Minería en Colombia

Una radiografía de la desigualdad

Aunque el gobierno quiere convertir esta actividad en un motor de desarrollo, basta con volver la mirada al pasado, para confirmar el daño ecológico y social que ha dejado la minería en el país.

La Mina de la Carretera, ubicada en el municipio de Lloró, en el departamento de Chocó, ya fue explotada en su totalidad. De esas hectáreas que años atrás lucían fértiles y rodeadas de vegetación, hoy solo quedan grandes porciones de lodo y tierra árida.
Ahora le corresponde el turno a un grupo de lugareños, que desciende al fondo de esta mina abandonada para rescatar el oro que quedó. Se trata de un pequeño ejército conformado por hombres, mujeres y niños de todas las edades, armados de palas y bateas de cobre.
Después de cinco horas de trabajo, su piel negra adquiere un aspecto casi blanco, por el barro que cubre sus brazos y piernas; ya han ‘meneado’ sus bateas en decenas de ocasiones, pero la tierra nunca brilló.
Al ver esta comunidad, parece inevitable recordar que siglos atrás, en este mismo territorio se vivió la ‘fiebre del oro’, que motivó la llegada al país de sus ancestros africanos en calidad de esclavos.
Así lo explica Gabriel Poveda Ramos, miembro de la Academia Colombiana de Historia. “Después de que los conquistadores españoles despojaron de su oro a sus indígenas, muchos de ellos se fueron a los ríos y quebradas que los nativos les señalaron para obtener el preciado metal en sus fuentes naturales. Así nació la minería en nuestro país”, detalla Poveda.
Las riberas de los ríos de la Nueva Granada del siglo XIV, estaban colmadas de metales preciosos, pero los españoles no contaban con mano de obra para explotarlas, porque las epidemias y el exceso de trabajo habían dejado sin aliento a las poblaciones indígenas.
Por eso, en diciembre de 1544 Sebastián de Belalcázar le solicitó formalmente a la corona la autorización para importar esclavos africanos. En efecto, Cartagena se convirtió en el primer destino de miles de esclavos provenientes de los puertos africanos de Cabo Verde, Cacheo, Loanda y la Isla de Santo Tomé.
Paulatinamente las minas del Pacífico Colombiano y en particular, los departamentos de Antioquia, Caldas y Chocó, se fueron poblando de esclavos africanos, hasta completar un promedio de seis mil personas. Cifra que se triplicó durante los siglos posteriores.
La historiadora Luz Adriana Maya describe así el trabajo de estos cautivos. “Trabajaban de sol a sol, en los socavones o en las orillas de los ríos, donde lavaban las arenas auríferas en una batea con un movimiento circular que permitía liberar las pepitas de oro”.
En la publicación ‘Atlas de las culturas afro colombianas’, la historiadora, experta en temas de negritudes, también señala que en las cuencas de los ríos Cauca y Magdalena, las mujeres esclavizadas fueron incluidas como fuerza de trabajo.
Toda la producción aurífera de tres siglos, fruto del trabajo consumado de los esclavos y la extracción de los recursos naturales de lo que hoy es el territorio colombiano, fue enviada a España en un promedio de tres o cuatro toneladas métricas cada año.
Para la historiadora Ana Catalina Reyes, la actividad minera fue tan importante, que se convirtió en el eje del desarrollo de la Nueva Granada. “Poco después de la conquista hecha por los españoles, en los siglos XVI y XVII la producción minera determinó la forma de asentamiento, la fundación de las ciudades, los caminos trazados y hasta las características de la sociedad colonial”, destaca.
Pero el esplendor de la minería empezó a perder brillo desde 1930, cuando fue superado por otras actividades como la agricultura y la ganadería. Al punto de que el aporte de este sector al Producto Interno Bruto del país, entre 1950 y 1990, estuvo por debajo del 5 por ciento.
Ahora, el gobierno del actual presidente Juan Manuel Santos, quiere convertir la minería en uno de los motores de desarrollo económico en el país, al punto de que le asignó a este sector el 17 por ciento de la inversión en el Plan de Desarrollo.
“Nadie puede negar que estamos en pleno ascenso minero. Somos el mayor productor de carbón en América Latina y a nivel mundial somos el sexto exportador”, aseguró el mandatario.
Para los analistas especializados en temas de economía y medio ambiente, esta política está ignorando el impacto negativo que han dejado a su paso las multinacionales que se han asentado en el país para explotar la tierra.
“El eslogan de desarrollo sostenible que genera la minería se queda en palabras; porque estas empresas traen una tecnología muy moderna para explotar minas de oro y carbón durante 15 o 20 años. Después de eso sólo queda un agujero físico y social, que no se puede compensar con el dinero de las regalías”, puntualizó el economista español Joan Martínez Alier, en una entrevista concedida al programa Contravía.
Los expertos se preguntan por qué regiones como La Guajira y el Cesar son las más ricas en recursos minerales y al mismo tiempo, las más pobres en términos sociales. “¿No es vergonzoso que mientras que las arcas del Cerrejón se llenan de dinero, el 64 por ciento de la población en la Guajira vive en la pobreza?”, se cuestiona Mario Valencia, analista del Centro de Estudios del Trabajo (Cedetrabajo).
Valencia observa con preocupación el desplazamiento que ocasionan las multinacionales mineras bajo la fachada de términos como ‘reubicación’. Una situación que está acabando con el tejido social que tardó cientos de años en estructurarse, y les está negando a las comunidades ancestrales su derecho a habitar un territorio.
Por su parte, la abogada de la Corporación Jurídica Libertad, Adriana Arboleda, explica que las multinacionales se están pasando por la faja los procesos de concertación, que por ley tienen que adelantar las empresas antes de emprender cualquier explotación.
“Esta exigencia de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se ha vuelto una herramienta totalmente ineficaz en el país; en su lugar simplemente notifican a las comunidades para advertirles que allí se va a desarrollar un proyecto”, destacó la jurista en el documental ‘La quimera del oro’.
Lamentablemente, la minería artesanal, que se desarrolla de manera paralela a los megaproyectos de explotación, sigue siendo una alternativa de rebusque en zonas con altos índices de pobreza como Chocó, el Sur de Bolívar y el Bajo Cauca.
“La minería se convirtió en un refugio ante las condiciones de pobreza y atraso que se están viviendo en estos territorios. Recordemos que Colombia es la tercera población más desigual del planeta después de Haití y Angola. Por lo que se puede concluir, que lo que hay detrás de este tipo de minería, no es un proyecto de calidad de vida sino una forma de sustento”, agrega el economista Mario Valencia.
Las comunidades indígenas han advertido hasta el cansancio el peligro que implica arrasar los recursos naturales que brotan de la Madre Tierra de manera indiscriminada.
“Desde la colonia nos hemos resistido a los proyectos mineros, porque afectan la biodiversidad y contaminan el agua, que es la sangre de la Madre Tierra, y si ella se extingue, qué les vamos a dejar a las generaciones futuras”, asegura Luis Guillermo Izquierdo, líder de la comunidad Arhuaca de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Para acabar con esta extracción indiscriminada, Izquierdo propone hacer sabio uso de los recursos naturales, adelantando estudios previos de las zonas que son aptas para cualquier actividad que se desarrolle sobre la tierra.
“Esa debe ser la conducta del buen ser humano, que trata la naturaleza con respeto para no afectar su ciclo natural”, concluye enérgico. VNC
Texto: JULIE CAICEDO
Fotos: ANTHROTECT, AVELARDO

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