Editorial

La cuestión catalana: urgen espacios de encuentro

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gente paseando al lado de la Sagrada Familia en Barcelona

EDITORIAL VIDA NUEVA | El otoño ha entrado con preocupaciones nuevas. Reverdecen los problemas cuando abundan los flecos. Vuelve la “cuestión catalana”. Era previsible. Aumenta la fanfarria, asoma el trapo, señuelo en el ruedo ibérico. El “asunto catalán”, no resuelto en el pasado, vuelve al escenario. Y lo hace con claves parecidas a otros períodos históricos, pero también con nuevos aspectos derivados de soluciones parciales.

Sobre la mesa se está echando mucha bilis, mucha diatriba, a veces carente de fundamento, más guiada por imaginarios colectivos donde abundan los tópicos que por sensatos diálogos. Despertar viejos fantasmas no es bueno para el “reñidero español”, aficionado a la traca y el mandoble verbal.

Habría que analizar lo que este asunto tiene de reclamo irresponsable para desviar la atención de los graves problemas actuales. Urge la mesura en la clase política, económica, cultural, social, religiosa y periodística. Es necesario construir bases de entendimiento.

El “asunto catalán” se vuelve “problema” cuando entra en el escenario la política de trinchera y todo se reduce a un mutuo órdago sobre la mesa, distrayendo a la sociedad de los problemas reales, tanto en Cataluña como en el resto de España: activación de la economía, consolidación del Estado de bienestar, crecimiento de la autoestima, cambio en los paradigmas éticos y socio-culturales, apuesta por las jóvenes generaciones, regeneración ética de la vida política, económica y social, participación activa de la sociedad civil…

Este problema reverdece cada vez que España tiene graves dificultades consigo misma. A veces, el epicentro de las contrariedades está más en el centro que en la periferia. Cuando el centro no da soluciones, la periferia las busca. Es peligrosa la retroalimentación.

Urge el diálogo constructivo que parta del reconocimiento de la identidad del otro, como sujeto, no como súbdito. Lo demás podrá llegar con mayor o menor acierto y todo dependerá de la clase política y de su savoir faire. A unos y a otros les interesa crear puntos de encuentro en el marco constitucional. Y la Carta Magna reconoce tanto el derecho a la consulta popular como el derecho a la defensa de la unidad del territorio.

Una historia común de siglos de convivencia merece una reflexión pausada sobre el futuro que se quiere brindar. La sociedad civil, plataforma a cuyo servicio está el político, tiene derecho a expresarse en defensa de las libertades por las que tantos hombres y mujeres han trabajado más allá y más acá del Ebro. Velar por ello es tarea no solo de los políticos del Estado, también de los políticos catalanes, votados por el pueblo.

Nadie debe extrañarse de la posición de la Iglesia en Cataluña. A sus pastores corresponde acompañar e iluminar. No pueden vivir de espaldas. Han hecho lo que tenía que hacer: estar junto al pueblo y participar de sus gozos y esperanzas, de sus alegrías y tristezas. Con esa actitud sirven a la reconciliación.

Su postura no la han inventado ellos. Ya está en el Magisterio y en la Doctrina Social. Junto a sus hermanos, ofrecen claves que superan las formas políticas concretas. Así facilitan un camino común que va más allá de una figura política determinada y que conduce a la dignidad de los pueblos y las personas.

En el nº 2.820 de Vida Nueva. Del 20 al 26 de octubre de 2012

 

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