Álvaro Cunqueiro, hagiógrafo medieval

Álvaro Cunqueiro, escritor gallego

‘De santos y milagros’ reúne 183 artículos de semblanzas hagiógraficas del gran escritor gallego

Álvaro Cunqueiro, escritor gallego

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911-Vigo, 1981) admitió siempre ser un hombre de fe, un “creedor”, según Ana-Sofía Pérez Bustamante en Las siete vidas de Álvaro Cunqueiro. Y para el escritor total de la literatura gallega de la primera mitad del siglo XX, la fe era la fuerza, el poder del hombre. [Álvaro Cunqueiro, hagiógrafo medieval – Extracto]

“Cuando rezo, llego a tener la convicción de que el mundo entero, desde las estrellas a las cosechas –llegó a afirmar–, puede ser recreado o destruido por el hombre que ora. El hombre que reza será siempre un hombre libre”.

Cunqueiro, en su cosmogonía católica, acabó por desertar de rigideces institucionales y centralismos romanos. “El rechazo se hace extensivo a la teología intrincada, al dogmatismo cerebral, a la soberbia religiosa intelectual que deviene política y violencia olvidando lo esencial”, añade Pérez Bustamante.

Pero nunca dejó de ser un hombre de santos y milagros. “Para Cunqueiro –sigue diciendo–, la esencia de lo religioso es mistérica”. De ahí que recuerde lo que un día le confesó a José María Gironella: “No hay religión sin misterios. La nuestra es una religión de misterios”. Lo mismo que de símbolos, de ritos.

Y entre esos símbolos habitaba un amplio florilegio de santos que están en el origen de su obra periodística y que, con el tiempo, dieron cuerpo a su mejor literatura.Álvaro Cunqueiro, escritor gallego

El investigador Xosé Antonio López Silva, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, da testimonio de relatos y semblanzas hagiográficas, precisamente en De santos y milagros (Fundación Banco Santander. Colección Obra Fundamental), en donde recopila hasta 183 artículos, publicados en Faro de Vigo, La Vanguardia, ABC, La Voz de España, Vértice (referencia dentro del primer franquismo), Aire Azul o Misión; y algunos desconocidos, firmados con el seudónimo Álvaro Labrada en la revista Catolicismo.

“Cunqueiro dedicó amplio seguimiento a los temas santorales –señala López Silva–, así que hemos optado por hacer una selección que reuniese los requisitos primeros de amplitud y representatividad, y en la medida de lo posible, supusiese un rescate de aquellos textos, sobre todo los más tempranos, que fuesen especialmente interesantes y que no hubieran sido publicados hasta el momento, al menos de manera accesible al gran público”.

Santoral misionero

El investigador de la obra de Cunquiero destaca, y enumera, sobre todo el gran interés de siete relatos publicados entre 1945 y 1946 en Catolicismo, órgano oficial por entonces de las Obras Misionales Pontificias. En ella siguió escribiendo el Santoral misionero, aun cuando le habían retirado el carné de periodista por un malentendido con la Embajada de Francia.

“Esos textos hasta ahora eran completamente desconocidos y ofrecen nuevas luces acerca de la evolución del tratamiento de su prosa de ficción anterior a 1955”, afirma Xosé Antonio López Silva.

“Lo religioso en general, y lo hagiográfico en particular, ocupan un importante papel en la obra en prosa de Cunqueiro –añade–. Hemos de considerar estos textos como un repertorio recurrente, que permiten visualizar de forma muy interesante su evolución personal y literaria, ya que a lo largo de muchos años realizó un proceso complejo de recreación de materiales, pero también, al mismo tiempo, un juego textual de referencias internas a las que alude el texto hagiográfico que recrea”.

De 1945 son San Cosme, rey de los Gou y La campana y el león. De 1946, Historia de la burla del becerro, El fraile que pintaba abanicos para el emperador de la China, De la Calle de Velázquez al río Eyo, Los 5 demonios de Wupei y El fuego. Attum cuenta.

Álvaro Cunqueiro, escritor gallegoCunqueiro parte de breves fuentes históricas para, poco a poco, ir introduciendo elementos que cambian los marcos convencionales del relato hagiográfico, precisamente porque parten de una mayor libertad en su composición narrativa. Inventa, imagina, reelabora, abunda.

“Es enormemente interesante señalar que él mismo considerase que lo hagiográfico reforzaba la consideración general de su narrativa dentro de los marcos del ‘realismo fantástico’, por usar sus propias palabras –apunta López Silva–, precisamente porque lo hagiográfico muestra imbricado dentro de sí lo maravilloso, el milagro, en lo cotidiano. Esto es más visible en San Gonzalo que en las semblanzas de Catolicismo, donde el elemento maravilloso ocupa menos espacio narrativo en beneficio de lo misional”.

Esa primera novela, San Gonzalo (1945), que firma también con el seudónimo de Álvaro Labrada –sin duda, vinculado al hecho de que aparece solo unos meses después de su caída en desgracia periodística–, él mismo la describe como “una literatura de imaginación en la que los elementos más reales pueden ser situados en la máxima irrealidad y viceversa”.

Ese fue el germen de San Gonzalo, un texto literario de ficción, pero que es considerada por algunos críticos como un “relato hagiográfico puro”, dado que parte de una leyenda de trazos mínimos a imaginar casi toda la biografía del santo.

Creación libérrima

“San Gonzalo, obispo de Mondoñedo, un soñador en un siglo de armaduras, obispo en vísperas del año mil, era para mí el taumaturgo que tenía más a mano. […] Inventé su vida y le inventé las peregrinaciones a Roma y a Jerusalén, es decir, la romería y la palmería y los viajes por su diócesis y los milagros que obró con ciegos, con lobos, con ballenas, con gaiteros”.

Cunqueiro trata, además, los textos periodísticos hagiográficos como “elemento cultural susceptible de ofrecer material para sucesivas narraciones basadas cada vez más en la creación libérrima”. Es lo que afirma López Silva, quien alude también a que “los elementos ajenos a lo santoral, como la ironía y el humor, se completan con otros propios del realismo mágico, como la ucronía”, como la mención del bosque de Sherwood en la semblanza de san Osvaldo, o de Murillo en la de san Leandro.Álvaro Cunqueiro, escritor gallego

Esto se verá, especialmente, en textos de los años 50, dedicados a san Roque, san Cosme o san Froilán. Incluso, en puerta de acceso hacia mitologías variadas, como la celta –san Barandán o san Patricio– y también universos literarios como los de Shakespeare (san Valentín).

“El profesor Montero Díaz hizo un elogio de San Gonzalo diciendo que era una pequeña obra maestra de la hagiografía medieval –tal y como señaló el propio narrador gallego–. Y yo he entendido siempre esta frase como diciendo que yo era un hagiógrafo medieval, es decir, un narrador asombrado de lo que se ve obligado a narrar, ingenuo y piadoso”.

Es aquí, en esta mitología hagiográfica, en donde, además, cobra especial sentido la “espacialidad gallega” de Cunqueiro, su elección de Mondoñedo –“rica en pan, aguas y latín”, como él mismo la definió–, como el “lugar mágico” en el que acontece toda su narrativa, como apunta el ex ministro de Cultura y periodista César Antonio Molina, autor del prólogo:

“Sus personajes surgen del mundo grecorromano medieval o renacentista, pero se mueven ya por geografías distintas y diferentes que, en muchos casos, son coincidentes con la nativa de su resurrector. Argos, Tebas, Corinto, Venecia, Damasco o Bagdad acaban siendo todas Mondoñedo. Le ceden su exotismo a esta última que las abarca en una nueva, semejante y diferente a la vez”.

Es López Silva, autor de una extraordinaria biografía incluida en el volumen –desde sus titubeantes inicios gallegistas y falangistas, antes de aislarse en 1947–, quien añade: “Lo santo será visto desde una óptica gallega que enlaza con la visión cultural profundamente europeísta del Grupo Nós. Dicha visión queda concretada en la figura de Santiago Apóstol y el Camino, un elemento absolutamente fundamental en la obra de Cunqueiro, sobre la que volverá periódicamente”.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.797 de Vida Nueva.

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