Editorial

Lefebvrianos, vuelta a la comunión sin rebajas conciliares

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Coincidiendo con el cincuenta aniversario del Vaticano II, la Fraternidad de San Pío X, cuyo responsable actual es el obispo Bernard Fellay, fundada por el arzobispo Lefebvre, ha entrado en un proceso de acercamiento a Roma, tras su ruptura doctrinal e insticional, acentuada en los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo II, quienes tuvieron que tomar medidas disciplinares con los seguidores del arzobispo francés, llegándose a la ruptura cismática.

Benedicto XVI, en su pasión y trabajo por la unidad de la Iglesia, puesto de manifiesto en muchas de las iniciativas de su pontificado, ha venido realizando esfuerzos para la vuelta a la total comunión eclesial de este grupo, ofreciéndoles incluso el amparo canónico de una prelatura personal para que desarrollen su actividad dentro de la Iglesia.

El Papa conoce bien el proceso de este grupo desde su anterior responsabilidad al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe y no cabe duda de que ese conocimiento es un aval para este proceso necesario. Hay que tener en cuenta, no obstante, que los esfuerzos del Vaticano han ido acompañados de diversas medidas que han hecho que los obispos cismáticos tengan alfombra tendida.

Hay algo preocupante en el fondo de esta cuestión y que no resulta baladí para la total comunión. Roma pide a este grupo una total adhesión al Vaticano II.

Es verdad que la asamblea conciliar que ahora cumple medio siglo de su inicio no trató temas dogmáticos, sino de corte pastoral y de enfoque teológico. Es verdad que, según viene manteniendo el Papa, los textos del Concilio necesitan, cincuenta años después, una hermenéutica del tiempo, y es verdad que hay aspectos que requieren una renovación.

El espíritu del Vaticano II sigue vivo y
es el terreno propicio para que la Iglesia
siga desempeñando hoy día su misión apostólica.
Este reconocimiento es el prioritario
para el acercamiento de este grupo a la comunión eclesial.

Sin embargo, también es verdad, como ha asegurado Joseph Ratzinger en varias ocasiones, que el espíritu del Vaticano II sigue vivo y que es el terreno propicio para que la Iglesia siga desempeñando hoy día su misión apostólica. Este reconocimiento es el prioritario para el acercamiento de este grupo a la comunión eclesial.

Observadores vaticanos temen que se pueda diluir esta apreciación importante en aras de una comunión a toda costa, algo que atentaría gravemente contra el espíritu conciliar.

Con caridad, pero con firmeza, y sin olvidar que, según declaraciones de sus responsables, lo que está en cuestión para los obispos cismáticos es la eclesiología de la Lumen Gentium, y que para ellos el reconocimiento del primado del Papa es inalterable, no así la aceptación de la eclesiología de comunión que el Vaticano II estrenó con sus consecuencias en la liturgia, en la pastoral, en la teología bíblica y en el ecumenismo.

Está ahora por ver y conocer (nada se sabe oficialmente al cierre de esta edición) la postura de los lefebvrianos tras su reciente capítulo en Écône, aunque ya se ha avanzado que continúan con algunas propuestas que Roma no admitiría, pues tocan de lleno a la eclesiología conciliar y apuntaría a consecuencias peligrosas.

Las rebajas en la doctrina conciliar, incluso en algo tan nuclear para el Papa como es la liturgia, solo servirían para sembrar vientos innecesarios. No puede, cincuenta años después, erigirse en válida una corriente eclesiológica derrotada en el Concilio.

En el nº 2.810 de Vida Nueva. Del 21 al 27 de julio de 2012

 

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