JOAQUÍN L. ORTEGA | Sacerdote y periodista
“El área artística y cultural de la Iglesia española alcanza una magnitud y una densidad de alto nivel. De ahí que ocurran en su seno avatares sin cuento. El 2011 no podía ser una excepción”.
Siempre he creído que el arzobispo Sebastián es un árbol de buena sombra y de excelente fruto. Incluso ahora que, cumplida la edad canónica, está retirado de la vida pública. Retirado, según y cómo. Los lectores de Vida Nueva se lo encuentran a menudo en sus páginas. Los seminaristas de Málaga lo disfrutan como profesor de Teología.
Por si fuera poco, ha publicado recientemente un libro –Evangelizar– que viene al pelo a toda la Iglesia, ahora en trance de fletar toda una nueva evangelización. Y eso, dejando a un lado sus predicaciones, conferencias y debates.
Por unas horas ha dejado su laborioso retiro de Málaga para recibir, en Madrid, la Medalla de Oro de la Fundación Pablo VI. La concurrencia que tuvo el acto confirmaba que todavía son muchos los que buscan la sombra y el fruto de tal árbol.
Su presidencia en la Fundación –del 2004 al 2011– ha sido calificada de espléndida. Afrontó una delicada renovación de sus estatutos, incrementó los lazos académicos con la Universidad Pontificia de Salamanca, respaldó una seria renovación de los edificios y puso en marcha el Foro Cristianismo y Sociedad, donde se ha debatido en estos últimos años el ser y el estar de lo cristiano en el mundo y en la España de hoy.
El pastoreo anterior de cuatro diócesis (León, Granada, Málaga y Pamplona) y su papel de secretario de la CEE, entre 1982 y 1988, había conferido ya a Sebastián una dimensión nacional. Su autoridad eclesiástica, su visión pastoral y la nitidez de su pensamiento le otorgaron aquel título popular de “la mejor cabeza del episcopado español”.
Algo parecido demostró en las certeras palabras con que agradeció la Laudatio escuchada y la Medalla de Oro recibida de la Fundación Pablo VI. ¡La sombra de Fernando Sebastián es alargada!
En el nº 2.800 de Vida Nueva.
