Historias de bronce, plata y oro

¿De dónde extrajeron los ocho campeones colombianos el bronce, la plata y el oro de sus medallas? ¿Cómo pudieron triunfar en la carrera de obstáculos en que convirtieron su vida la pobreza, la violencia y la escasez de oportunidades? De cómo un evento nacido como un ritual llegó a ser el espejo en que se descubre lo mejor de los seres humanos.

Hace cuatro años, durante las olimpiadas de Beijing, el mundo contuvo la respiración cuando la atleta rusa Yelena Isinbayeva, empuñando su pértiga, inició su salto para sobrepasar el obstáculo tendido a cinco metros del suelo. Nadie en la larga serie de los juegos olímpicos había llegado a tal altura apoyado sólo en la pértiga y en su habilidad para el salto. Cuando el mundo la vio sobrepasar limpiamente el obstáculo e ir unos centímetros más arriba, como lo mostraron los videos examinados por los jueces, el aplauso se oyó en todo el mundo y en el ánimo de todos quedó la orgullosa certeza de que un humano en el 2008 había logrado lo que nadie antes había podido hacer.

Fue uno de los records que se rompieron en esas olimpiadas. Este de la rusa Yelena fue el más espectacular en lo visual, los otros fueron más discretamente celebrados, pero todos contuvieron el mismo sentido: los atletas habían roto los límites de espacio y de tiempo que antes ataban a la humanidad.

Romper un record es motivo de festejo de la especie porque el atleta que lo hace amplía aún más los campos en que nos movemos los humanos.

En todo esto hubo que pensar cuando en Londres la celebrada marca de Yelena fue rota por la estadinense Jennifer Suhr. Al volar aún más alto dejó claro que el ser humano continúa su ascenso y puede alcanzar nuevas y más ambiciosas metas. Es lo que aplaudieron alborozados todos los que en el mundo siguieron la carrera de 800 metros en que el keniano David Rudisha venció su propio record de 2010 y detuvo los relojes en 1.40 al cruzar la meta. Una alegría parecida fue la que espectadores de todo el mundo tuvieron cuando el jamaicano Usain Bolt rompió los records anteriores en la carrera de relevo 4 x 100.

De nuevo las olimpíadas les notificaron a los humanos que su avance no se ha detenido.

 

Buscando lo posible

En unas olimpíadas tanto los atletas como el público aparecen unificados en el mismo empeño: buscar lo posible y hacerlo realidad concreta. Records de salto o de velocidad como los que se obtuvieron en Londres habían sido contemplados como una posibilidad remota en la primera olimpiada cuando el griego Louis Spiridon ganó la maratón en un tiempo de 2 horas, 58 minutos y 50 segundos, después de orar 24 horas y comer una gallina completa.

En la inauguración de las olimpíadas de Londres en 1908, el barón Pierre de Coubertin lanzó la conocida consigna: “Lo importante no es ganar, sino competir”. Sucesivas olimpíadas, celebradas dentro de coyunturas históricas y culturales diversas, se han encargado de rectificar la consigna: hoy importa ganar, competir sin ganar ha perdido todo su sentido. Al analizar la participación de los 104 deportistas de la delegación colombiana en Londres, Baltazar Medina, presidente del Comité Olímpico Colombiano, lo confirmó: “todo atleta debe ir a los juegos y debe al menos mejorar sus marcas”. Hoy no basta competir, es necesario mejorar; es decir, tomar parte activa en esa lucha de la especie para romper las barreras de sus limitaciones.

Por eso cada olimpíada enfrenta el reto de dejar atrás los resultados de la anterior. Al anunciar su participación en Río 2016, Catherine Ibargüen se ha prometido obtener el oro, no le basta la plata que hoy luce en su cuello; es el mismo propósito de Rigoberto Urán: irá por el oro en ciclismo, y Oscar Figueroa levantará más pesas para ascender de la plata al oro. La de Carlos Mario Oquendo en bicicross ha sido una carrera de ascenso y no piensa detenerla, por eso quiere ir más alto en Río; su casi sorpresivo triunfo en Londres es apenas el comienzo para Oscar Muñoz en Taekwondo y para Jacqueline Rentería, si logra disipar el fuego fatuo que hoy la ilusiona de recalar en la política; Yuri Alvear coincide con todos: Londres deberá quedar atrás, porque Río significa la obligación de ascender. La misma Mariana Pajón no se limita a participar, sabe que tendrá que seguir ganando y eso la compromete con un ritmo de ascenso que no se detendrá porque mañana tendrá que ser mejor que hoy, como hoy superó a la campeona de ayer.

Un proceso de cambio

La pedagogía de las olimpíadas, trazada, corregida, vuelta a trazar y a corregir a través de más de un siglo de historia dista mucho de lo que fueron sus propósitos iniciales. Aquella primera olimpíada en Elide, el año 776 antes de la era cristiana, tenía más de ritual que de feria. Los atletas que compitieron en la carrera de 185 metros con Coroebo, sabían que corrían en homenaje al dios Zeus. Esto se había olvidado en el año 393 de nuestra era, cuando el emperador Teodosio abolió los juegos porque tras ellos veía un inmoral culto al cuerpo.

La suspensión de los juegos en la era moderna, en los años 1916, 1940 y 1944, con motivo de las guerras mundiales, subrayó una característica que se había vuelto esencial en los juegos: ser signos de paz. El hecho de competir era solo el punto de partida para la convivencia de personas de todas las naciones del mundo, de todas las razas, culturas y religiones. La misma diferencia de clases que imponen los costos para el ejercicio de disciplinas como la carrera y las competencias de yates o la esgrima, desaparece en las olimpíadas modernas.

La olimpíada de St Louis en 1904 alentó una rectificación que con los años se ha acentuado. En esa olimpíada, la tercera de la era moderna y la primera en América, el desfile inaugural llamado Anthropological Day, se redujo al paso de las razas inferiores: negros, mestizos, enanos, mientras se desarrollaba una competencia paralela, una especie de subolimpíada de negros, indios y orientales.

A la luz del espíritu de la olimpíada de Londres, lo de St Louis aparece como un baldón en la historia de los juegos, pero muestra que en las olimpíadas ha habido un aprendizaje en humanidad. A ese nivel superior se ha llegado de la mano de esa pasión por lo posible que domina en el espíritu de los atletas.

El presidente del Comité Olímpico Colombiano al destacar una cualidad común en los ocho atletas colombianos premiados en Londres se refirió a jóvenes que “han superado muchas limitaciones, grandes seres humanos que representan lo que son los deportistas en Colombia, seres humildes”. Un rastreo en la vida y en los sentimientos de esos 8 campeones así lo demuestra.

8 campeones al trasluz

Salvo Mariana Pajón y Carlos Oquendo, los demás han tenido y derrotado la pobreza, de entrada. Catherine vive en Puerto Rico, adonde tuvo que emigrar porque allí cuenta con los recursos que no pudo encontrar en Apartadó. En los recuerdos de esta campeona figuran esos días en que la comida escasa que servía a su mesa, enturbiaba de pena los ojos de la abuela en cuya casa se refugiaron ella y sus hermanos después de la separación de sus padres. Para Catherine, en esos años, la educación apareció como un lujo inaccesible y sus sueños de deportista como una ambición desmedida.

Cuando Rigoberto Urán ganó la primera medalla de plata para Colombia en Londres, y en el podio lo asediaron los flashes de la victoria y sus recuerdos de infancia, debió recordar a su padre, vendedor de lotería y sus propias andanzas como vendedor de chance, para sostener su familia. Si en aquellos días, no tan remotos, alguien le hubiera pronosticado su triunfo, con toda razón habría desechado la idea por desatinada, aunque posible.

Las competencias deportivas en el país y en otros países acabaron por demostrarle que lo posible siempre está detrás del presente y espera.

En la casa del más joven de estos ocho campeones, Oscar Muñoz no siempre pudieron tomar las tres comidas diarias porque el salario de papá Pompilio, jardinero profesional, no alcanzaba algunas veces. Cuando subió al podio de los campeones en Londres se convenció una vez más de que, antes de su lucha exitosa de taekwondo, había tenido que derrotar la desesperanza; y a Jacqueline Rentería fue la pobreza la que, de alguna manera, la guió hacia su medalla olímpica. Había querido ser velocista, pero los entrenamientos le costaban siete mil pesos, algo más allá de sus posibilidades; escogió entonces, las clases de lucha que eran gratuitas.

A Yuri Alvear no se le olvida ese día de 2006 en que no pudo viajar a Buenos Aires para un torneo juvenil porque no le alcanzó el dinero que había obtenido pidiéndolo de casa en casa, vendiendo empanadas y organizando bingos y rifas. La pobreza esa vez fue más resistente que sus rivales en judo. Sin embargo ahí estuvo, triunfadora, en Londres.

Lo de la pobreza parece poca cosa frente a la zancadilla brutal de la violencia que amenazó todos sus sueños. Figueroa llegó desplazado a Cartago cuando la violencia guerrillera llegó a Zaragoza, su tierra natal. El hogar de Catherine se deshizo cuando la violencia en Apartadó separó a sus padres: papá emigró a Venezuela y la madre fue a Turbo, ella quedó con la abuela. La vida de Rigoberto quedó marcada cuando su padre fue asesinado y él tuvo que convertirse en “el hombre de la casa”. Otras veces los campeones tuvieron que llenarse de valor para superar una lesión en su mano derecha, que fue el caso de Figueroa o el de fractura de mano, lesión en los riñones y fractura de la clavícula que padeció Mariana o la operación de rodilla de Jacqueline.

El homenaje que les rindieron a sus entrenadores en su momento de gloria, puso en evidencia el trabajo y la sabiduría de unas personas que parecen moverse siempre en la sombra.

Se llama Oswaldo Pinilla el entrenador colombiano que Figueroa prefirió a dos entrenadores búlgaros; Catherine triunfó en su salto largo merced a la sabiduría de Ubaldo Duany, su primer entrenador y de Wilder Zapata, el que ahora la dirige; Jackeline, el día de su triunfo, volvió a oír a su entrenador Víctor Capacho, cuando en un duro entrenamiento que la había hecho llorar, le dijo: “llora todo lo que quieras en los entrenamientos, que en la competencia vas a reír”. Y así fue.

Oscar Muñoz, por su parte, hoy le agradece a su profesora en el colegio, Irma Gómez, por su empeño en orientarlo hacia el taekwondo.

En estos campeones olímpicos colombianos se manifestó esta potencialidad de los juegos, que descubren, estimulan y hacen patentes ante el mundo las posibilidades de los seres humanos. Fue la expresión más repetida por los medios de comunicación cuando las luces de la olimpíada se concentraron en estos ocho colombianos: son un motivo de orgullo nacional. En ellos brilla lo mejor de la condición humana nacional.

El aprendizaje

Lo individual. Para los comentaristas especializados fue evidente que a pesar de los cuarenta mil millones que el Estado ha destinado en los últimos años para la formación de sus atletas, los logros de esta olimpíada tienen un alto componente de esfuerzo individual.

El editor de deportes de El Tiempo, Gabriel Meluk, se preguntó si la pobre gestión de los dirigentes deportivos es una de las posibles explicaciones del fracaso de las disciplinas de conjunto. Según sus datos hace 20 años la poderosa y multimillonaria federación de futbol no clasifica sus equipos.

La otra explicación es que trabajar en equipo no hace parte de nuestra cultura, ni constituye una prioridad en la agenda de los formadores en escuelas, colegios o universidades. A pesar de que el individualismo es una de las claves de nuestros fracasos económicos y políticos.

Ganar a pulso. El editorialista de El Espectador descubre, a su vez, otra dimensión de los buenos resultados de Londres: cada una de estas medallas fue ganada a pulso. No fue fácil para Catherine lograr su gran salto, ni para Carlos Oquendo recuperarse después de la caída en las pruebas; ni para Figueroa renovar su entusiasmo después del fracaso inicial; quienes vieron su gesto de desaliento creyeron que era el final.

Allí intervinieron, como fuerzas interiores, unas maneras de ser o virtudes, que desarrollan el potencial de las personas: el pundonor, por ejemplo. Fue muy clara la conciencia de que estos jóvenes no estaban allí a nombre propio sino en representación del país. Oquendo vuelve a su bicicleta después de su caída, Figueroa tras su gesto de desaliento al fallarle el primer envión, se dijo que sí se podía; y Jacqueline le prestó oídos a su entrenador que desde 8.800 kilómetros de distancia le dijo por su celular: “tienes que levantarte. Es la oportunidad de tu vida, tienes con qué ganar”. No fue fácil, pero ese sentido del honor y de su pertenencia a una patria, ayudó.

Autoconfianza. En una bella semblanza de Mariana Pajón, el escritor y columnista Pascual Gaviria, descubrió otra clave: la autoconfianza. A pesar de las dos platinas y los nueve tornillos que le dejó un accidente en su mano, de la fisura en la clavícula y los dos ligamentos rotos, esta muchacha no entró a participar. Los que la vieron llegar a la pista sintieron que iba a ganar porque ella siempre se lo ha creido y así tendrá que ser. Lo reafirmó Meluk: “lo mejor de estas ocho medallas, más autoconfianza”.

Quizás sea el comienzo de un proceso necesario: creer en nosotros mismos, para creer en los demás. En estas dos semanas Colombia comenzó a creer en sus deportistas.

Responder por sí mismo. Esa confianza se apoya en otra actitud que el editorialista de El Espectador destacó: Lo conseguido este año se obtuvo con esfuerzo “no ha sido jugado, ni con suerte”. Allí estuvo la fuerza de estos atletas, no cedieron a la debilidad común de dejar los resultados de su acción a la suerte, a las ánimas. Sabían que era su responsabilidad y esta no se delega, por tanto respondieron con lo suyo. Habían llegado al escenario mundial porque se sentían seguros de responder ellos. Y nadie más que ellos. Cuenta el columnista Pascual que a Mariana le ofrecieron patrocinio y otra bandera, los ingleses, los australianos y los estadinenses. Pero ella, ante las tentadoras ofertas, prefirió el apoyo nacional porque “cambiar de bandera no estaba en sus planes”.

No pesó en ese momento la influencia de los poderosos corruptos que mantienen su conciencia en venta, sino ese talante limpio con que asumieron la responsabilidad total de representar a su país.

Fueron dos semanas de buenas noticias. Las ocho medallas, todo un motivo de orgullo, pero más que el bronce, la plata o el oro que estos campeones extrajeron con su esfuerzo, la buena noticia son esas virtudes que hicieron posible su triunfo. La pregunta casi molesta es si esas virtudes son solo de ellos o si hacen parte de la cultura nacional. VNC

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