Karamanov

Francisco Juan Martínez Rojas, delegado de Patrimonio Cultural de JaénFRANCISCO JUAN MARTÍNEZ ROJAS | Deán de la Catedral de Jaén y delegado diocesano de Patrimonio Cultural

“El 7 de enero de 1965, en Moscú, escuchó como un sonido de trompeta y tuvo una visión en la que Cristo se le aparecía y le pedía que compusiera para él…”.

El regalo que un buen amigo me ha hecho de un disco con dos sinfonías del compositor ucraniano Alemdar Karamanov (1934-2007) me ha descubierto una música hasta entonces desconocida, tanto o más que su autor.

Hijo de padre turco, un oficial de la Wehrmacht descubrió el talento musical de Alemdar, quien al terminar la II Guerra Mundial marchó a Moscú a ampliar sus estudios musicales, asombrando al mismo Shostakovich, cuya décima sinfonía Karamanov era capaz de interpretar al piano de memoria.

Colaborador forzoso del régimen soviético componiendo bandas sonoras para películas destinadas a difundir la ideología comunista, Karamanov tuvo un encuentro que cambió su vida. Encuentro parangonable a la experiencia que tuvo Claudel entrando en la catedral de Notre Dame de París, o la de García Morente escuchando La infancia de Cristo de Berlioz.

El 7 de enero de 1965, en Moscú, escuchó como un sonido de trompeta y tuvo una visión en la que Cristo se le aparecía y le pedía que compusiera para él. Él mismo confiesa: “Es como si hubiera vuelto a casa. Desde ese momento, el cristianismo, mi música y yo mismo somos una cosa”.

Desde entonces, solo compuso música religiosa y ese giro lo pagó con el ostracismo oficial. Como en otros casos, el encuentro con la gracia empujó a Karamanov a hacer resonar la fe a través de la música en el erial espiritual del comunismo, y demuestra que el hecho cristiano puede expresarse en lo contemporáneo.

En el nº 2.820 de Vida Nueva.

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