Tribuna

Gianni Vattimo versus Carmelo Dotolo

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Francesc TorralbaFRANCESC TORRALBA | Filósofo

“Dialogar es estar dispuesto a hospedar la palabra del otro en el propio interior; es, en este sentido, un ejercicio de hospitalidad, cuyo fin es progresar en el conocimiento de la verdad…”.

La lectura del diálogo entre el teólogo Carmelo Dotolo y el filósofo turinés Gianni Vattimo vertido en el opúsculo Dios: la posibilidad buena (Herder), me ha resultado muy sugerente.

Se trata de un libro breve que evoca un intercambio ágil de preguntas y de respuestas; contiene una conversación, en el sentido gadameriano del término, entre un teólogo de gran solidez intelectual y el mundialmente conocido padre del pensiero debole. En el libro fluyen las ideas de un lado a otro y la confrontación de puntos de vista resulta explícita en muchos momentos del recorrido, pero siempre desde un gran sentido del respeto y de la comprensión.

No se trata de una quaestio disputata al estilo medieval, pues la controversia no se formula en términos de lucha persuasiva o de combate argumentativo. Cada cual parte de su mundo interior, no se cuestiona lo dado, los implícitos filosóficos y espirituales que subsisten en cada interlocutor; pero aun así, no es un puro ejercicio retórico de buenas maneras, ni una performance posmoderna. Hay combate limpio, cortés, pero sin voluntad de convencer al otro.

La lectura del texto me ha suscitado una cuestión nada fácil de dilucidar: ¿cuál es el fin último del diálogo entre creyentes y no creyentes, entre los laici y los cattolici? ¿Por qué deberíamos dialogar? ¿Qué pretenden los interlocutores cuando se encuentran? ¿Acaso buscan lo mismo? Es fundamental discernir el telos del diálogo para, luego, poder valorar si tal actividad ha cumplido con sus expectativas. Muchas veces, los mismos interlocutores parten de objetivos completamente opuestos, y el resultado es frustrante.

En este punto particular, el de la razón de ser del diálogo, Carmelo Dotolo y Gianni Vattimo discrepan profundamente. Escribe el autor de El fin de la modernidad: “La única verdad que podemos esperar del diálogo es el establecimiento de condiciones con las que sea posible dialogar. El resto, podríamos decir –sigue el apóstol del pensiero debole–, son ‘historias’, las historias que en el diálogo nos contamos unos a otros, sin ninguna pretensión de enseñar nada” (p. 114).

No comparto la tesis de Gianni Vattimo según la cual la finalidad del diálogo radica en identificar las mismas condiciones de posibilidad del diálogo.

No cabe duda de que el filósofo turinés es consecuente con sus premisas. Si la razón, léase el logos, es débil, solo se puede esperar de su ejercicio una dilucidación de las condiciones formales del diálogo, pero la verdad es algo que le trasciende y que ni siquiera se puede plantear como horizonte último. Esta visión del diálogo está realmente a las antípodas de Platón, pero también de la visión que se desprende la ética discursiva de Jürgen Habermas.

Lo esencial del diálogo son, precisamente, las historias, los relatos que nos contamos. Nunca lo he concebido como un pasatiempo, menos aún como una pura dilucidación de las reglas formales que lo deben garantizar. Lo esencial son los contenidos, los modos de percibir la realidad, el contraste de perspectivas y de visiones.

Dialogar, como sugiere Emmanuel Mounier, es estar dispuesto a hospedar la palabra del otro en el propio interior; es, en este sentido, un ejercicio de hospitalidad, cuyo fin es progresar en el conocimiento de la verdad, de una verdad que no pertenece como patrimonio a ninguno de los interlocutores que están el baile, sino que les trasciende a ambos.

El drama del pensiero debole es que no atribuye valor ni potencia al logos, tampoco al intercambio honesto de logoi. Por consiguiente, el diálogo no puede entrar en el terreno de los relatos, menos aún de les grands récits, que son los que verdaderamente interesan a todo ser humano.

Más allá de las perspectivas, el diálogo solo tiene sentido si se atribuye al logos una cierta capacidad para atisbar algo de la verdad, una verdad que no se abre camino a través del monólogo, sino del intercambio agápico de logoi y que aspira a expresar algo del Logos que lo sustenta todo.

En el nº 2.807 de Vida Nueva.