Vatileaks: un escándalo “tutto” italiano

Valentina Alazraki, vaticanista de Televisa

Vaticanistas achacan los problemas a la “italianización” de la Curia y el Colegio cardenalicio

obispos y cardenales de la Iglesia foto desenfocada

DARÍO MENOR. ROMA | Además del contenido de un centenar de documentos confidenciales, el escándalo de Vatileaks ofrece la posibilidad de llegar a unas cuantas conclusiones sobre la situación del gobierno de la Iglesia católica. La primera es que la estructura de la Santa Sede es mucho más débil de lo que podía imaginarse. [Vatileaks: un escándalo “tutto” italiano – Extracto]

Aunque sus decisiones tienen repercusiones para los casi 1.200 millones de católicos que hay en el mundo, su gestión no parece estar a la altura. Lo ha demostrado el hecho de que la traición de un trabajador poco cualificado y sin responsabilidades de poder como era Paolo Gabriele, el mayordomo de Benedicto XVI, y sus posibles cómplices, pueda poner en jaque a toda la institución.

La segunda conclusión es que esta debilidad es, en parte, consecuencia de la falta de internacionalidad de la Curia y de quien trabaja en el Vaticano, donde no encuentra representación la universalidad del catolicismo. Es más bien al contrario, pues los italianos son la inmensa mayoría.

Son precisamente de esta nacionalidad los protagonistas de Vatileaks, un escándalo que vuelve a demostrar la compleja y estrechísima relación que mantienen los dos poderes que se levantan a ambos lados del río Tíber.

Frédéric Mounier, vaticanista de La Croix

Frédéric Mounier, de 'La Croix'

“Por el número de personas que trabajan en ella, la Santa Sede tiene la talla de una ONG mediana”, comenta Frédéric Mounier, corresponsal en el Vaticano del diario católico francés La Croix. No son, en efecto, muchas las personas que sacan adelante con su trabajo la sede apostólica.

Según dijo en L’Osservatore Romano el cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio cardenalicio, en la Curia prestan hoy servicio 2.843 hombres y mujeres, mientras que hay 2.001 que lo hacen en la Gobernación de la Ciudad del Vaticano, el organismo que gestiona los museos, jardines y obras del Estado pontificio.

Son, pues, en total, alrededor de 5.000, la misma cifra de trabajadores remunerados que tiene Cáritas en España.

“Aproximadamente la mitad de estas personas son italianas, lo que aumenta la debilidad de la institución, pues sus relaciones están marcadas por redes familiares, conexiones personales y compromisos entre diversos grupos. Sus pocos efectivos y la composición de estos hace que el Vaticano no alcance los niveles europeos de gestión como se esperarían en una institución de esta importancia”, lamenta Mounier.

“La mitad de los trabajadores de la Curia
son italianos, lo que aumenta la debilidad
de la institución, pues sus relaciones están marcadas
por redes familiares, conexiones personales y compromisos”.

Frédéric Mounier.

Un vaticanista estadounidense que prefiere mantenerse en el anonimato también señala al gran número de italianos en la Santa Sede como parte del problema: “El último escándalo es la enésima señal de que hace falta más internacionalidad. Los italianos sienten que la Curia es como su empresa familiar. Una empresa familiar que gestiona la religión más global del mundo”.

El poder de los prelados transalpinos ha aumentado durante el pontificado de Benedicto XVI tanto en la Curia, donde controlan la mayoría de los vértices de gestión y de organización económica, como en el Colegio cardenalicio. Alrededor de un 25% de los miembros de este organismo ha nacido en Italia, una cifra que no cambia entre los purpurados electores y los que ya han superado los ochenta años. Este porcentaje, además, ha crecido con los dos últimos consistorios, donde los italianos, especialmente los curiales, fueron mayoría.

Las peleas entre las diversas corrientes de este colectivo han sido las que habrían acabado provocando las filtraciones de Vatileaks, según comentan los diarios de Roma.

Juan de Lara, vaticanista de la Agencia Efe

Juan de Lara, de la 'EFE'

“Cuando se analizan los documentos que han aparecido, se ve que en la mayoría de ellos los italianos son los protagonistas. Casi todos los textos tienen que ver con las relaciones entre Italia y la Santa Sede. Hay un choque de fuerzas con la vista puesta en el próximo cónclave. Está en juego el siguiente pontificado”, sostiene Ignazio Ingrao, experto en información religiosa del semanario Panorama.

Juan de Lara, vaticanista de la Agencia Efe, se muestra más cauto: “Es difícil saber lo que ocurre realmente dentro de la Santa Sede. Las filtraciones han sido casi todas de documentos de interés para los italianos, lo que refleja que la Curia está en su mayoría formada por personas de este país. Al final, da la impresión de que el Vaticano es casi una parte de Italia. O viceversa. Durante décadas, la política transalpina estuvo dominada por la Democracia Cristiana, que seguía el pensamiento vaticano. Otro detalle es la influencia que tiene el Papa en la elección del presidente de la Conferencia Episcopal Italiana”.

“Con una mayor internacionalidad
tal vez también se darían estos problemas,
ya que es en Italia donde se da más importancia al Vaticano”.

Juan de Lara.

Para dar la vuelta a esta situación no sería suficiente con aumentar el número de prelados de otras nacionalidades en la Curia, pues, como afirma Valentina Alazraki, corresponsal en Roma de la televisión mexicana Televisa, el gran problema estriba en “hacer encajar la mentalidad de los que no son italianos en la Curia”.

“Con una mayor internacionalidad tal vez también se darían estos problemas, ya que es en Italia donde se da más importancia al Vaticano”, concuerda en parte De Lara.

La periodista mexicana, quien cubrió la totalidad del pontificado de Juan Pablo II, recuerda que con el Papa polaco había una mayor representación de la universalidad de la Iglesia en el Vaticano.

Ignazio Ingrao, vaticanista de Panorama

Ignazio Ingrao, de 'Panorama'

“Ahora, sin embargo, se vuela bajo. Parece que hay un ajuste de cuentas entre distintos sectores mientras que el gobierno de la Iglesia está muy descuidado. Antes, el Vaticano tenía un peso geopolítico que hoy no tiene. Cuando Juan Pablo II hablaba, provocaba una gran reacción en la opinión pública de todo el mundo. Con Benedicto XVI no pasa eso. Da la sensación de que el Vaticano está demasiado ocupado con cuestiones de poder italianas”, dice Alazraki.

La “italianización” de la Curia y del Colegio cardenalicio contrasta con el deseo mostrado por Benedicto XVI en varias ocasiones por aumentar su universalidad y reducir la burocracia. Ingrao recuerda que fue Pablo VI quien lanzó la idea de una mayor internacionalidad en el Vaticano, un deseo que Juan Pablo II llevó a la práctica. El periodista de Panorama explica la detención de este proceso por dos motivos.

El primero es el eurocentrismo de Benedicto XVI. “El pontificado de Juan Pablo II desde un punto de vista geopolítico fue atlántico, centrado en el continente americano. Existía un eje entre la Santa Sede y los Estados Unidos para hacer caer el Muro [de Berlín]. El de Ratzinger, sin embargo, es un pontificado eurocéntrico. Está convencido de que en Europa está la cuna del cristianismo, donde se da la mano con el helenismo. Su mayor preocupación es la secularización; de ahí viene que se centre en Europa. Por eso se rodea de una Curia eurocéntrica e italocéntrica”, comenta Ingrao.

“Casi todos los textos filtrados tienen que ver
con las relaciones entre Italia y la Santa Sede.
Está en juego el siguiente pontificado”.

Ignazio Ingrao.

La segunda causa, en su opinión, viene de la dificultad de la Iglesia para seleccionar a su clase dirigente. “El Papa nombra a quien conoce y de quien se fía. Por eso eligió como secretario de Estado al cardenal Tarcisio Bertone, quien, a su vez, también hace lo mismo”.

Durante sus siete años de pontificado, Benedicto XVI no ha dado señales de querer zambullirse en la dificultosa empresa de reformar la Curia. “Cuando todavía era cardenal, Ratzinger le comentó al entonces director de la revista America que su carisma no era la gestión. Tampoco es el de Bertone, quien es recordado de su tiempo cuando trabajaba en la Congregación para la Doctrina de la Fe como alguien accesible y simpático, pero no como quien hacía funcionar las cosas”, afirma el vaticanista estadounidense.

Mounier está de acuerdo con él: “Los objetivos de reforma de Benedicto XVI, cuando los expresa, son muy interesantes. Pero su verdadero objetivo es que la fe vuelva a estar en el centro de las personas. Ratzinger no es un gestor, no es un hombre de poder”.

Ingrao, por su parte, puntualiza que el pontificado de Benedicto XVI es “pedagógico”, no “de gobierno”, pues su prioridad es anunciar el Evangelio en un mundo que registra una leve pero continua caída de la fe.

Valentina Alazraki, vaticanista de Televisa

Valentina Alazraki, de Televisa

El escándalo de Vatileaks y las otras crisis que jalonan el período de Ratzinger en el timón de la barca de Pedro tal vez se ha visto amplificadas por la forma que tiene Benedicto XVI de afrontar los problemas.

“Cuando surgen dificultades, hace llamamientos para superarlas a través de la oración y de la fe. Este camino no es compatible con las exigencias del mundo posmoderno, que pide transparencia y que los problemas se resuelvan con celeridad”, sostiene el vaticanista de La Croix.

Su colega estadounidense recuerda que en el libro Mi hermano, el Papa, en el que Georg Ratzinger narra sus memorias, se cuenta que en la familia Ratzinger los problemas se afrontaban rezando y esperando que Dios echase una mano para resolverlos.

“Parece que hay un ajuste de cuentas
entre distintos sectores, mientras que
el gobierno de la Iglesia está muy descuidado”.

Valentina Alazraki.

Pese al enorme ruido mediático que han provocado las filtraciones de Vatileaks, los periodistas consultados concuerdan en que el escándalo, a diferencia de lo ocurrido con los abusos sexuales a menores cometidos por clérigos y religiosos, no afectará a la fe de los católicos.

“Lo que ha sucedido deja en mal lugar a la Curia romana, no a la Iglesia universal”, opina Alazraki. De Lara, por su parte, subraya que “la Iglesia lleva 2.000 años en pie y no se va a derrumbar por esto”.

En el nº 2.806 de Vida Nueva.

 

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