Diego Laínez, gratitud y reconocimiento

Diego Laínez, sucesor de san Ignacio en la Compañía de Jesús

Diego Laínez, sucesor de san Ignacio en la Compañía de Jesús

JOSÉ GARCÍA DE CASTRO, profesor en la Universidad Pontificia Comillas | Probablemente les resulte desconocido el nombre de Diego Laínez y Gómez de León (1512-1565). Ventiún años más joven que san Ignacio, le sucedió en la responsabilidad de liderar y animar a la “mínima Compañía de Jesús” desde 1556, año en que murió el de Loyola, hasta su fallecimiento, acaecido el 19 de enero de 1565. [Diego Laínez, gratitud y reconocimiento – Extracto]

Su figura quedó ensombrecida entre su predecesor y su sucesor, san Francisco de Borja. Cuando se cumplen 500 años de su nacimiento, volvemos hacia él la mirada con gratitud y reconocimiento. ¿Quién fue?

El mayor de los siete hijos de Juan Laínez e Isabel Gómez de León vino al mundo en la localidad soriana de Almazán (donde el 21 de abril, con una solemne eucaristía, arrancan los actos conmemorativos de este V Centenario) en un día para nosotros desconocido de 1512.

Realizó estudios de letras en Sigüenza (1528) y de filosofía en Alcalá de Henares (1528-1532). Habiendo oído hablar del peregrino Iñigo de Loyola, partió hacia París junto con su compañero Alfonso Salmerón, con el deseo de encontrarle.

Allí estudió teología (1532-1536) y, después de haber hecho los ejercicios con Ignacio de Loyola, decidió adherirse al proyecto común de aquel primer grupo de siete “amigos en el Señor” que, en la colina de Montmartre, sellaban con voto su deseo de ir a Tierra Santa para vivir y evangelizar allí perpetuamente.

Es sabido que aquel viaje no pudo realizarse. Dios hablaba con otros renglones. Camino de Roma junto con Pedro Fabro y san Ignacio, Laínez es testigo de aquella experiencia tan carismática acontecida en torno a la Capilla de la Storta: “Quiero que tomes a este por servidor”, “quiero que tú nos sirvas”…, una experiencia carismática que ponía a aquellos jóvenes estudiantes en una existencia para servir, sin saber todavía muy bien ni cómo ni a quién.

En el Concilio de Trento

Fundada la Compañía de Jesús en el año 1540, Laínez hizo su profesión solemne el 22 de abril de 1541 en Roma, en San Pablo Extramuros. Dedicado a la predicación y a los ministerios sacerdotales, en mayo de 1546 entraba en Trento para asistir al Concilio. Contribuyó notablemente en la redacción del decreto de la Justificación (1546-47).

Sucesor de san Ignacio de Loyola
al frente la Compañía de Jesús,
este gran jesuita fue un hombre
comprometido con el tiempo que le tocó vivir .

Mientras comenzaba la sesión segunda en Bolonia, san Ignacio le nombraba provincial de Italia. Al fallecer el fundador, Laínez se encontraba también gravemente enfermo; aun así, los compañeros le eligieron primero Vicario (agosto de 1556) y, después, General (julio de 1558).

Al frente de la Congregación se dedica al examen y aprobación de las Constituciones; se consolidó como gran predicador e impulsó enormemente el apostolado de los colegios de la Compañía: se calcula que recibió alrededor de un centenar de peticiones, de las que solo pudo aceptar diez. Animó también el espíritu misionero de la Orden, enviando a jóvenes jesuitas a tierras de misión y traduciendo las cartas Indicae para su difusión y edificación dentro y fuera de la Orden.

A él le tocó, como delegado pontificio, acudir al coloquio mantenido con los protestantes en Poissy (París), acompañado, entre otros, del gran jesuita Alfonso de Polanco. De la capital francesa viajó de nuevo a Trento para asistir a la tercera y última sesión del Concilio. La comunión bajo las dos especies, el sacramento del orden, la residencia de los obispos, la institución de los seminarios, el purgatorio o el culto a los santos, entre otros, fueron los temas que ocuparon su atención.

El viaje de regreso a Roma, efectuado en pleno invierno, fue duro; llegó muy cansado y enfermo. El 19 de enero de 1565 fallecía Diego Laínez y Gómez de León. A su muerte, unos tres mil jesuitas se organizaban en dieciocho provincias. Dejaba una Compañía de alto prestigio ante papas y cardenales e íntegra en espíritu.

Diego Laínez formó parte importante del primer grupo de jesuitas, y, por tanto, se esforzó por interpretar la voluntad de Dios en aquel grupo de jóvenes estudiantes; vio nacer y gestarse a la frágil Compañía de Jesús. Fue un hombre de Europa, de amplios horizontes y espíritu generoso.

Fue un hombre de estudio, comprometido con el tiempo que le tocó vivir, un hombre de la Teología, buscador de la Verdad, que quiso entrar a fondo en los principales problemas del convulso siglo de la Reforma. Fue, sobre todo, un hombre de Dios. San Ignacio dijo de él: “A ninguno de toda la Compañía debe ella más que al Maestro Laínez”.

En el nº 2.797 de Vida Nueva.

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