‘La isla de los olvidados’: infancias polares

película La isla olvidados

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J. L. CELADA | Hace algo más de un año, el horror se disfrazó de policía y sembró de cadáveres el islote noruego de Utoya. El trágico suceso pasaría a encabezar la crónica negra del país escandinavo, de cuyos episodios más siniestros poco o nada sabíamos hasta entonces, aunque siempre hayan existido. Tal es el caso, por ejemplo, de las incontables y dolorosas historias encerradas durante cinco largas décadas tras los muros del correccional de Bastoy, en el fiordo de Oslo.

Casi un siglo después, Marius Holst ha decidido viajar a La isla de los olvidados para mostrarnos las denigrantes condiciones de vida a las que eran sometidos decenas de chavales problemáticos en esa especie de presidio juvenil. Y lo ha hecho sin contemplaciones, a bocajarro, con la carga de violencia –física y psicológica– que entrañaba la supervivencia en aquel infierno helado. También contagiado por la frialdad de un paisaje que daña la vista.

El realizador noruego sitúa los hechos hacia 1915, cuando la llegada de dos nuevos internos despierta entre sus compañeros pensamientos (los sentimientos no son el fuerte de esta cinta) sofocados a diario por los duros trabajos y una férrea disciplina. La idea de fugarse o de promover una revuelta que acabe con el régimen de malos tratos, abusos y chantajes se abre como una ventana a la esperanza (y a la libertad).película La isla olvidados

Ambas posibilidades constituyen, asimismo, una vía de escape para la narración, víctima de ese tono y ambiente carcelarios que se alimentan de arquetipos sobradamente conocidos: directores corruptos, vigilantes crueles e indeseables, reclusos indefensos, obedientes o alborotadores (todos ellos, rebeldes con causa)… Escasas novedades, por tanto, las que nos ofrece este cuarto largometraje de Holst en su nómina de personajes.

Sin embargo, ¿al calor? de su bella fotografía y de unas notables interpretaciones, La isla de los olvidados cumple satisfactoriamente con su cometido: recordarnos el verdadero drama que escondía aquella presunta “forja de cristianos humildes y honrados para la sociedad”, y denunciarlo con la fuerza de unas imágenes que no precisan de jugosos diálogos en su descripción del lado más oscuro del ser humano. No los necesitan, porque hay miradas que hablan por sí solas.

Como en la sugerente metáfora que –voz en off sobre un mar revuelto– salpica aquí y allá las dos horas de metraje, nuestros protagonistas lucen las cicatrices de antiguas peleas, pero, lo mismo que esas ballenas moribundas varadas en cualquier playa, aún se revuelven contra el enésimo arponazo.

¡Ojalá que esta película, sin grandes pretensiones ni mayores atractivos, haga también diana en la conciencia de cuantos –con argumentos políticos, educativos o religiosos– osan añadir más frío a tantas infancias polares! Quizás Utoya y Bastoy compartan mucho más que una patria.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: Kongen av Bastoy.

DIRECCIÓN: Marius Holst.

GUIÓN: Dennis Magnusson.

FOTOGRAFÍA: John Andreas Andersen.

MÚSICA: Johan Söderqvist.

PRODUCCIÓN: Karin Julsrud, Ewa Puszczynska, Antonine de Clemont, Mathilde Dedye, Johannes Ahlund.

INTÉRPRETES: Stellan Skarsgard, Kristoffer Joner, Benjamín Helstad, Trond Nilssen, Morten Lovstad, Daniel Berg, Gineson Broderud.

En el nº 2.821 de Vida Nueva.

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