El secuestro de las ideas

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“La fuerza de la persuasión está en el razonamiento con la verdad por delante, y no en el nivel de decibelios con el que se aturde en el discurso.”.

El director y los profesores de la orquesta están atentos para atacar las primeras notas de la sinfonía. Es en do mayor. Es decir, que hay que ajustar muy bien la tonalidad. La unidad del conjunto y la sujeción a la partitura hacen conseguir una hermosura musical sumamente grata al oído. Lo penoso viene cuando el individualismo supera al conjunto. Ha triunfado en “yo mayor” y la audición desafinada es un verdadero tormento para el auditorio.

Algo así, con sus diferencias y matices, es lo que sucede en cámaras y en asambleas. Gusta escuchar ideas diferentes, contraste de opiniones, pero con referencia al tema del que se trata y que se supone que es de interés común. Pero he aquí que los parlamentos se encierran en tal manera en la presunción y en el individualismo vanidoso que finalmente el leit motiv se convierte en un molesto yo continuo.

Consecuencia, siempre nefasta, de este descarado corporativismo, es una rémora, desagradable y pesada, para que el diálogo pueda deslizarse por las ágiles pistas de la comunicación fluida y la escucha atenta a lo que pretende decir el interlocutor. Pero la disciplina de la corporación, por ejemplo, ha secuestrado el diálogo y lo convierte en ese monólogo reiterado y molesto de una sola nota dominante: la suya.

El atasco, monumental. Ni pasa ni deja circular a los demás. Es una muralla de ideas apropiadas que impide seguir hacia adelante, buscando siempre, con las alas de la libertad y el contraste de opiniones, mejores y más elevados convencimientos. No cabe duda: el individualismo le ha cortado las alas al pensamiento y secuestrado unas ideas cuyos efectos debieran redundar en bien de la comunidad.

Componentes de ese pesado lastre del individualismo son todos esos presuntuosos artífices de la vanidad y la petulancia, acompañados con frecuencia de plomos tan pesados como son la tozudez y la cabeza como el pedernal. Parece como si se olvidara que la fuerza de la persuasión está en el razonamiento con la verdad por delante, y no en el nivel de decibelios con el que se aturde en el discurso.

Habrá, sin embargo, que advertir que una cosa es el cabezota individualista y otro el convencido, aunque a los dos les falta el interés por asomarse a esa ventana desde donde se divisan horizontes nuevos y luces que se desconocían. Si se atreven a dar el salto y ponerse junto a la ventana llena de luz y de grandes espacios, estaremos de enhorabuena.

Decía Benedicto XVI: “La cultura actual, profundamente marcada por un subjetivismo que desemboca muchas veces en el individualismo extremo o en el relativismo, impulsa a los hombres a convertirse en única medida de sí mismos, perdiendo de vista otros objetivos que no estén centrados en su propio yo, transformado en único criterio de valoración de la realidad y de sus propias opciones” (En la Academia de las Ciencias, 12-11-2005).

En el nº 2.801 de Vida Nueva.

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