OBITUARIO: Pilar Coll, defensora de los Derechos Humanos en Perú

Pilar Coll, misionera seglar española en Perú, fallecida en 2012

Pilar Coll, misionera seglar española en Perú, fallecida en 2012

MARÍA ROSA LORBÉS. LIMA | La misionera seglar Pilar Coll (Huesca, 1929-Lima, 2012), abogada y reconocida defensora de los Derechos Humanos en Perú, reunió para su entierro, el pasado mes de septiembre, a centenares de amigos de todas las procedencias: desde personas muy sencillas que han vivido su amistad y cercanía, hasta quienes detentan un puesto de autoridad, como la alcaldesa de Lima, obispos, ministros, empresarios, decenas de sacerdotes y religiosas, y más de 100 internas de la cárcel de Chorrillos, que la despidieron entre cantos y lágrimas.

Todo un símbolo de la causa por la que ella vivió y se desvivió: que todo Perú se uniera en una sola voluntad, por encima de credos e ideologías, para defender los Derechos Humanos, luchar por la justicia y brindar cariño y respaldo a los privados de su libertad y a las víctimas de la violencia política.

Como los buenos diamantes, Pilar era una mujer de mil facetas. Era primero y, sobre todo, una mujer de Dios, con una fe de las que mueven montañas; ese fue el pozo del que bebió y el motor más profundo de todo aquello en lo que se comprometió a lo largo de su vida. Descubrir a Jesús en cada rostro sufriente era lo que la movía a ser profundamente humana con todos.

Llegada a Perú en 1967, dos décadas después, fue nombrada primera secretaria ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Defensora de todos los derechos y de todos los humanos, durante los peores años de la ofensiva terrorista de Sendero Luminoso, nunca hizo distinción entre derechas e izquierdas, víctimas del terrorismo o de las fuerzas del orden. Por eso mismo, fue rotunda en su rechazo de toda forma de violencia y en su trabajo por la paz. En ello fue una mujer convocante y ecuménica.

Fue también una mujer sincera. Como dice Gustavo Gutiérrez en la carta que ha escrito con ocasión de su funeral: “Que nuestro lenguaje sea ‘sí, sí; no, no’, nos pide el Evangelio. Así lo hacía Pilar; con ella sabíamos siempre a qué atenernos”. Su sinceridad era una expresión de su enorme libertad de espíritu, de su convicción de que la verdad nos hace libres.

Coherente, valiente, tenaz… y, al mismo tiempo, capaz de disfrutar de las pequeñas cosas, de cuidar de sus plantas, de presentarse siempre femenina y de dejar que la sonrisa iluminara su rostro con frecuencia. Su vida marcó la vida de muchos individuos e instituciones que –como la Defensoría del Pueblo, que en 2008 premió su labor, o el Instituto Bartolomé de Las Casas– se sienten comprometidos a seguir trabajando por los derechos de todos.

En el nº 2.818 de Vida Nueva.

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