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ENTRE PALABRAS: ‘No tengo miedo’, de Niccolò Ammaniti


No tengo miedo, Niccolò Ammaniti, Anagrama

No tengo miedo

Autores: Niccolò Ammaniti

Editorial: Anagrama, 2011

Ciudad: Barcelona

Páginas: 232

ÁLVARO MENÉNDEZ BARTOLOMÉ | No tengo miedo, la novela con la cual el italiano Niccolò Ammaniti obtuvo el Premio Viareggio, cumple diez años (2001-2011) para ser reeditada nuevamente y acercarnos otra vez a las aventuras veraniegas de un muchacho llamado Michele y su pandilla, en una trama sencilla pero inteligentemente trabajada que no decepciona. No en vano, la atmósfera de ciertos pasajes ha sido comparada con la tensión manejada por Clive Barker (Libros sangrientos, El juego de las maldiciones); sin dejar de enlazar con Las aventuras de Tom Sawyer e, incluso, con los célebres cuentos del mismísimo Italo Calvino.

Con ojos de niño

Uno de los aciertos del relato consiste en presentar con audacia el contraste existente entre el mundo de los adultos y el mundo de los niños y de la primera juventud o, si se quiere, entre la distancia –aparente distancia– que media entre la demasiado desnuda realidad y la imaginación aventurera propia de unos muchachos dedicados a sus bicicletas, a sus juegos y a las escaramuzas entre compinches.

Esto no quiere decir que Michele, el protagonista, sea propuesto como el paradigma de esos chavales que viven en un mundo imaginario desligado de lo cotidiano y su carga prosaica. El lector comprobará pronto que la situación jugada encaja con una realidad demasiado cruda, pero ante la cual la capacidad de superación y de destreza imaginativa del joven no solo no se ve mermada, sino que ella misma supone todo un acicate para vencer el miedo y poder avanzar así hacia la honestidad personal que le exigen los acontecimientos.

Niccolò Ammaniti, escritor novelista italiano

Niccolò Ammaniti

Dicho de una manera clara, la presente novela nos obliga a realizar la tarea propia del intérprete para, a través del relato y por medio del mismo, hallar también respuesta a los propios problemas, no a los pequeños problemas cotidianos, sino a los más profundos, aquellos que compartimos con el resto de los seres humanos.

La experiencia de la juventud, el enfrentamiento con los primerísimos retos, queda quizá muy lejos de aquellos que contemplamos un tiempo pasado bajo la sombra y la duración de unos años que no volverán. Esa experiencia alguna vez enriqueció nuestro patrimonio imaginativo personal.

Pero sucede que para el ser humano todo conjunto de imágenes es incomprensible una vez que hemos olvidado y perdido su significado; y este olvido, dado que las representaciones con las que alguna vez, tiempo atrás, nos jugábamos los cuartos, están repletas de un tesoro inagotable de conocimientos, supone una notable pérdida.

No tengo miedo avanza en sus páginas sobre el escenario de un pueblo italiano situado en mitad de dorados y rudos campos veraniegos de cereales, y aproxima al lector más al mundo de la chavalería, que se abrasa bajo el sol como el cereal en la campiña, que al de los adultos bajo cuya tutela esos mismos muchachos y muchachas gastan sus horas de asueto estival.

Los adultos también se abrasan: en sus trampas, en su racanería mezquina, en su falta de imaginación. Sinceramente, cuesta trabajo congraciarse con ellos, mientras que Michele, quien no queda libre de tener que experimentar el amargor de la traición juvenil y el tedio de la charlatanería del clásico chulito de pandilla, nos cautiva con su hallazgo, solo suyo, su secreto, fuente de sus miedos y, a la vez, acicate para defender lo más sincero de sí mismo.

De esta apuesta nacen sus escapadas, nocturnas o a plena luz del día, que da lo mismo; y de esta apuesta, también, se nos invita a recuperar la memoria de los mensajes perdidos con los que una vez nos solazó la riqueza propia de aquel que está libre de estrechez mental. El intento de recuperar esa memoria, el intento de reabrir la vía de acceso a toda su riqueza mediante la comprensión no meramente racional bien merece el esfuerzo.

Tantos temores…

El concepto abstracto siempre expresa mucho menos que la imagen o, al menos, parece permitirse el lujo –y hay lujos mortales– de dar implícitamente por entendido mucho más de lo que sería prudente. En este sentido, Ammaniti navega a través de elocuentes descripciones, vívidas y ricas en matices: los campos soleados, desnudos y sin sombra, las atroces máquinas cosechadoras, el árbol solitario al que uno ha de encaramarse, la casa abandonada y sucia…

De todos ellos nace la llamada del reto y la convocatoria del miedo, que es conjurado cada día con una inminencia que presagia el desastre, pero que es irresistible: no tengo miedo porque lo tengo, y así es; no hay otra solución si se pretende poseer una pizca de valor y gallardía. Los miedos cavilan en su propia impaciencia, y ese es el gran mérito de la presente novela, para darnos gratis la lección que debemos aprender: no hay día sin miedo y sin miedos vive quien los encara.

En el nº 2.798 de Vida Nueva.

Actualizado
27/04/2012 | 08:07
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