Un Año de la fe en la estela del Vaticano II

procesión de obispos en la ceremonia de apertura del Año de la fe

En la inauguración, el Papa recordó la “necesidad” de su convocatoria

procesión de obispos en la ceremonia de apertura del Año de la fe

ANTONIO PELAYO. ROMA | La intuición de Benedicto XVI de aunar el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II con la Asamblea sinodal sobre la Nueva Evangelización quedó plasmada urbi et orbi el 11 de octubre con la impactante ceremonia que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro.

La presidió el Papa y concelebraron los cardenales, los patriarcas y arzobispos mayores de las Iglesias orientales católicas, los obispos que son padres sinodales, los presidentes de todas las conferencias episcopales y algunos obispos que participaron en el Concilio.

En lugares muy destacados se encontraban Su Santidad Bartolomé I, Patriarca Ecuménico de Constantinopla, y el arzobispo de Canterbury y Primado de la Comunión Anglicana, Su Gracia Rowan Williams. Asimismo, asistían los representantes del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (que no había sido invitado a la misa de apertura del Sínodo).

Todos entraron en la Plaza por el Portone di Bronzo, evocando lo que en su día hicieron los padres conciliares, y fue entronizado un Evangeliario copia del que se utilizó en las cuatro sesiones del Concilio, “signos – dijo el Papa– que no son simples recordatorios, sino que nos ofrecen también la perspectiva de ir más allá de la conmemoración. Nos invitan a entrar más profundamente en el movimiento espiritual que ha caracterizado el Vaticano II para hacerlo nuestro y realizarlo en su verdadero sentido. Y este sentido ha sido y sigue siendo la fe en Cristo, la fe apostólica, animada por un impulso interior de comunicar a Cristo a todos y cada uno de los hombres durante la peregrinación de la Iglesia por los caminos de la historia”.

papa Benedicto XVI con Bartolomé I patriarca ecuménico de Constantinopla en el Año de la fe

Abrazo del Papa y el patriarca ecuménico Bartolomé I

Estas frases pertenecen a la homilía del Santo Padre. “El Concilio Vaticano II –siguió– no ha querido incluir el tema de la fe en un documento específico. Y, sin embargo, estuvo completamente animado por la conciencia y el deseo, por así decirlo, de adentrarse nuevamente en el misterio cristiano para proponerlo de nuevo eficazmente al hombre contemporáneo (…). Así se comprende lo que yo mismo tuve entonces ocasión de experimentar: durante el Concilio había una emocionante tensión con relación a la tarea común de hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo sin sacrificarla a las exigencias del presente ni encadenarla al pasado: en la fe resuena el presente eterno de Dios que trasciende el tiempo y que, sin embargo, solamente puede ser acogido por nosotros en el hoy irrepetible”.

Volver a la letra

“Para que este impulso interior a la nueva evangelización –añadió– no se quede solamente en un ideal ni caiga en la confusión, es necesario que ella se apoye en una base concreta y precisa, que son los documentos del Concilio Vaticano II, en los cuales ha encontrado su expresión. Por eso he insistido repetidamente en la necesidad de regresar, por así decirlo, a la ‘letra’ del Concilio, es decir, a sus textos, para encontrar también en ellos su auténtico espíritu, y he repetido que la verdadera herencia del Vaticano II se encuentra en ellos. La referencia a los documentos evita caer en los extremos de las nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante y permite acoger la novedad en la continuidad”.

“Si hoy la Iglesia –afirmó poco antes de concluir– propone un nuevo Año de la fe y la nueva evangelización no es para conmemorar una efeméride, sino porque hay necesidad, todavía más que hace 50 años. (…) Si ya en tiempo del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. Se ha difundido el vacío. Pero precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres”.

Después de la comunión eucarística tomó la palabra Bartolomé I, que recordó haber participado en algunas sesiones especiales del Concilio, “un período prometedor, rico de esperanzas, tanto dentro como fuera de vuestra Iglesia (…). Hemos contemplado la renovación del espíritu y el ‘retorno a los orígenes’ a través del estudio bíblico, la investigación litúrgica y la doctrina patrística. Hemos apreciado el esfuerzo gradual para liberarse de la rígida limitación académica a la apertura del diálogo ecuménico que condujo a la recíproca abrogación de las excomuniones del año 1054, el intercambio de saludos, la restitución de las reliquias, el inicio de importantes diálogos y las visitas recíprocas en nuestras sedes respectivas”.

papa Benedicto XVI con Rowan Williams arzobispo de Canterbury en el Año de la fe

Saludo al arzobispo de Canterbury, Rowan Williams

Como momento conclusivo, Benedicto XVI hizo entrega de los mensajes que el 8 de diciembre de 1965 Pablo VI dio a representantes del pueblo de Dios y de la humanidad: los gobernantes (recogido por el decano de los embajadores acreditados ante la Santa Sede, el hondureño Alejandro Valladares), los hombres de la ciencia y el pensamiento, los artistas, las mujeres (una de ellas, nuestra colega mexicana Valentina Alazraki), los trabajadores, los pobres, enfermos y todos los que sufren, y jóvenes de diversos continentes.

Forjar el futuro

Esa misma mañana salía un número especial de L’Osservatore Romano que evoca, con colaboraciones muy diversas, lo que significaron aquellos años para la Iglesia y el mundo. Lo abre un artículo del que era entonces un joven teólogo traído a Roma por el arzobispo de Colonia, cardenal Frings: Joseph Ratzinger.

No es un mero texto recordatorio, aunque contenga manifestaciones de los que fueron sus sentimientos en aquellas jornadas inaugurales: “Aleteaba en el aire –escribe el actual Pontífice– un sentido de expectativa general: el cristianismo que había construido y plasmado el mundo occidental parecía perder cada vez más su fuerza creativa. Se le veía cansado y daba la impresión de que el futuro era decidido por otros poderes espirituales. El sentido de esta pérdida del presente por parte del cristianismo y de la tarea que ello comportaba se compendiaba bien en la palabra aggiornamento (actualización). El cristianismo debe estar en el presente para poder forjar el futuro”. papa Benedicto XVI durante la ceremonia de apertura del Año de la fe

Hay muchas cosas interesantes en este escrito papal. Tal vez el juicio parcialmente crítico que hace sobre la Gaudium et Spes sorprenda a quien no haya leído al Ratzinger teólogo, pero ahora es el Papa quien lo ratifica: “Detrás de la vaga expresión ‘mundo de hoy’ está la cuestión de la relación con la Edad Moderna. Para clarificarla era necesario definir con mayor precisión lo que era esencial y constitutivo de la era moderna. El ‘Esquema XIII’ no lo consiguió. Aunque esta Constitución pastoral afirma muchas cosas importantes para comprender el ‘mundo’ y hace contribuciones notables a la cuestión de la ética cristiana, en este punto no logró ofrecer una aclaración sustancial”.

Procesión de antorchas

La jornada concluyó con una iniciativa de la Acción Católica italiana en colaboración con la Diócesis de Roma que quería recordar la procesión de antorchas que iluminó la Plaza de San Pedro la tarde de la inauguración del Vaticano II y que hizo asomarse a la ventana a Juan XXIII para improvisar su famoso discurso (“Se diría que incluso la luna se ha dado prisa para contemplar este espectáculo…”). Cincuenta años después, miles de personas llegaron en procesión también con antorchas encendidas desde el Castel Sant’Angelo a la plaza mayor de la cristiandad.

Desde la misma ventana que el beato Roncalli, Benedicto XVI también dirigió unas palabras a la multitud, recordando que él asistió a aquel magnífico “espectáculo” y pudo escuchar sus “inolvidables palabras, llenas de poesía, de bondad, palabras salidas del corazón”.

En su breve discurso, Benedicto XVI admitió que también hoy la Iglesia podía sentirse feliz como lo era en la inauguración del Concilio, pero –reconoció– “tal vez nuestra alegría es más sobria”, porque “también en el campo del Señor hay siempre cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro se encuentran también algunos peces malos. Hemos visto que la fragilidad humana está también presente en la Iglesia, que la nave de la Iglesia está navegando también con viento contrario, con tempestades que amenazan la nave”.

Acabó su alocución así: “Finalmente, me atrevo a hacer mías las inolvidables palabras del Papa Juan: id a casa, dad un beso a vuestros hijos y decidles que es el del Papa”. No me queda más remedio que reconocer que esta no fue la mejor iniciativa de una jornada tan histórica.

En el nº 2.820 de Vida Nueva.

ESPECIAL EL AÑO DE LA FE

ESPECIAL 50 AÑOS DEL CONCILIO VATICANO II

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