incluso a tener que pedir por las calles. Hoy, afortunadamente, su situación reúne las necesidades básicas: “Yo ahora comer bien, duchar bien, andar bien”.

Como todos destacan, valoran y agradecen, la vida comunitaria se expresa desde la configuración del comedor, todos en torno a una única mesa, hasta en el reparto de las tareas de la casa, que incumben al conjunto de los residentes. Además, en esta especial familia se conversa, y mucho, de todos los temas.

Como no podía ser menos, también hablan de política, invitando los religiosos a sus nuevos hermanos a expresar sus demandas, como las que critican las trabas que últimamente están poniendo las autoridades a la integración de los inmigrantes.Jesuiten Etxea casa jesuitas Durango acogen a inmigrantes

Aquí es Jean quien se alza como portavoz de sus compañeros y, en perfecto castellano, defiende: “Cuando vas a un país es para trabajar también por ese país, respetar su cultura y sus leyes. Que cuenten con nosotros también para construir este país”. Por ahora, sus hermanos jesuitas cuentan con ellos para formar una familia.

Un hogar abierto

Juanjo López, uno de los jesuitas miembros de esta comunidad, recuerda cómo la iniciativa empezó de forma muy simple, partiendo de la realidad por la que la gran mayoría de los hogares religiosos cuentan cada vez con menos efectivos: “Se comentó la posibilidad de hacer un experimento de acogida, dado que la casa contaba con muchas habitaciones vacías. Lo hablamos con el provincial, quien nos dio todo su apoyo. Fue entonces cuando se decidió acondicionar la casa y constituir como tal la asociación Jesuiten Etxea, para dar cobertura legal al proyecto. Posteriormente, accedimos a subvenciones y ayudas, tanto del Ayuntamiento de Durango como de la Fundación Tapia”.

Juanjo siente que han recibido mucho a cambio de su acogida: “Nos aportan su carácter alegre, una tónica de todos los africanos”. Entre las cosas a corregir, reconoce con sorna, “la puntualidad no es un concepto que tengan muy asumido”. Y el idioma, que a veces genera problemas de comunicación.

Pero lo que no es nunca un inconveniente es la diversidad cultural. Hoy todos son católicos, pero, a lo largo de los cinco años que lleva en marcha el proyecto, han pasado por la casa personas que profesaban el islam. Algo que no ha supuesto ningún problema para conciliar tanto comidas como hábitos relacionados con sus prácticas religiosas.

En el nº 2.821 de Vida Nueva.

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