William Blake, el visionario bíblico

‘Dios juzga a Adán’, de William Blake

El CaixaForum de Madrid se adentra en el “gran icono contracultural del arte británico”

William Blake, pintor

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Después de Eugène Delacroix y Francisco de Goya, el CaixaForum de Madrid abre sus puertas para mostrar el halo de misterio y modernidad de William Blake (1757-1827) en colaboración con la Tate Britain de Londres.

Aparentemente, hay una línea que une a los tres: eran artistas totales que trascendieron las convenciones de su época, se adelantaron a su tiempo y, más tarde, sirvieron de inspiración para la vanguardia. Fueron precursores de la modernidad.

Pero en Blake se concentran características que lo hacen, como afirma Alison Smith, comisaria de la exposición, un “icono contracultural” del arte británico, como su reivindicación del “sentimentalismo” frente al raciocinio feroz en plena Ilustración y el acceso al arte a través de la imaginación frente al realismo costumbrista imperante.

Y, sobre todo, fue “un gran lector de los textos religiosos, en especial de la Biblia y sus libros proféticos, que estudió y analizó desde una perspectiva heterodoxa”, añade Smith. Esta lectura bíblica, de raíz anglicana, está muy presente en esta exposición, en donde se pone de manifiesto, además, que Blake tenía su gran referencia estilística en Miguel Ángel, en sus pinturas vaticanas, en los frescos de la Capilla Sixtina, en los que encontraban el eco, la estructura y el simbolismo perfecto para “incorporar elementos narrativos con vocación didáctica para el gran público”.

‘Dios juzga a Adán’, de William Blake

‘Dios juzga a Adán’

Esos extraordinarios “frescos” en los que se adentra en el Antiguo Testamento conforman una de las últimas grandes obras de arte sacro de la pintura contemporánea. Por ejemplo, se pueden ver episodios como Dios juzga a Adán (1795) o David sacado de las muchas aguas (1805).

Un hombre de visiones

Blake fue un hombre embebido por las visiones que le asaltaron toda su vida. Ángeles, demonios y otras figuras místicas se le “aparecían” y fueron fuente de inspiración para su pensamiento y obras, en las que se manifiesta un combate constante del bien frente al mal.

Combate que llevó a su extremo creando una cosmogonía, una mitología particular que visualmente está impregnada de símbolos cristianos, a partir de su obsesión por la Biblia y a la que une también elementos esotéricos: Los, Urizen, Luvah y Tharmas, las cuatro zoas; no son sino un trasunto de los cuatro elementos que dirigen al hombre: la imaginación y búsqueda de redención, la venganza y la misericordia, los sentidos y las emociones.

Este universo, sin embargo, está aún más presente en sus creaciones poéticas que pictóricas, en donde cultivó verdaderas series temáticas, por ejemplo, en torno al Libro de Job o, de raíz más literaria, sobre la obra de Dante, especialmente La Divina Comedia, o la de John Milton.

Ese simbolismo profundo, lleno de combates entre el cielo y el infierno es el gran responsable de que Blake fuera rechazado y condenado por el público de su época, junto con su concepción del arte y de la vida no supeditada a dogmatismos sociales, religiosos o académicos.

“Blake se enfrentó al statu quo y plasmó en distintos soportes su particular interpretación de los grandes acontecimientos políticos y sociales de su época. Fue un librepensador, independiente y radical, cuyas creaciones reflejan debates morales y problemas sociales de su época”, como describe Eduardo Rostan, coordinador de la exposición del CaixaForum.

‘Satán en su gloria original’, de William Blake

‘Satán en su gloria original’

Sus “visiones” no eran más que una manera de dotar de mayor identidad a lo que sucedía en su imaginación, en un combate también contra el imperio de la razón. De ahí que su inconformismo y su misticismo siempre vayan de la mano en su obra.

“Blake fue, asimismo, un firme defensor de la imaginación frente a la razón –añade Rostan–, considerándola no tan solo una facultad del alma, sino la existencia humana en sí misma. También en este sentido fue un creador visionario. Las visiones de otros mundos o del más allá están detrás del elaborado simbolismo y del desbordante misticismo de sus obras. Bebiendo de esta fuente de inspiración, el artista creó un sistema cosmológico único que transporta a un reino mítico donde las fuerzas del bien y del mal colisionan en eterno conflicto”.

Esa voluntad de ser él mismo una figura mística, plena de visiones y cercana a Dios, era muy propia del Romanticismo y no era más que una careta, una voluntad de crearse una vida legendaria que diera proyección a la obra artística. Pero detrás del personaje, en Blake habitaba una fortísima proyección de la libertad como eje vital y social. Fue un revolucionario enfrentado a la burguesía imperante.

Nuevas inquietudes

Este inconformismo derivó también, como sostiene Rostan, en la búsqueda de nuevas técnicas artísticas que le permitieran reflejar sus inquietudes y que le alejaron de las convenciones del arte neoclásico asociadas a los valores de la Ilustración. Para obtener el efecto deseado en las líneas y el color, Blake diseña técnicas propias, como la pintura al temple o sus grandes grabados a color, a la vez que rechaza algunos procedimientos imperantes.

‘La noche del júbilo de Enitharmon’, de William Blake

‘La noche del júbilo de Enitharmon’

En CaixaForum se pueden ver 74 obras de Blake, complementadas con una treintena de piezas de artistas posteriores influenciados por su obra, como los denominados “Los Antiguos” –que compartían su pasión por Milton o la Biblia–, los prerrafaelistas (Dante Gabrielle Rosetti, John Linell y Alexander Gilchrist) o, incluso, los neorrománticos, como Grahan Sutherland o Eduardo Paolozzi.

En ellos influyó, por ejemplo, su concepción del arte como “expresión del espíritu”, que le llevaba a preferir los primitivos flamencos antes que los pintores florentinos, como Tiziano. Blake tomó como iluminación la obra de Miguel Ángel, pero también la de Rafael o la de Alberto Durero. Además, uno de los rasgos más característicos de Blake –la forma de representar el cuerpo humano– emana de Miguel Ángel.

“A su modo de ver, esta representación debía construirse desde la visión interna, y no desde la observación de la naturaleza –explica Rostan–. Tomando como modelo el arte gótico y la pintura de Miguel Ángel, el cuerpo debía expresar valores y estados espirituales. En sus obras, el trazo y la silueta resultan fundamentales, por encima del efecto y el color. Esta elección no responde únicamente a una preferencia estética; es un imperativo moral”.

Nada que ver con el realismo de la Ilustración. “Era un artista que no se dejó llevar por la época, fue muy coherente con su trabajo artístico en el sentido de que hizo lo que verdaderamente sentía y, además, estuvo muy implicado socialmente. Y eso nos interesaba mucho dejarlo claro en la exposición”, añade Rostan.

Su arte, con su presencia del bien frente al mal y su fe bíblica, “sigue haciéndonos pensar”, concluye la comisaria, Alison Smith.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.810 de Vida Nueva.

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