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ENTRE PALABRAS: ‘Las hermanas’, de Stefan Zweig


Las hermanas, Stefan Zweig, Acantilado

Las hermanas. “Conte Drolatique”

Autor: Stefan Zweig

Editorial: Acantilado, 2011

Ciudad: Barcelona

Páginas: 64

ÁLVARO MENÉNDEZ BARTOLOMÉ | Una primera lectura de este breve relato podría ofrecer la siguiente conclusión: triunfa la virtud, finalmente. Y es cierto.

Detenerse ahí, con todo, implicaría abundar de modo innecesario en lo ramplonamente moralizante. Ciertamente se trata de una reflexión moral donde la virtud acaba imponiéndose, pero aquí el subtítulo drolatique (humorístico) despierta en el lector la lección de la paradoja, una paradoja ofrecida a partir de la imagen de la duplicidad: dos gemelas –las protagonistas– y el abundante juego de pares que surge a partir de aquí (la opinión y el conocimiento cierto, como la dóxa y la episteme platónicas; la virtud y el vicio mudándose entre sí; el despliegue de los sentidos, la sensualidad y el modo en el que la búsqueda del placer por el placer se desparrama, por un lado, y la continencia acompañada de honestidad, por el otro).

Con filosofía sólida, pero sin ser un desarrollo recargadamente erudito, Zweig nos hace ver que ni lo blanco ni lo negro son inteligibles sin los matices del gris. A menudo el pretendidamente virtuoso, por el propio regodeo y autocomplacencia, es igual ejemplo de imperfección e incontinencia o, sencillamente, es virtuoso por orgullo y por envidia. Lo que bien comenzó puede acabar mal si no hay el suficiente aviso.

Stefan Zweig, escritorDos hermanas, con nombres simbólicos adrede, protagonizan la historia. Sophia será la razón, la virtud, el comedimiento; Helena representará la pasión y el desenfreno, que no únicamente a lo loco y sin cabeza, sino un desenfreno a menudo con brida, cautelosamente pensado, un prurito de lujos medido con agenda, con estrategia, con encuadre matemático. Esto se verá, especialmente, en la trama y en la trampa que Helena diseña, cuidadosamente, al final del relato.

Espejismos

A partir de la imposible distinción entre una y otra, tanto que su propia madre es incapaz de distinguirlas, se van anticipando escarceos de espejismos, especulaciones (recordemos que speculum significa ‘espejo’) y componendas. Y no solo físicamente son idénticas, que eso no es de tanta maravilla, sino espiritual y comportamentalmente. Se puede recordar el momento en el que Helena, para distraer a su hermana, se hace tan la desinteresada que Sophia, como sin saberlo, se mimetiza interiorizando el estado de su gemela. La exposición es soberbia: “Y representó el papel de la indiferencia con tanta maestría que hizo que Sophia se despreocupara por completo”.

El desafío y el desconcierto que las protagonistas experimentan en su particular duelo se trasladan fácilmente al lector. ¿Y en qué consiste el duelo? Sin entrar demasiado a ‘contar de qué va’ el relato, las gemelas han escogido caminos bien diversos: Sophia es una abnegada religiosa, enclaustrada por la virtud de la fe, que solo quiere conocer del mundo aquella esquina en la que se le ofrecen pobres, enfermos y menesterosos, ulcerosos y decrépitos, a quienes consagra sus cuidados y caridad. Helena es la dueña del castillo y de la mansión repleta de lujos y pomposidad donde cientos de hombres desean ir a solazarse, entre viandas y deleites carnales, libidinosos, fogosos.

A partir del presente contraste se inicia la partida, el duelo de revancha, el juego inteligente. Nada es burdo en la contienda, que más bien parece una táctica de ajedrecista profesional, un medir los movimientos hasta llevar al otro al impasse mejor trabado. En el camino de fuerzas contrapuestas pero iguales todo es trampa, y la trampa es sorpresa. Es como en la vida misma, cuando el examen de conciencia descubre las tretas incluso en las buenas intenciones del bien, que a menudo son escotillas por las que se cuela el ego.

Realidad quebradiza

Impulsadas por la misma fuerza que a una encumbra al puesto de la más pura virgen de la ciudad y a otra al primer lugar entre las más lujosas y espléndidas de las hetairas, se vieron en igual ímpetu –igual en intensidad y dirección, pero en sentidos opuestos– creando en los contornos el estallido de una formidable confusión. Siendo las mejores en lo suyo, el final se precipitaba al empate por el presente de su éxito, también gemelo.

Todo ello recuerda a veces al genial Tirso de Molina y el magnífico artefacto dramático de El condenado por desconfiado, donde aparece expuesto, de otro modo, el concepto de lo inestable y de la tentación asociado a la realidad quebradiza de la condición humana. Por hacer un brindis a la reflexión, la apuesta de Zweig es bien certera: el camino de la virtud no es de seguridades ególatras, sino más bien, y sobre todo, de confianza y magnanimidad, de grandeza de espíritu, en fin.

En el nº 2.821 de Vida Nueva.

Actualizado
25/10/2012 | 17:00
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