Siria, la lucha de los cristianos por la supervivencia y la libertad

manifestantes opositores al régimen de Al Asad en Siria

exiliados de Siria huyen al Líbano

CARMEN RENGEL. JERUSALÉN | Los cristianos son un arma arrojadiza en una tierra en guerra. Gobierno y oposición enarbolan ante el mundo su protección, sabedores de las simpatías que despiertan. Pero no hay blancos y negros en esta crisis: son cristianos, pero, ante todo, ciudadanos que sufren el mismo drama que sus vecinos y, como ellos, están divididos entre el apoyo al régimen y la causa rebelde. Aunque unidos también por un doble deseo: sobrevivir en la tierra de la conversión de san Pablo y mantener su libertad religiosa. [Siria, la lucha de los cristianos por la supervivencia y la libertad – Extracto]

No hay sentencias absolutas para describir el papel de los cristianos en este conflicto, viejo de 16 meses, que deja ya cerca de 17.000 víctimas, según los datos aportados por los grupos opositores.

Lo que hay son historias de vida. La más heroica, posiblemente, la de los jesuitas de Homs, la ciudad emblema de la causa disidente en el oeste del país, corazón del dolor tras un mes de asedio ininterrumpido en diciembre, luego mantenido hasta hoy con habituales cargas de mortero, granadas, cohetes y tiroteos varios.

El P. Ziad Hilal relata que ni uno solo de los miembros de su comunidad –una veintena de jesuitas– ha abandonado su sede, hoy baluarte de calma y alimento, agua y medicinas para los residentes de los barrios de Bustan Al Diwan y Hamideh.

Sin ellos, sin sus bodegas y sus privilegios para salir a por provisiones a villas cercanas a través de checkpoints de pesadilla, “habrían muerto familias enteras”, afirma Jaled Al Omari, un médico local de la Media Luna Roja, musulmán, colaborador de la casa. El P. Hilal no se vanagloria de sus méritos. “Solo tratamos de resistir y ayudar a resistir, con la ayuda de Dios”, afirma.

En Homs quedan unos 1.500 cristianos,
cuando en marzo de 2011, al inicio de las
protestas que reclamaban la marcha de El Asad,
la cifra ascendía a casi 160.000.
Pero los jesuitas aseguran:
“No ha habido persecución religiosa”.

En la ciudad quedan unos 1.500 cristianos (siro-católicos, greco-católicos y greco-ortodoxos en su mayoría), cuando en marzo de 2011, al inicio de las protestas que reclamaban la marcha del presidente Bashar el Asad tras más de 40 años de dictadura, la cifra ascendía a casi 160.000, representados por obispos de cuatro confesiones.

Las familias enteras que han escapado (a las montañas cercanas, al Valle de los Cristianos de Damasco, a la costa de Alepo, a la vecina Turquía) huían “de los islamistas que atacaban sus casas, violaban a sus mujeres y destrozaban sus bienes”, en palabras de un portavoz del Ministerio de Información en Damasco.

Los jesuitas lo niegan: “No ha habido persecución religiosa. Somos cristianos, pero también humanos, y nos puede el miedo. Es el motor del exilio. Los que se han ido escapan más por las bombas del Ejército regular que por la presión de las milicias desertoras”, insisten.conflicto en Siria calles bombardeadas

La concentración de rebeldes en zonas cristianas de Homs es realmente elevada, explica la agencia Fides, porque es fácil esconderse en sus calles estrechas, antiguas, el núcleo de la ciudad, pero Hilal niega que los usen como escudos humanos, como repiten los funcionarios damasquinos. “Hay respeto en mitad de la lucha y también en la espera de la paz. Durante semanas, en un colegio próximo, han convivido casi 500 cristianos con otros tantos musulmanes suníes”, describe.

El religioso explica que varios imanes de Homs y su provincia se han “disculpado” por los problemas que los opositores hayan podido causar a la población cristiana tras la toma de casas particulares e iglesias como refugio, “que no han causado daño. Las bombas y los morteros, sí. Han demostrado que, cuando baja el asedio de la ciudad y no las necesitan, las dejan pacíficamente”, indica el religioso.

La prudencia le exige pocos detalles, por eso recela de relatar su día a día en la sede local. “Digamos que a nuestras obligaciones habituales de oficios y educación, hemos sumado la de cocineros, médicos, enfermeros…”, apunta apenas. Una labor en la que colabora la agrupación Cristianos de Homs, jóvenes católicos de todo tipo que buscan desde un refrigerador de fruta donde poder colocar cadáveres a la espera de un entierro seguro a generadores para los hospitales destartalados, pasando por lápices con los que dibujar con los pequeños heridos y mantas para los ancianos.

Con ellos colabora Yosef Agui, un joven seminarista libanés de 25 años, trasladado a Homs en enero pasado “tras ver en las noticias el dolor del pueblo”, y que relata, a través del correo electrónico, la dureza de la resistencia.

La Cruz Roja Internacional denuncia precisamente estos días la falta de acuerdo entre Gobierno y oposición armada para pactar un alto el fuego que les permita prestar ayuda humanitaria. Solo han entrado cinco veces a la ciudad. No han asistido ni a medio centenar de personas.

El P. Ziad Hilal asegura que ni uno solo de
los miembros de su comunidad, una veintena de jesuitas,
ha abandonado su sede, hoy baluarte de
calma y alimento, agua y medicinas.

Agui niega que en sus seis meses en la zona haya visto ejemplos de “limpieza deliberada” contra los cristianos por parte del Gobierno –“saben cuán impopular sería hacerlo”– o a manos de rebeldes anti Asad, que es la otra versión, defendida especialmente por la madre Inés María de la Cruz, directora del centro católico de atención a los medios de comunicación en Damasco, y “persona muy cercana” al círculo de poder del presidente, según denuncian grupos disidentes, como los Comités Locales de Coordinación y el Observatorio Sirio por los Derechos Humanos.

En su oficina aportan un rosario de acusaciones contra el rebelde Ejército Libre de Siria: quema de iglesias y de conventos, profanaciones de cementerios, razias contra jóvenes cristianas, apropiación de bienes… Y denuncian que la prensa internacional solo se fija en sus versiones y reproduce “informaciones que desgastan al Gobierno, siempre respetuoso con las minorías”.

La “farsa” de Asad

“Apoyamos las reformas que el gabinete quiere emprender y pedimos un diálogo provechoso que no rompa la unidad nacional ni lleve a Siria a una guerra confesional, que la primavera siria no sea el invierno de los primeros cristianos árabes”, afirman como posición oficial de sor Inés.

El Asad en Siria se mantiene fuerte gracias al apoyo de China y Rusia

El Asad se mantiene fuerte gracias al apoyo de China y Rusia

Lo cierto es que, durante el conflicto, se ha modificado la Constitución, abriéndola al multipartidismo, y se han celebrado elecciones legislativas, pero siempre sin contar con la oposición y con condiciones-trampa que han convertido el proceso en una “farsa”, denuncian los Estados Unidos y la Unión Europea.

Además, la pretendida “unidad nacional” es una quimera, a tenor de las manifestaciones de cientos de miles de ciudadanos reclamando más derechos y libertades, pese a la represión mortal y los arrestos sin justificación. No hay una guerra civil generalizada en Siria, pero tampoco un país unido en torno a su líder, amenazado por una guerrilla.

Entre las dos posiciones extremas, dos millones de sirios, el 10% de la población, que profesan alguna de las 11 confesiones cristianas representadas en el país, que asisten a alguna de sus 33.000 parroquias. Ha habido un cambio radical en estos meses: Asad ya no tiene el aval unánime de esta comunidad, como antaño.

En Siria gozaban de cierta protección del régimen, pero ahora, como ciudadanos, parte de ellos también salen a la calle reclamando cambios, con idéntica ansia de libertad.

“Nuestra relación con el Gobierno es cordial, nos tienen mimados”, decía en marzo de 2011 Isidoros Batikha, obispo greco-católico de Siria central, en una entrevista con BBC Radio. Y enumeraba las bondades del Ejecutivo del partido único Baaz: “Suelo gratuito para levantar iglesias, exenciones del pago de impuestos y electricidad o permiso para que los curas no hagan el servicio militar”.

“Tenemos toda la libertad del mundo. Solo están limitadas las conversiones”, decía Batikha, recordando la protección como atractivo turístico de puntos clave para la cristiandad, como las ruinas del monasterio de San Simeón el Estilita, cerca de Alepo.

“Puesto que la religión cristiana está hecha
de amor, justicia e igualdad,
los cristianos de Siria somos uno
con nuestros hermanos musulmanes y no podemos
dejar de sumarnos a las movilizaciones pacíficas
por la igualdad y la justicia y contra la opresión”.

Ania (nombre ficticio), una abogada de esta ciudad, de 32 años, explica que muchos cristianos se han “conformado” durante décadas con esos beneficios y con la tranquilidad que aportaban Asad y su padre, Hafez, porque “la comparación con nuestro entorno era terrible. Veíamos morir a los cristianos de Irak o de Egipto y tan solo deseábamos seguir igual: vivos”.

Entonces, reflexiona, los problemas de la comunidad en Siria eran internos, menores, tales como “mantener la fe entre los jóvenes, evitar que se marcharan fuera a estudiar o trabajar, ampliar las comunidades de base, dar acogida a los emigrantes de otras naciones donde eran perseguidos y no empequeñecernos ante la creciente demografía de los musulmanes”.

manifestantes opositores al régimen de Al Asad en Siria

Manifestación de opositores al régimen de Bashar el Asad

La ruptura de gran parte del pueblo con Asad al calor de las revueltas de Egipto, Túnez o Yemen, les abrió los ojos, evidenciando “que el silencio que se había mantenido no era correcto”. Por eso Ania, desde su parroquia de barrio, junto a otros amigos de otras ciudades, impulsó la llamada Comunidad Cristiana Libre, en apoyo a los manifestantes.

En diciembre pasado emitieron un primer comunicado, transparente, “frente a quienes, por fuerza, nos quieren hacer cómplices del régimen”. El párrafo más comprometido dice así: “Puesto que la religión cristiana está hecha de amor, justicia e igualdad, los cristianos de Siria somos uno con nuestros hermanos musulmanes y no podemos dejar de sumarnos a las movilizaciones pacíficas por la igualdad y la justicia y contra la opresión que nos afecta a todos (…). Llevamos siglos viviendo en Siria sin necesidad de que un individuo garantice nuestra supervivencia”.

Para ellos fue un triunfo la declaración que emitió de seguido el obispo Louka al Khour, al frente del Patriarcado ortodoxo griego, quien se manifestó “orgulloso” de pertenecer a la Iglesia árabe más antigua, siempre “libre de ataduras políticas”. “Los líderes cristianos han sido acusados de ser cómplices del Gobierno, pero esto simplemente no es cierto (…). Los sirios solo pertenecen a su tierra, no a sus regímenes. Tenemos miedo, es evidente, porque nunca habíamos sido testigos de semejante violencia hasta ahora. Pero no estamos con el Gobierno, sino con el país y con cualquiera que sirva a nuestra tierra y a nuestros intereses”, enfatizó.

Miedo al islamismo

El fantasma del islamismo creciente si Asad cae es lo que ha hecho que algunos países occidentales e Israel tardasen meses en condenar la persecución del contrario, civiles en su mayoría. Sin embargo, la hermana Marie, profesora de Historia y miembro de la comunidad de la Cueva de Santa Tecla, en Maalula, niega la mayor.

No hay, sostiene, facciones islamistas potentes en Siria, aunque el riesgo de que entren “elementos peligrosos” desde las fronteras es “hoy muy real”. Al Qaeda ya lo intenta. Y lo logra, dice la CIA. “De ahí a que ostenten el poder va un gran trecho. Asad, lo que teme es que haya un cambio en el Gobierno a favor de los suníes, mayoritarios en la base del Estado, pero que no han mandado nunca y están ansiosos por hacerlo de una vez”.

La ONU le da la razón. Paulo Pinheiro, investigador especial de Naciones Unidas destinado en Siria, explica desde Ginebra que la crisis nacional es “cada vez más sectaria”, pero no contra otras religiones no musulmanas, sino entre las distintas facciones del islam. “En mis entrevistas [casi 400 realizadas entre febrero y junio] he descubierto que, más allá de la pelea entre los detractores y los afines al régimen, cada vez pesa más en la planificación de los ataques el factor étnico, la división entre suníes y alauitas, especialmente”.

La crisis nacional es “cada vez más sectaria”,
pero no contra otras religiones no musulmanas,
sino entre las distintas facciones del islam.

Han surgido incluso grupos de cristianos mixtos, partidarios y críticos del Gobierno, que se han unido en el movimiento popular Mussala (Reconciliación), una apuesta por “el trabajo conjunto desde la base, la familia, la vecindad, los clanes… La sociedad civil siria, en resumen, personas que creen poder avanzar unidas en una salida a la crisis”, resume el P. Catep, uno de sus miembros, un sacerdote de Tartus destinado en las afueras de Damasco.

Esta tercera vía tiene esperanzas en la creación del nuevo Ministerio de la Reconciliación, que Asad ha puesto en manos de un opositor templado, con quien pretenden diseñar “un futuro armónico para Siria”.

Para ellos, aún quedan esperanzas “de reformas reales” por parte del Gobierno; es más, entiende Catep que “Asad tiene toda la voluntad de ayudar, pero es su círculo, el núcleo duro del partido, el que no le deja”.

gente enterrando cadáveres en el conflicto en Siria

La represión gubernamental ha causado más de 6.000 muertes

Llega a igualar la violencia ejercida por el régimen (6.143 muertos, 14.000 presos políticos y 96.000 refugiados, según datos oficiales de Naciones Unidas) con la que es responsabilidad de la oposición armada (casi 2.000 policías y soldados asesinados y 200 civiles víctimas de atentados “terroristas”, según acusan desde Damasco).

El papel del nuncio

El nuncio del Vaticano en Siria, Mario Zenari, reitera en sus intervenciones una visión que engloba a todas las sensibilidades porque, “lamentablemente, esto es un descenso a los infiernos para todos los habitantes”. Habla de “explosión de odio” en ciernes, pero deja claro que los cristianos del país no están sufriendo una persecución premeditada por parte de los musulmanes, de ningún bando.

Sus palabras más duras siempre han ido contra las matanzas del Gobierno confirmadas por organismos internacionales –el cerco de Homs en la pasada Navidad, los cien niños y mujeres ejecutados en Houla en mayo– y su censura a Asad ha sido medida, casi milimétrica, con las palabras que ha usado el Consejo de Seguridad de la ONU: violación de derechos humanos, crímenes contra la humanidad, violencia gratuita.

Zenari se ha convertido en una figura importante para el máximo organismo de gestión de Naciones Unidas, ya que su enviado especial a la zona, Kofi Annan, lo ha tomado como mediador oficioso para convencer al Ejecutivo y a los opositores de que cumplan el alto el fuego, una labor que más sacerdotes reproducen a pequeña escala, en ciudades como Douma.

Hace unos días, el papa Benedicto XVI hizo su última alusión al conflicto, reclamando a la comunidad mundial que “no ahorre esfuerzos” para lograr el cese de hostilidades, para evitar “que la situación desemboque en un conflicto generalizado”, con “graves consecuencias” en toda la región, y para lograr que la asistencia a heridos y desplazados sea efectiva, informa EFE.

El Papa ha reclamado a la comunidad
mundial que “no ahorre esfuerzos”
para lograr el cese de hostilidades, para evitar
“que la situación desemboque
en un conflicto generalizado”.

Grandes ONG cristianas con base en Jerusalén denuncian los problemas burocráticos que están encontrando para introducir personal y material en Siria. Hoy, solo la Cruz Roja y su filial, la Media Luna, tienen permiso, al igual que Damasco niega los visados a la prensa internacional, de ahí que la mayoría de las informaciones sean difícilmente contrastables.

Hay quien, a falta de acceso libre, se vuelca mientras con los refugiados. Es el caso del centro jesuita de Amman, la capital de Jordania, que ha activado un servicio de asistencia para los expatriados que han llegado al país huyendo de los combates, las detenciones, la tortura.

El Gobierno jordano va a construir un centro donde tratar a los más de 12.000 sirios que han cruzado la frontera, con financiación del ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados), pero mientras llega, ayudas como la de los jesuitas son esenciales. En este caso, se acoge mayoritariamente a cristianos, pero no se cierran las puertas a nadie.

En el nº 2.808 de Vida Nueva.

 

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