San Juan de Ávila ya es, oficialmente, doctor de la Iglesia

vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y embajador Eduardo Gutiérrez

Cardenales, obispos, sacerdotes y laicos españoles participaron en la Eucaristía en Roma

san Juan de Ávila proclamado doctor en el Vaticano tapiz 7 octubre 2012

ANTONIO PELAYO. ROMA | La Plaza de San Pedro –“que tiene 400 años de historia”, como recordó Juan XXIII a los fieles que le escuchaban la noche de la inauguración del Vaticano II– ha sido escenario de imponentes ceremonias eclesiásticas; las más recientes, las de la muerte y elección de papas. En la mañana del pasado 7 de octubre se agolpaban en mi memoria el recuerdo y las imágenes de aquellos días. [San Juan de Ávila ya es, oficialmente, doctor de la Iglesia – Extracto]

Pasadas las 9:00 horas, con el repique de campanas comenzó la procesión de los concelebrantes en la Eucaristía con la que Benedicto XVI iba a abrir la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos y la proclamar como Doctores de la Iglesia Universal a san Juan de Ávila y a santa Hildegarda de Bingen.

Los primeros en entrar en la Plaza, precedidos por los acólitos, fueron 16 diáconos, seguidos de los presbíteros, y fueron colocándose a ambos lados del altar papal. El segundo cortejo lo abrían los patriarcas y obispos de las Iglesias orientales, con sus vistosos ornamentos; sucesivamente, revestidos con casulla verde y mitras blancas, hicieron su entrada los 120 obispos y los 71 arzobispos; detrás de ellos, los 49 cardenales y el Papa. Un desfile acompañado por el canto de los Laudes Regiae.

Una vez llegado el Santo Padre a su sitial, comenzó la ceremonia de proclamación de los dos nuevos doctores de la Iglesia (la última, la de santa Teresa del Niño Jesús, fue en 1997).

El prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, acompañado por las dos postuladoras, tomó la palabra para presentar oficialmente la petición al Papa de que aumentase hasta 35 el número de doctores. “Los dos santos que van a recibir hoy ese título –dijo Angelo Amato– se distinguen no solo por la coherente relación entre su magisterio y su vida, sino también por la búsqueda de una convergencia armoniosa entre la cultura de su época y el misterio de Cristo”.

Después se leyeron las síntesis biográficas de los dos santos. La del Maestro Ávila le correspondió a la teresiana de Poveda Mª Encarnación González Rodríguez, directora de la Oficina para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española (CEE), sobre cuyos hombros ha recaído la responsabilidad y el trabajo de presentar y defender el dossier del santo, nacido el 6 de enero de 1499 en Almodóvar del Campo (Ciudad Real).

En el breve texto se destacó su entrega incondicional al ministerio de la predicación, su profunda vivencia espiritual, la persecución que sufrió por parte de la Inquisición, su estrecha relación con otros santos y santas españolas de la época y su pasión por la reforma de la Iglesia, que, según él, pasaba por la mayor santidad de clérigos, religiosos y fieles.san Juan de Ávila proclamado doctor de la Iglesia papa con fieles

En torno a las 10:00 horas, Benedicto XVI pronunció la solemne fórmula que confiere el doctorado al sacerdote diocesano Juan de Ávila y a la monja profesa de la Orden de San Benito Hildegarda de Bingen, “después de haber reflexionado largamente –dijo– y habiendo alcanzado un pleno y seguro convencimiento con la plenitud de la autoridad apostólica”. Proclamación que fue acompañada por un sonoro y triple “Amén” cantado por toda la asamblea y por un nutrido aplauso.

Ardiente espíritu misionero

En su homilía, el Pontífice tuvo que conjugar dos temas: la nueva evangelización y la personalidad de los dos apenas proclamados doctores.

Del santo castellano-manchego dijo: “Profundo conocedor de las Sagradas Escrituras, estaba dotado de un ardiente espíritu misionero. Supo penetrar con singular profundidad en los misterios de la redención obrada por Cristo para la humanidad. Hombre de Dios, unía la oración constante con la acción apostólica. Se dedicó a la predicación y al incremento de la práctica de los sacramentos, concentrando sus esfuerzos en mejorar la formación de los candidatos al sacerdocio, de los religiosos y de los laicos con vistas a una fecunda reforma de la Iglesia”.

De la santa monja alemana destacó su “espíritu profético e intensa capacidad para discernir los signos de los tiempos. Hildegarda alimentaba un gran amor por la creación, cultivó la medicina, la poesía y la música. Sobre todo, conservó siempre su amor grande y fiel a Cristo y a su Iglesia”.

Antes estos elogios, Joseph Ratzinger había resaltado que la llamada universal a la santidad es una de las claves para “el renovado impulso que el Concilio ha dado a la evangelización”.

“Los santos –dijo– son los verdaderos protagonistas de la evangelización en todas sus expresiones. Ellos son también de forma particular los pioneros y los que impulsan la nueva evangelización: con su intercesión y el ejemplo de sus vidas abiertas a la fantasía del Espíritu Santo, muestran la belleza del Evangelio y de la comunión con Cristo a las personas indiferentes e incluso hostiles, e invitan a los creyentes tibios, por decirlo así, a que con alegría vivan de fe, esperanza y caridad, a que descubran el ‘gusto’ por la Palabra de Dios y los sacramentos, en particular, el pan de vida, la Eucaristía (…). La santidad no conoce barreras culturales, sociales, políticas, religiosas. Su lenguaje –el del amor y la verdad– es comprensible para todos los hombres de buena voluntad y los acerca a Jesucristo, fuente inagotable de vida nueva”.

vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y embajador Eduardo Gutiérrez

La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y el embajador Eduardo Gutiérrez

Durante la Plegaria eucarística, acompañaron a Benedicto XVI en el altar los presidentes delegados del Sínodo de los Obispos, los cardenales John Tong Hon, José Francisco Robles Ortega y Laurent Monsengwo Pasinya; el relator, cardenal arzobispo de Washington, Donald W. Wuerl; y el secretario general del Sínodo, Nikola Eterovic, así como los presidentes de las conferencias episcopales de España y de Alemania, respectivamente, el cardenal Antonio María Rouco Varela y Robert Zollitsch.

Autoridades de primer nivel

En la primera fila de invitados se encontraban las delegaciones oficiales de los gobiernos. Mientras la alemana se limitaba al burgomaestre de Bingen y al embajador ante la Santa Sede, la española era mucho más numerosa y cualificada. La presidía la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, acompañada por la presidenta de la Junta de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal; el subsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores, Rafael Mendívil; los alcaldes de Almodóvar del Campo, Montilla y Baeza con otras personalidades y, naturalmente, el embajador de España ante la Santa Sede, Eduardo Gutiérrez y Sáenz de Buruaga.

Al final de la ceremonia, la vicepresidenta y la presidenta castellano-manchega pudieron saludar al Santo Padre dentro de la Basílica y, posteriormente, toda la delegación fue conducida a la Secretaría de Estado, donde Sáenz de Santamaría mantuvo una reunión de trabajo con el cardenal Tarcisio Bertone (este no había podido asistir a la cena organizada en la Embajada el sábado, y se había hecho representar en ella por el arzobispo Dominique Mamberti, secretario para las Relaciones con los Estados, equivalente al ministro de Exteriores).

La Iglesia española ha estado muy presente en todos las ceremonias de la proclamación como doctor de quien es patrono de su clero secular: la vigilia el sábado 6 en la Basílica de Santa María la Mayor, presidida por su arcipreste, el cardenal Santos Abril; la misa del domingo; y la Eucaristía de Acción de Gracias en la Basílica de San Pedro, presidida por el arzobispo de Madrid, Rouco Varela.

También se han sumado a estas festividades los cardenales Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, y Carlos Amigo, arzobispo emérito de Sevilla, que se unieron a los que viven en la Ciudad Eterna, Antonio Cañizares y Julián Herranz. Diez arzobispos más, innumerables obispos, varios centenares de sacerdotes y seminaristas y miles de fieles de toda la geografía peninsular han rendido homenaje a Juan de Ávila, apóstol, maestro y ahora –¡por fin!, podríamos decir– doctor de la Iglesia universal, como sus compatriotas Isidoro de Sevilla, Juan de la Cruz y Teresa de Ávila.

En el nº 2.819 de Vida Nueva.

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