Editorial

Benedicto XVI marca el camino en el Líbano

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Un guionista no hubiese podido añadir más suspense al viaje que acaba de efectuar, del 14 al 16 de septiembre, Benedicto XVI al Líbano, donde hizo entrega a la comunidad de fieles de la exhortación surgida de las deliberaciones del Sínodo que sobre Oriente Medio se desarrolló en el Vaticano a lo largo de 2010.

Si sobre esta visita apostólica –la 24ª al extranjero desde el comienzo de su pontificado– pesaba ya el recuerdo de las múltiples vicisitudes que acompañaron el tan deseado viaje al país de los cedros de su antecesor, Juan Pablo II, el reciente contagio a ciudades como Trípoli de los enfrentamientos fratricidas que desangran a Siria añadió una incertidumbre que, al parecer, no se vivió como tal en el Vaticano, sin titubeos a la hora de confirmar la realización de la misma.

“Cuando la situación se hace más difícil, más necesario es ofrecer este signo de fraternidad, de ánimo y de solidaridad”, dijo el Papa a los periodistas durante el vuelo que le llevaba al Líbano. Un gesto que fue comprendido y muy valorado no solo por los líderes políticos del país, sino también por los religiosos, entre ellos, los de las facciones más radicales del islamismo, que esperaron hasta la finalización de la estancia del Papa entre ellos para unir su cólera a la de otros grupos que, en decenas de países, protagonizaron oleadas de violentas protestas por la difusión en los Estados Unidos de una película considerada ofensiva para con la figura de Mahoma.

El Papa fue al Líbano con la excusa de la exhortación potsinodal, para “consumo” fundamentalmente de la Iglesia católica, pero, en realidad, allí dejó sentadas las bases para lo que ha de ser una auténtica convivencia entre las religiones en sociedades plurales que ya caminan por el tercer milenio.

El Papa ha dejado sentadas
las bases para lo que ha de ser
una auténtica convivencia entre las religiones
en sociedades plurales que ya caminan
por el tercer milenio.

Y lo hizo en un país donde las guerras de religión, hasta hace muy poco, han sembrado el dolor y el resentimiento, pero también donde, durante siglos, fieles con distintos credos han sabido dejar al margen sus diferencias para reconocerse en lo esencial.

Ver allí a este anciano de 85 años, en la explanada frente al mar Mediterráneo, ante las autoridades del país en el palacio presidencial, durante su emotivo encuentro con los jóvenes, transmitía una potente imagen de que sí, también en la martirizada región de Oriente Medio, la paz, la convivencia, el respeto a las creencias de los otros no son una quimera, sino una realidad que se puede levantar entre todos.

Para ello es necesario, como señaló, comenzar a construir, por encima de diferencias culturales, sociales o religiosas, “un nuevo tipo de fraternidad, donde lo que une es justamente el común sentido de la grandeza de toda persona y el don que representa para ella misma, para los otros y para la humanidad”.

La tarea es ardua y necesitará –recogiendo una imagen utilizada por él mismo– tantos cuidados y atenciones como el pequeño cedro que plantó Benedicto XVI. La Iglesia está dispuesta a desgastarse en ese empeño. La exhortación postsinodal contiene sugerencias que ayudarán a recorrer también ese camino. Ahora son otros los líderes, políticos y religiosos, los que han de demostrar que la paz y la reconciliación en aquella turbulenta región del mundo son posibles.

En el nº 2.816 de Vida Nueva. Del 22 al 28 de septiembre de 2012.

 

VIAJE DE BENEDICTO XVI AL LÍBANO: