Calor del corazón para los niños bielorrusos

programa de acogida de niños de Bielorrusia en verano hermandades de Cádiz y Sevilla

Aun en tiempos de crisis, familias de Cádiz y Sevilla les ofrecen acogida

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MIGUEL ÁNGEL M. NUÑO y LUIS DE LA TORRE BELLIDO | Carmeli vive en un pueblo de la campiña cordobesa, Montilla, famoso por sus vinos y bodegas… y por Juan de Ávila. Su vida transcurre a diario entre su casa y su colegio salesiano, donde trabaja como limpiadora y “madre” de los 500 niños que allí estudian. Es, sobre todo, una mujer buena, trabajadora y sencilla. Y curtida por la vida. [Calor del corazón para los niños bielorrusos – Extracto]

Nos contesta desde Campobosco, en la sierra cordobesa. Está disfrutando de sus vacaciones entre fogones, guisando para más de 100 chavales en los campamentos de verano. Su única paga, el “gracias” y la mirada cómplice de los muchachos. Le cambia el tono de voz cuando le preguntamos por los niños bielorrusos que reciben en acogida en su tierra cada verano: “Estupendo, es una experiencia inolvidable. ¡Para repetir!”.

“Durante cuatro años –añade radiante– me he traído a una niña y, en alguno de ellos, una monitora ha estado en casa con nosotros”.

Carmeli habla sin parar de estos niños llegados del Este: “Son gente muy preparada, pero muy pobre. Para ellos, esto es el paraíso. Vienen con lo puesto y, cuando vuelven al verano siguiente, hay que volver a vestirlos. Aparte, llegan vestidos de invierno, ¡con el verano que aquí tenemos!, y con ropa prácticamente para tirar. Algunos de ellos, sin zapatos”.

“Si no he traído más –insiste– es porque la economía no me lo ha permitido y porque tienen una edad tope para venir. Además, su Gobierno no quiere que sigan viniendo porque les revolucionan el país y allí hay una dictadura muy dura”. programa de acogida de niños de Bielorrusia en verano hermandades de Cádiz y Sevilla

Como ella, muchas familias andaluzas viven, desde 2001, un verano bien distinto. En su mesa, y en los juegos con sus hijos, van a participar un año más Iván, Mijail, Sasha, Vladimir, Irina o Katia. Niños bielorrusos que cruzan toda Europa con la esperanza de recuperar la calidad de vida que un maldito reactor nuclear –Chernobyl, en la vecina Ucrania– les arrebatara, a ellos y a sus padres, hace más de 25 años.

Y aunque ninguno había nacido aún en 1986, cuando “el monstruo” reventó, las consecuencias sobre su salud se siguen prolongando décadas después. Un elevado número de enfermedades, como cáncer de tiroides y distintas malformaciones, se siguen cebando sobre estos niños que viven muy cerca de la zona afectada por la radiación atómica.

Para estos muchachos, la buena alimentación, el sol de Andalucía y el respirar aire puro pueden ayudar a mejorar sus condiciones de vida de un modo decisivo.

Ese es el objetivo que mueve desde hace más de una década a un considerable grupo de hermandades y asociaciones de Sevilla y Cádiz: acoger a estos niños y colaborar así en el avance de su recuperación.

A simple vista, puede parecer una loable labor sanitaria, más apropiada de cualquier ONG médica que de una confederación de hermandades de penitencia, puesta bajo el patronazgo de los santos Cirilo y Metodio, los evangelizadores de los pueblos eslavos. Son familias ligadas a estas hermandades sevillanas y gaditanas las que, verano tras verano, hacen posible que estos niños salgan de su ambiente.

Como informa el Arzobispado de Sevilla, durante su estancia estos niños reciben atención médica gracias a la colaboración del Colegio de Médicos y Odontólogos, de la Facultad de Odontología, de varias clínicas privadas y del Servicio Andaluz de Salud (SAS), que se desarrolla en beneficio de estos niños.

programa de acogida de niños de Bielorrusia en verano hermandades de Cádiz y SevillaY todo ello dentro de la naturalidad que supone convivir con su “familia de España”, en expresión de algunos de los propios chicos. Junto a los padres y los hermanos españoles, acompañados de sus monitoras bielorrusas y los voluntarios de las hermandades, realizarán excursiones y actividades en Aquópolis o Isla Mágica, entre otros.

Buscando nuevos benefactores

Este año, con la dichosa crisis, la cuesta de enero se prolongó un poquito más, y parecía extenderse hasta el mes de febrero, fecha crucial en la organización de la expedición. Tanto que, a mediados de aquel mes, la Confederación tuvo que hacer un llamamiento urgente, a la búsqueda de más familias de acogida.

Entonces, solo había 340 familias dispuestas a acoger durante cuarenta días del verano a los niños bielorrusos. ¡Y este año se pensaba cursar una solicitud para 350 chicos! Aunque pudiera parecer muy precipitado, “la documentación necesaria, que es mucha, debía estar en Bielorrusia en el mes de febrero”, comenta María Ángeles Muñoz, responsable de Comunicación de la Confederación.

En junio fue preciso relanzar el llamamiento, ya que, a pocos días de la llegada de los niños, el número de familias de acogida aún no era suficiente. “Por diferentes causas, ya sea por enfermedad o por la crisis económica, algunos que se comprometieron a atender a estos pequeños en esta campaña han fallado”, reconoce.

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El obispo diocesano, Rafael Zornoza, con un grupo de niños

Finalmente, el número de chicos acogidos se ha cerrado en 300, a cargo de otras tantas familias andaluzas que los reciben en su casa como uno más. Es, en definitiva, un número similar al de las últimas campañas, si bien la reducción más drástica se produjo a partir del verano de 2009, cuando se recibían hasta 700 niños y adolescentes bielorrusos.

Según María Ángeles, no solo la crisis ha afectado a esta bajada, sino también el hecho de que los muchachos que participan en el programa van creciendo y cumpliendo la edad límite de 17 años. Algunas familias que han acogido a un mismo chico verano tras verano, al llegar a esta edad, deciden no repetir la experiencia con otro menor. Por eso, insiste, es preciso encontrar nuevas familias. Aunque lo cierto es que “hoy no las encontramos con la misma facilidad que hace algunos años”.

Pero el esfuerzo no cesa, ni mucho menos. Como destaca la responsable de Comunicación de la Confederación, para encontrar los aproximadamente 600 euros que cuesta el vuelo desde Minsk hasta Sevilla, “se remueve cielo y tierra si es preciso”. A veces, la propia familia se aprieta el cinturón y saca “de donde no hay”; en otras ocasiones, es la hermandad de referencia la que sale en ayuda del coste del billete, que es la partida más cuantiosa del programa.

El resto –la manutención de cada niño– no debe suponer un gasto extraordinariamente desproporcionado a cada familia. En cualquier caso, más allá de las dificultades económicas que todas las familias están atravesando, lo importante es “querer acoger y estar dispuestos a colaborar con el cariño, su casa y la familia”, indica María Ángeles.

programa de acogida de niños de Bielorrusia en verano hermandades de Cádiz y SevillaElla concluye esperanzada: “Trescientos niños es un número importante, sobre todo, si se tiene en cuenta que hace 11 años comenzamos con 35. Es un programa donde claro que lo importante es la cantidad, pero con que pudiéramos sanar a un niño, veríamos cumplido el objetivo; y si son 300, nos vemos como afortunados”.

Volvemos a acordarnos de Carmeli. Tal vez no conozca a María Ángeles. Pero el corazón y el pensamiento de las dos vibran al mismo compás cuando hacen balance de lo que esta acogida ha supuesto en sus vidas: “Una queda muy satisfecha, porque al final del verano ves que se van mucho mejor de lo que llegaron.

Con la fruta, el sol y la buena comida todos mejoran respecto de cómo han llegado. Aquí se les hace un buen reconocimiento médico gratuito para ver cómo están del Chernobyl ese. ¡Tú sabrás mejor que yo como se escribe…!”.

Un horror que no cesa

Según la Federación Española de Acción Social con la Infancia Bielorrusa, las cifras de vidas humanas perdidas por las consecuencias directas e indirectas de la catástrofe de Chernobyl siguen aumentando 26 años después. Más de 200.000 muertos y una previsión de 93.000 fallecimientos producidos por el cáncer, es lo que están viviendo las poblaciones de Rusia, Bielorrusia y Ucrania.

Los programas de estancias temporales para menores están resultando fundamentales en la prevención de enfermedades y desarrollos de tumores malignos entre la población infantil, la más afectada.

Como destaca la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), el alejarse de la zona contaminada y pasar una temporada en el beneficioso clima mediterráneo puede suponer para los niños “alargar su vida de año y medio a dos años”.

En el nº 2.812 de Vida Nueva.

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