El injustificable recorte a la ayuda al desarrollo

una voluntaria ayuda a una anciana en el tercer mundo

JORGE SERRANO PARADINAS, coordinador de Estudios y Relaciones Institucionales de Entreculturas | Los Presupuestos Generales del Estado para este 2012 reducen la cooperación internacional a la mínima expresión. La Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) de los españoles no llegará al 0,25% de la renta nacional bruta. Esto significa que, de media, el esfuerzo de los españoles para aliviar las necesidades básicas de las personas más empobrecidas del planeta será inferior a 2,5 euros por cada 1.000 de renta. [El injustificable recorte a la ayuda al desarrollo – extracto]

Lejos queda aquel 0,7% exigido por la ciudadanía en acampadas y manifestaciones y comprometido por el Gobierno en decenas de ocasiones. En papel mojado parece haberse convertido el Pacto de Estado contra la Pobreza, firmado por todos los partidos en 2007. Los esperanzadores aumentos de la ayuda realizados entre 2004 y 2009, y que situaron la AOD en el 0,46%, se desvanecen en los presupuestos de 2012.

Jorge Serrano

Los sucesivos recortes realizados por ambos gobiernos desde 2010 sitúan a la cooperación internacional en la partida más castigada del presupuesto, habiéndose reducido a menos de la mitad en solo dos años, volviendo ahora a los niveles de 2004.

Qué mensaje se transmite

¿Qué mensaje transmitimos los españoles con estos presupuestos? ¿Quién es capaz de defenderlos? El argumento que trasladan desde el Gobierno es que el recorte ha sido necesario para no tener que recortar en pensiones.

El ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, dijo ante la Comisión de Cooperación Internacional del Parlamento la siguiente frase: “Recortar [la ayuda al desarrollo] es doloroso, pero más lo es hacerlo en las pensiones”.

Este argumento es falaz, pues los 2.000 millones recortados en ayuda internacional, aun siendo esenciales para los países pobres, suponen una cantidad pequeña en relación con los 116.000 millones de euros que se necesitan para pagar las pensiones cada año. Además, no se trata de contraponer a unas personas y colectivos frente a otros.

No creo que los pensionistas, que llevan cotizando para su pensión desde que comenzaron a trabajar, vean con agrado que se les diga que su pensión se ha podido mantener intacta gracias a los recortes realizados sobre la ayuda destinada a las personas más pobres del planeta.

Esa ayuda debería ser incuestionable. No podemos decir que no hay dinero en España mientras nos tomamos un café, hacemos una llamada de teléfono, abrimos el grifo, llevamos a nuestro hijo al cole o al médico o cogemos el autobús para ir a la oficina del INEM. Los españoles debemos reaccionar con solidaridad frente a la crisis dramática que está sufriendo nuestro país y, a la vez, tomar conciencia de que todas estas actividades rutinarias que realizamos cada día son objetivos inalcanzables para miles de millones de personas.

El problema es que la renta española
ha bajado un 5%,
mientras que la ayuda internacional
lo ha hecho en un 50% .

El descenso en la ayuda procedente de los países ricos provocará, en consecuencia, que no se cumplan los Objetivos de Desarrollo del Milenio firmados por casi todos los gobiernos del mundo en el año 2000.

Estos objetivos, que suponían un acuerdo internacional de mínimos, exigían para 2015 mejoras sustanciales en aspectos esenciales para la vida, como la alimentación de millones de personas desnutridas; el acceso a la educación básica de niños y niñas; la lucha contra enfermedades como la tuberculosis, la malaria o el sida; o la dotación de servicios de primera necesidad, como el agua potable y el saneamiento.

Pero no debemos tampoco dejar de resaltar los grandes avances conseguidos gracias a la ayuda canalizada por países como el nuestro.

Grandes logros

Por citar solo tres ejemplos: la mortalidad infantil en el mundo se ha reducido de 33.000 muertes diarias en 1990 a menos de 24.000 hoy; el número de niños y niñas sin escolarizar se ha reducido de 106 millones en 1999 a 69 millones hoy; y, casi con toda seguridad, en 2015 se logrará cumplir con el objetivo de reducir a la mitad el número de personas que viven en pobreza extrema en el mundo.

una voluntaria ayuda a una anciana en el tercer mundoAunque la satisfacción por esta mejora contrasta con el dramatismo del reto que tenemos por delante, es evidente que la ayuda internacional destinada por los países ricos estaba dando resultados. ¡Eso era lo que nos animaba para exigir que se cumplieran los compromisos del 0,7%! Ver que el dinero destinado a la cooperación mejoraba la vida de las personas más empobrecidas era el mayor de los incentivos para seguir en esa línea y hacer todo lo posible por movilizar más recursos.

Aunque quedaban aún importantes medidas que tomar para maximizar la eficacia de la ayuda, la cooperación española había mejorado mucho en la última década. Se había alineado a España en la senda de los objetivos internacionales, se había hecho un fuerte énfasis en la planificación de la ayuda y se habían hecho esfuerzos por coordinar a los diferentes actores de la cooperación.

Por supuesto, la cooperación española también seguía el principio básico de no generar dependencias en los beneficiarios, dándoles las herramientas para trabajar. No se enviaban alimentos a los países empobrecidos si podían ser producidos allí, ni se enviaban docentes o personal sanitario si había personas que podían ser formadas allí.

Por lo tanto, no solo la ayuda llegaba, sino que estaba correctamente gestionada y daba resultados, mejorando las condiciones de vida de millones de personas que vivían en extrema pobreza.

Más exclusión

La reducción drástica de estos fondos supone, por tanto, un aumento de la desigualdad, de la exclusión y de la pobreza. Supone que millones de niños y niñas no podrán acceder a la escuela ni ser vacunados ni correctamente alimentados. Implica que millones de mujeres no podrán ser atendidas durante su embarazo o en el parto, y que tendrán que seguir recorriendo kilómetros en busca de agua potable. De esto estamos hablando.

Lo más irónico de todo es que decimos que estos recortes los hacemos para mandar el mensaje de que “España cumple”, que “España es un país serio”. ¿Con quién estamos cumpliendo? La situación económica española es muy compleja y no es objeto de este artículo entrar a estudiarla, pero es oportuna una aclaración. Lo que se pide para ayudar a los países más empobrecidos es una proporción de la renta de todos los españoles, concretamente, el 0,7% de esa renta.

Debemos tomar conciencia de que
actividades rutinarias que realizamos cada día,
como tomar un café o abrir un grifo,
son objetivos inalcanzables para millones de personas.

Si la renta baja (lo que ha sucedido estos años por la crisis financiera), la AOD debería también bajar, manteniendo así la proporción. Si estamos en crisis y ganamos menos, se nos pide que destinemos también menos a la partida de cooperación. El problema es que la renta nacional española ha bajado un 5%, mientras que la ayuda internacional lo ha hecho en un 50%. Eso es injustificable.

No hay ideología que sostenga las políticas de recorte de esta ayuda. Ningún filósofo, pensador o religioso defendió jamás algo así. El mismo Adam Smith, al que llaman el padre del capitalismo, dijo: “Todos los miembros de la sociedad humana necesitan de la asistencia de los demás… Cuando la ayuda necesaria es mutuamente proporcionada por el amor, la gratitud, la amistad y la estima, la sociedad florece y es feliz”.

Hay dos razones que nos ayudan a entender un recorte tan brutal precisamente a quienes más la necesitan. La primera es que sus beneficiarios están a miles de kilómetros y no votan ni se les escucha, por lo que, aparentemente, el coste político de los recortes es casi nulo. La segunda es que los Presupuestos Generales del Estado están heridos de muerte por el lado de los ingresos.

Con las políticas fiscales existentes hoy, no es posible garantizar los servicios sociales básicos, ni mantener las políticas de cooperación internacional, ni conseguir la tan ansiada reducción del déficit fiscal. El fraude a Hacienda, los paraísos fiscales, la ausencia de tasas a las transacciones financieras y los escasos impuestos pagados por la renta del capital son los efectos no deseados de una competencia feroz entre países por atraer el capital.

Mientras dure esa pelea y no se llegue a acuerdos internacionales, los ingresos fiscales serán cada vez menores y los estados seguirán reduciendo sus prestaciones. Gana el capital, pierde la política.

Una esperanza

A estas alturas, solo nos queda una esperanza: que los ciudadanos reaccionemos y exijamos cumplir con nuestros compromisos de ayuda.

Un nuevo sentimiento de ciudadanía global está emergiendo, un sentimiento de ciudadanía que no conoce fronteras ni razas y que será la base de un gran número de acuerdos globales para la construcción de una sociedad global más justa. Un sentimiento de compromiso con el dolor de todas las personas, estén donde estén. Ese sentimiento irá transformándolo todo, cambiará la cultura, los hábitos y, finalmente, las políticas. Ese sentimiento ya está aquí, ha llegado para quedarse, para crecer y para dar fruto.

Como dice el Papa en Caritas in veritate: “Constructores de su propio desarrollo, los pueblos son los primeros responsables de él. Pero no lo realizarán en el aislamiento… Es necesaria la movilización efectiva de todos los sujetos de la sociedad civil”.

En el nº 2.801 de Vida Nueva.

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