Tribuna

El Atrio de los Gentiles

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El cardenal Ravasi, nuevo columnista de ‘Vida Nueva’

cardenal Gianfranco Ravasi y cardenal Lluís Martínez Sistach Atrio de los Gentiles de Barcelona

Los cardenales Ravasi y Sistach, en el Atrio de los Gentiles en Barcelona

GIANFRANCO RAVASI, cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura | “Te lo suplico, Dios mío, intenta existir, al menos un poco, para mí, abre tus ojos. ¡Te lo suplico! Esfuérzate en ver. ¡Vivir sin testigos es para nosotros un infierno! Por eso yo grito: ¡Padre mío, te suplico y lloro! ¡Existe!”. Es el grito del escritor ruso Aleksandr Zinóviev, autor de la novela Cumbres abismales, y podría ser implícitamente el de cualquier ateo a la búsqueda de un Dios escondido que no “telefonea” nunca a su criatura, que está angustiada a la espera de una llamada.

De esta forma lo había declarado Eugène Ionesco en una entrevista: “Me arrojo sobre el teléfono cada vez que suena, con la esperanza, defraudada cada vez, de que pueda ser Dios quien me llama. O al menos, uno de los ángeles de su secretaría”.

cardenal Gianfranco Ravasi

G. Ravasi

Aunque se declaren ateos, la cuestión de Dios sigue estando presente en muchos hombres y mujeres. “Preocuparnos por que el hombre no arrincone [este tema] como una cuestión esencial de su existencia” es el llamamiento lanzado por el propio Benedicto XVI con ocasión del discurso de felicitación navideña a la Curia romana en diciembre de 2009, en el que pedía que se abriese también hoy una suerte de ‘Atrio de los Gentiles’.

Respondiendo a esta invitación, nació, en el seno del Pontificio Consejo de la Cultura, la institución denominada precisamente “Atrio de los Gentiles”, con el objetivo de realizar un lugar simbólico de diálogo entre creyentes y ateos, deseosos de confrontar entre ellos los grandes temas del ser, de la existencia y del propio misterio de Dios.

En continuidad con la tradición judía, la imagen del atrio evoca el patio más exterior del Templo de Jerusalén, en el que eran admitidos los gentiles, es decir, los paganos –considerados no creyentes por los judíos– que querían aproximarse al Templo. Este atrio estaba separado del de los israelitas por medio de un muro divisorio.

El apóstol Pablo subraya, sin embargo, que Cristo ha venido para “derribar el muro de separación que dividía” a los judíos y a los gentiles, “para hacer en sí mismo, de los dos, un solo hombre nuevo, haciendo la paz y reconciliando a los dos en un único cuerpo” (Efesios 2, 14-16).

“Un diálogo auténtico,
desarrollado en el terreno de la humanidad común,
puede no demoler, sino reforzar,
la identidad profunda, específica de cada uno”.

El Atrio de los Gentiles, por tanto, se está desarrollando como una oportunidad real de diálogo entre fe y razón, dos conceptos que se preguntan y buscan alrededor de las cuestiones capitales últimas y penúltimas, como son el ser y el existir.

Es esto lo que tuvo lugar el mes de marzo de 2011 en París, donde se inauguró oficialmente el Atrio en la sede de la Unesco, en la Universidad de la Sorbona, en la Academia de Francia y, para los jóvenes, en la plaza de Notre-Dame. En aquellos días, voces creyentes y agnósticas se confrontaron amigablemente. Cada uno tenía los pies bien plantados en su “atrio” de búsqueda, pero todos estaban en posición de escucha, con la mirada dirigida hacia el confín, hacia las razones del otro.

De Bucarest a Florencia, de Tirana a Barcelona, de Estocolmo a Palermo, de Praga a Marsella, hasta Québec y hasta los Estados Unidos, los encuentros se están multiplicando. Además, el Atrio ha aparecido en Internet con un portal, Cortile dei Gentili, que no solo representa su identidad, estructura y objetivos, sino que también constituye un estímulo y un apoyo para la búsqueda personal.

La confianza que mueve estas iniciativas es la certeza de que un diálogo auténtico, desarrollado en el terreno de la humanidad común, puede no demoler, sino reforzar, la identidad profunda, específica de cada uno.

La palabra clave es, por tanto, búsqueda, sobre la estela de la admonición que ya brillaba en la Apología de Sócrates, en la que Platón ponía en boca de su maestro esta frase iluminadora: “Una vida sin examen no merece ser vivida”.

En el nº 2.802 de Vida Nueva.

 

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