Javier Morales: “Hablar de la fragilidad humana es lo que me mueve a escribir”

Javier Morales, escritor

Autor de varios libros de relatos, publicará en 2013 su primera novela, ‘Pequeñas biografías por encargo’

Javier Morales, escritor

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Para Javier Morales Ortiz (Plasencia, 1968), la literatura es un modo de examinar el desencanto y buscar la felicidad. Lo ha hecho en La despedida y en Lisboa (Editora Regional de Extremadura, 2011), en donde habitan relatos en los que los personajes exploran la falta de comunicación, el lado oscuro de la amistad, el desconcierto ante el futuro; al fin y al cabo, nuestra pobre y limitada condición humana.

“Hablar de la fragilidad humana a través de una historia es lo que nos mueve a escribir, es el germen de la literatura, ¿no? Me halagan sus palabras si cree que he conseguido algo de esto”, afirma.

Entre la devoción latente por Chéjov, por John Cheever, por el realismo norteamericano, Morales Ortiz pone al lector frente a personajes que no quieren seguir siendo quienes son o, mejor dicho, que no se conforman con lo que son… y huyen casi siempre buscando la esperanza. “Aunque yo hablaría de búsqueda de la felicidad, sea lo que sea eso para cada uno, y de la esperanza de encontrarla –contesta–. Lo cotidiano nos amarra a la vida, pero al mismo tiempo es el origen de nuestra insatisfacción, que acaba en melancolía. De ahí el deseo de escapar que, quizás, habite en la mayoría de los personajes de Lisboa, que emprendan un viaje, interior o no, en busca de su Ítaca”.

– La huida, aunque a veces interior, es un rasgo dominante en sus personajes, que suelen ser víctimas de relaciones personales erróneas, fallidas o grises, como la ciudad que los acoge…

– Esa huida nace de la insatisfacción con la vida que llevamos, del rechazo a la rutina y a lo convencional. Huimos porque esperamos encontrar algo en el viaje, a veces ni siquiera sospechamos qué. Javier Morales, escritor

– Parece que en estos tiempos vivimos en un relato de los suyos: melancolía, insatisfacción ante hacia dónde conduce la vida, un final no inesperado…

– Puede ser cierto. En realidad soy poco dado a interpretar lo que escribo. Uno tiene una historia que contar, la escribe lo mejor que sabe o puede, y ya está. Luego pertenece a los lectores, más o menos atentos a lo que has querido narrar.

– Ha citado usted a Paul Auster alguna vez: “El acto de escribir empieza en el cuerpo, es música corporal, y aunque las palabras tienen significado, pueden a veces tener significado, es en la música de las palabras donde arrancan los significados”. ¿Dónde arranca su acto de escribir?

– En el deseo y la necesidad de nombrar, de explicarme el mundo a través de narraciones. Es la vida cotidiana la que alimenta mis historias. En el día a día, con sus pequeñas miserias, nos medimos como seres humanos.

– Pero, en realidad, ¿qué está buscando con su literatura, si es que puedo preguntarlo así?

– La literatura es para mí un refugio, un espacio de libertad y de conocimiento, como escritor y como lector. Escribir es una de las mejores formas que tengo de pasar el tiempo y de darle un sentido. Cuando escribo, no busco nada en concreto e intento hacerlo sin condiciones. Pero sí me gustaría que mis historias consiguieran transmitir al lector una cierta empatía con los personajes y, a veces, por qué no, también un poco de compasión, que sintiera que le estoy hablando de sus propias emociones, que uno de esos personajes tal vez podría ser él o ella, cualquiera de nosotros.

“Me gustaría que mis historias consiguieran
transmitir al lector una cierta empatía
con los personajes y, por qué no,
que sintiera que le estoy hablando
de sus propias emociones”.

Seres insatisfechos

– En La despedida, su primer libro, mira a lo rural en transformación. En el segundo, a la ciudad gris, sucia, contaminada… De algún modo, son libros que se comunican. ¿Lo hace también con sus relatos inéditos? ¿Qué encuentra en el relato que no le dé la novela?

La despedida y Lisboa son las dos caras de una misma moneda. En ambos libros me serví de un espacio para crear a mis personajes, para conectar las historias, que, sin embargo, pueden leerse como relatos independientes. En La despedida se trata de un espacio imaginario pero identificable, La Comarca. Cuando Gonzalo Hidalgo Bayal presentó el libro en mi ciudad natal, Plasencia, dijo que no era exactamente un libro sobre el mundo rural, porque me interesan más los personajes que el paisaje, los infortunios de la existencia que el campo de batalla. Y es cierto. Y ahí residen también el punto de conexión con Lisboa, donde la gran ciudad, Madrid en concreto, se ha convertido en el campo de batalla de seres atrapados en su insatisfacción. A principios del año que viene publicaré mi primera novela, Pequeñas biografías por encargo, donde la tensión entre el campo y la ciudad está presente, supongo que también algunos de mis temas, pero la novela te permite abordarlos de un modo diferente al relato.

Del cuento me gusta la intensidad, cercana a veces a la poesía. La novela abre muchas posibilidades a un escritor, es como un cajón de sastre donde puedes experimentar más. Ahora ando escribiendo otro libro de relatos en el que no he fijado ningún punto de partida, ni siquiera espacial. A ver qué sale.

“Me interesan más
los personajes que el paisaje,
los infortunios de la existencia
que el campo de batalla”.

– La fotografía también está presente con una considerable carga simbólica en sus relatos. Construye toda una metáfora de nuestro tiempo en torno a la ligereza de lo que supone el mundo de lo digital frente a lo manual, que “te obliga a pensar cada vez que aprietas el objetivo”…

– No tengo nada en contra del mundo digital; nos facilita la vida en muchos sentidos. Sin embargo, también soy de los que creen que hemos perdido cosas importantes en el camino, entre otras, la singularidad y la finitud. Cuando uno escribe a mano, cada palabra cuenta de una manera diferente a cuando lo hace en un ordenador. Ahora me resultaría difícil escribir sin utilizar un ordenador, pero también comprendo a novelistas como Paul Auster o Javier Marías, que siguen fieles a su máquina de escribir. En cierta forma, el mundo digital nos ha concedido un sueño fáustico, el de creer que todo está a nuestro alcance, cuando en demasiadas ocasiones solo hemos conseguido devaluarlo.

Periodismo y literatura

– Usted escribe un blog titulado Cultura, medio ambiente y algo más. ¿Qué le aporta el periodismo a la literatura, o son modos de ver el mundo sin relación?

– Periodismo y literatura tienen el mismo punto de partida: el deseo de contar una historia. El periodismo se debe a la verdad, por muy subjetiva que sea, y la literatura a la veracidad de lo narrado. Las estructuras narrativas son diferentes, o pueden serlo, pero eso no es más que una formalidad. Un buen reportaje puede ser más literario que muchos cuentos que se publican en nuestro país. El problema es que el periodismo vive horas bajas. La crisis, la precariedad laboral, no ayuda a forjar buenos periodistas, escriban en papel o en Internet.

– Cuando uno escribe, ¿cómo pesa lo que ha leído?

– Lo dijo Borges: más que escritores somos lectores. Nuestras lecturas, buenas o malas, son como capas que se añaden a nuestra forma de ver el mundo. En mi caso van desde Baroja, Camus o Hesse, en la adolescencia, a Onetti, Faulkner, Benet, Fitzgerald, Kafka, los rusos, los escritores del boom, en mi juventud. Mis lecturas han sido anárquicas: me he guiado por lo que me apetecía leer en el momento. Al escribir, sin embargo, bajo la estela de Chéjov, siento complicidad con la tradición del cuento norteamericano, pegada al realismo y a la anécdota como metáfora de la vida. Me gustaría parecerme a ellos, pero ir más allá. Claro que eso solo es una ambición.

jcrodríguez@vidanueva.es

En el nº 2.817 de Vida Nueva.

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