Editorial

Por una mayor integración del clero extranjero

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Cada vez es mayor el número de sacerdotes extranjeros que llegan a nuestro país y se quedan en las diócesis españolas a prestar sus servicios pastorales e, incluso, se incardinan en ellas. Al movimiento misionero desde España, que tantos y tan excelentes frutos ha dado, se une ahora este proceso a la inversa, también en respuesta a la consideración de muchos de que “España es país de misión” al que hay que acudir a evangelizar.

En algunos casos, vienen ya ordenados, pero en otros, ingresan en los seminarios para completar el ciclo formativo con el resto de aspirantes al sacerdocio.

Es un tema que ocupa y preocupa a la Iglesia, inmersa en un problema de vocaciones al ministerio consagrado. De hecho, la Plenaria de los obispos españoles que se ha celebrado esta semana ha abordado en una de sus sesiones reservadas la incidencia de esta cuestión en nuestra Iglesia.

Muchos seminaristas que vinieron a estudiar en facultades eclesiásticas se quedan sirviendo en algunas diócesis, especialmente en las más grandes, como Madrid, Barcelona, Valencia o Sevilla. Vida Nueva ha querido acercarse con respeto a esta realidad.

En algunos casos –la mayoría de ellos–, es una prueba más de la ejemplar integración misionera de la Iglesia. En otros, se necesita un período mayor de adaptación y, en algún caso aislado, convendría un mayor discernimiento para evitar problemas. Sea ello lo que fuere, lo cierto es que en la dimensión universal de la Iglesia, estas incorporaciones deberían servir para un mayor enriquecimiento y ayuda.

La mayoría han llegado desde otras culturas
y han hecho un proceso de adaptación con toda normalidad.
En otros casos, su forma de entender la vida parroquial
difiere mucho de la que está en uso aquí.

En muchos casos hay colonias de inmigrantes a los que estos sacerdotes ayudan, pero en la práctica no suele ser así y, en muchas parroquias, se hace necesario este acompañamiento.

La mayoría, como decimos, han llegado desde otras culturas y han hecho un proceso de adaptación en los presbiterios, en los seminarios o en las diócesis con toda normalidad. En el caso de los religiosos es distinto, pues no se deben a una Iglesia particular, sino a una congregación religiosa y su geografía es más amplia.

Esta integración se ha hecho en largos períodos que les han servido para conocer la realidad y su presencia ha servido de revulsivo positivo en muchas comunidades parroquiales que se han beneficiado de sus servicios. En este sentido, las diócesis grandes han arbitrado medios e instrumentos para esta adaptación y se les hace un seguimiento fraterno.

En algunos otros casos es más difícil la integración y se han visto involucrados en problemas de adaptación. Son jóvenes procedentes de países más pobres y su forma de entender la vida parroquial difiere mucho de la que está en uso aquí. Esto ha conllevado disfunciones con los presbiterios diocesanos y en parroquias.

Los obispos han tenido que poner coto a actuaciones fruto de una mala adaptación. Y en pocos casos, pero muy publicitados desde los medios de comunicación, han sido motivo de escándalo por una falta de discernimiento que ha hecho que la escasa madurez del candidato haya ocasionado problemas.

Se impone un discernimiento de estas vocaciones. La Iglesia tiene medios suficientes para promover una integración eficaz de quienes vinieron a ayudar.

En el nº 2.798 de Vida Nueva. Del 28 de abril al 4 de mayo de 2012

 

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