Comuniones sobrias y solidarias

niña con un sacerdote en catequesis para Primera Comunión

niña con un sacerdote en catequesis para Primera Comunión

JOSÉ LUIS PALACIOS | “Un día de estos, alguno va a venir vestido de bombero”. No es raro escuchar esta contestación a los curas que celebran las primeras comuniones. Aún hoy, para muchos chavales es el día en que “estrenan reloj pero abandonan la Iglesia”.

La presión consumista, la desorientación sobre la naturaleza de la fiesta a la que se incorporan los menores, y puede que el alivio de deshacerse de la molesta rutina de acudir semanalmente a la Iglesia, acaban confundiendo a muchas familias, que convierten “ese gran día” en un “único día” repleto de despropósitos.

Hasta Benedicto XVI ha tenido que recomendar a párrocos, padres y catequistas preparar la fiesta de la Primera Comunión de los niños “con fe, gran fervor, pero también con sobriedad”.

Aunque la crisis nos ha restado poder de compra, estas celebraciones son con frecuencia una excusa para tirar la casa por la ventana. La Federación de Usuarios y Consumidores Independientes cifra el coste medio de celebrar una comunión en España en 2.125 euros.

No es extraño que el obispo de Plasencia, Amadeo Rodríguez, haya salido al paso en una carta pastoral para alertar de la perversión que puede suponer esta vivencia infantil “por excesos increíbles de una sociedad que ha perdido el equilibrio y se ve incapacitada para situar cada cosa en su justa medida: gastos fuera de lugar, macrofiestas, regalos sin proporción, viajes a Eurodisney…”.

Con crisis o sin crisis

El prelado considera que “la medida de las primeras comuniones es la de la sencillez y la de la austeridad. Si es un acontecimiento de niños y niñas, es antinatural que en él se haya instalado el capricho y el despilfarro. Con crisis o sin crisis, es necesario que las cosas vuelvan a hacerse a la medida de los dos protagonistas de ese precioso acontecimiento de la vida de los niños: a la medida de Jesús, que les ofrece su gracia y su amistad de un modo gratuito, y a la de los niños y niñas que por primera vez acogen con alegría el amor de Jesús”.

No pocas parroquias y colegios que sugieren el uso de un hábito blanco para igualar –y evitar gastos suntuosos– a los comulgantes, promueven recurrir a vestidos y trajes de segunda mano, mejor si son prestados por miembros de la comunidad, o hacen ver la conveniencia de comprar ropa que luego se vuelva a usar.

También cada vez con más frecuencia cunde la propuesta de dedicar los gastos previstos por las familias y los invitados a los regalos a financiar diferentes proyectos solidarios, ya sea de los que pueda tener en marcha la misma comunidad u otros a través de alguna ONG.

En el nº 2.803 de Vida Nueva.

 

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