Miguel Miró: “Hay que aprender a caminar y a sufrir con el pueblo”

Miguel Miró, prior general de la orden de Agustinos Recoletos

Prior general de la Orden de Agustinos Recoletos

Miguel Miró, prior general de la orden de Agustinos Recoletos

F. M. G. | Sin grandes eventos u onerosas celebraciones, los agustinos recoletos celebran este año el inicio de su jubileo por el reconocimiento que Pío X hiciera de la orden hace cien años. Una eucaristía, celebrada el 16 de septiembre en los 19 países en los que están presentes, marcó la apertura de esta conmemoración.

Y es que, tras concentrar su objetivo en “revitalizarse desde la identidad carismática para cumplir mejor la misión evangelizadora”, como definió su pasado Capítulo General, los frailes desean estar más próximos a las realidades de las comunidades en las que se hacen presentes; realidades que, debido a la crisis económica, social y de seguridad, no están para grandes ni dispendiosas celebraciones; antes bien, requieren de cercanía y acompañamiento.

El prior general, Miguel Miró (Vinebre, Tarragona, 1949), reflexiona sobre este centenario e insiste en recordar la decisión de adaptar las estructuras de la orden para hacerlas más funcionales en la construcción de espiritualidad, educación, evangelización y misión.

– ¿Cómo llegan los agustinos recoletos a este centenario?

– Llegamos a un momento en que deseamos una revitalización y una reestructuración. A veces, las estructuras heredadas nos oprimen un poco, no facilitan la evangelización ni nuestra vida carismática. Hay cosas que tenemos que cambiar, movidos por las necesidades de los países donde tenemos presencia. Si somos orden en la Iglesia es para que estemos en ella, pero, del mismo modo, para estar al servicio de los demás y transmitirlo.

Vivimos tiempos de crisis, pero creo que hay que darle la vuelta; vivimos también momentos de oportunidades y tenemos que saber ofrecerlas, pues la gente busca a Dios. San Agustín nos ofrece un camino de interioridad; debemos saber cómo ofrecerlo. La gente busca una vida de comunión, de mayor relación; nosotros deberíamos ofrecer testimonio de una vida fraterna. Y también es hacer una propuesta de vida, de serenidad, paz y justicia; promover el bien social. Nosotros tenemos una palabra que decir. Si nos limitamos a nuestras parroquias, nos quedamos cortos.

– ¿Esto quiere decir que se fortalecerá la pastoral social con las comunidades?

– En toda parroquia y ministerio, nuestros colegios y todo centro de la orden, hay una dimensión espiritual, de convivencia, pero tiene que haber una dimensión de servicio social. No podemos desentendernos de los más pobres, de las personas que son pobres no por falta de dinero, sino por la necesidad de afecto. Ellos requieren cercanía o una palabra que le dé sentido a su vida. Nuestra tradición, por ser una orden misionera, no se cierra a un lugar concreto; en todo lugar hemos querido llevar una labor evangelizadora, que no es solo predicar, sino que también quiere suscitar la cultura y que esta se desarrolle en el país.

Esto supone enseñanza y caminar con ellos. Hay que aprender a caminar con el pueblo, para que asuma su responsabilidad y busque sus soluciones –propias y desde el lugar en donde están– a las dificultades, bien sean de justicia, de transparencia, de corrupción, de facilitar la convivencia, de que no haya una clase opresora… Estas labores hay que trabajarlas viviendo en el pueblo y caminando con ellos. Cuando estuve en Sierra Leona, vi una miseria grande, y lo comenté con otros misioneros: no pueden vernos a nosotros como los ricos que vamos a darles algo, pues pareciera que estamos por encima de ellos. Hay que estar con el pueblo, sufriendo con ellos.

Una palabra de sentido

– La nueva evangelización interpela a un nuevo lenguaje. ¿Cómo asumen este reto?

– Lo intentamos y lo tenemos que plantear en serio. No vale solo el mantener obras viendo dónde está la gente y sus necesidades; hay que ocuparnos de cómo llevar allí luz y una palabra de aliento. Y que esta dé sentido a sus preocupaciones reales. Para eso tenemos que tener el lenguaje encarnado en la realidad. Ciertamente, necesitamos un cambio de lenguaje, como ha dicho el Papa. Requerimos un lenguaje vital, que llegue al corazón de las personas, llevar una palabra humana, pues una espiritualidad bien entendida humaniza, porque nos hace flexibles, más tolerantes.

– ¿Cuál es la propuesta de su orden para el Año de la fe?

– La fe debemos tenerla no como un contenido final, sino como una experiencia de vida con una relación personal con Cristo. No podemos hablar de la fe a los demás si nosotros no la experimentamos; esto supone un proceso de conversión para nosotros. Debemos vivir la fe como una alegría, no como la imposición de obligaciones o algo que entristece nuestra vida.

En el nº 2.818 de Vida Nueva.

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