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La humildad de Dios


Un libro de Benjamín González Buelta, SJ (Sal Terrae, 2012). La recensión es de Rosa Carbonell

La humildad de Dios, Benjamín González Buelta, Sal Terrae

La humildad de Dios

Autor: Benjamín González Buelta, SJ

Editorial: Sal Terrae, 2012

Ciudad: Santander

Páginas: 168

ROSA CARBONELL | Benjamín González Buelta es un jesuita español “trasfundido” a América Latina, a la zona del Caribe. Desde allí, y desde su trabajo actual de formador en la etapa previa a los últimos votos, ha escrito La humildad de Dios. Algo de lo que no se puede hablar si uno no se ha acercado hasta identificarse, en un proceso doloroso y a la vez alegre, al primer descendente, Jesús, que “siendo de condición divina, se humilló”, como afirma Filipenses.

El libro se organiza en cuatro capítulos, de desigual extensión y diferente hondura espiritual y teológica. El autor comienza por preguntarse cómo amar en tiempos de humillación y de noche, y encuentra una respuesta en la humildad de Dios, el convencimiento de que a medida que nos adentramos en la tierra, en el humus fecundo, lo hacemos también en la vida de la Trinidad.

El primer capítulo nos sitúa en el ambiente del grano que solo si cae en tierra produce fruto. Solo quien acepta descender, puede dar vida. Y nos ofrece tres ejemplos: los monjes de Tibhirine (Argelia) degollados en 1996; Pablo de Tarso, derribado del caballo; y el ciego de nacimiento, expulsado de la sinagoga (Jn 9).

Representan el amor hasta dar la vida en la cruz habiendo podido escapar de ella; la lucidez que nos pone en contacto con nuestra verdad y destruye nuestra autocomplacencia, y la exclusión de la que son víctimas tantos marginados de la historia. Finalmente, en un precioso poema, nos recuerda la humildad de María, que en el Magníficat profetiza la caída de los ricos y la fecundidad de los pobres.

El capítulo segundo destruye los falsos conceptos unidos secularmente a la llamada “humildad de garabato”, una forma solapada de soberbia: la de quien espera la alabanza que conduce a la vanagloria, pretendiendo engañarse a sí mismo y engañar a los demás. El conocimiento y la aceptación de nuestros límites nos sitúan en nuestra verdad, y solo desde ahí podemos abrirnos a un Dios que sabe de descensos…

El tercer capítulo es un recorrido por los descensos de Dios: Dios Padre creador, que se abaja hasta la criatura, que no rompe la relación con ella, aunque ella se aparte de Él. Un Dios que baja al caer de la tarde para charlar con Adán y Eva, y que les va ayudando a descubrir, en lo que llamaríamos hoy el diálogo pastoral, su verdadera situación.

Un Dios Hijo hermano, que desciende a las entrañas de María, que sabe del nacer fuera de la ciudad y en la pobreza de un pesebre, que pasa 30 años en un trabajo sin brillo, de “chapuzas” de pueblo, que desciende al Jordán asumiendo nuestro pecado…, que dedica su vida a los que están fuera del sistema y que muere en la mayor abyección, hundido en el fracaso…

Un Dios Espíritu, que no se encarna, pero que desciende hasta nuestro interior, moviéndose en lo más hondo de la vida personal de tantos hombres y mujeres que llevan adelante el Reino desde abajo, que es como se llevan adelante las grandes –y ocultas– transformaciones de la historia.

Finalmente, el último capítulo está escrito desde la vivencia de quien se ha configurado con el Cristo pobre y humilde de los Ejercicios de san Ignacio, un Cristo que desciende, que nos invita a pedir la vida verdadera, hecha de la alegría que solo se puede experimentar en los lugares de abajo. A comentar algunos de los pasajes más significativos de los Ejercicios, en esta línea, dedica el autor las últimas páginas de su pequeño gran libro.

En la introducción –a la que hay que volver al acabar esta lectura, profundamente espiritual y amorosa– el autor nos da la clave de su pensamiento: “Estas reflexiones están situadas en la frontera, en el límite de la cordura. Encuentran su origen en la locura de Dios encarnada en su Hijo Jesús, y en todos sus seguidores disueltos como sal en el sabor de la verdadera humanidad de la que vivimos todos”. Ojalá que los lectores se sientan también impulsados a desaparecer para dar sabor…

En el nº 2.815 de Vida Nueva.

Actualizado
13/09/2012 | 13:59
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