Haití y República Dominicana, dos Iglesias sin fronteras

campesinos en Haití en el pueblo fronterizo de Moliere

Diseñan una acción común para cuestiones como la migración o la ayuda tras el terremoto de 2010

campesinos en Haití en el pueblo fronterizo de Moliere

Campesinos del pueblo fronterizo de Moliere

Texto y fotos: MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Pese a que la frontera que separa Haití y la República Dominicana es considerada una de las más conflictivas que existen –debido principalmente a la alta inmigración haitiana que se introduce en el país vecino y que a veces es expulsada por la fuerza en redadas colectivas–, las comunidades católicas de los dos países mantienen una relación de estrecha hermandad.

Algo que se ha institucionalizado en los últimos años con los encuentros oficiales entre ambos episcopados, teniendo lugar cada edición en uno u otro país.

La última reunión entre la Conferencia Episcopal de Haití y la de la República Dominicana ha tenido lugar, del 12 al 14 de marzo, en Santo Domingo, la capital dominicana. Concretamente, en la Casa María de la Altagracia.

Este, que ha supuesto el undécimo encuentro, ha sido el primero tras el terremoto que el 12 de enero de 2010 devastó la principal ciudad haitiana, Puerto Príncipe (sede de la anterior cita, en 2007).

Como no podía ser menos, la acción para impulsar la reconstrucción de Haití ha concentrado la mayor parte de los compromisos alcanzados. Como informa el comunicado final de las jornadas, ambos episcopados han creado una comisión integrada por sus secretarios generales y por los directores y equipos técnicos de las Cáritas nacionales, cuyo fin es verificar el desarrollo de los trabajos. Una acción que será apoyada por una campaña para recaudar fondos económicos y ayuda material, a través del envío de personas voluntarias cualificadas.

Los obispos de Haití agradecen la implicación de sus vecinos ante el drama del terremoto, cuya acción, tanto en el presente como hace dos años, se ha caracterizado por “la generosidad, la rapidez y el respeto”. Una gratitud que hacen extensiva a las Cáritas de ambos países, así como a la delegación española, que, “en estas circunstancias, jugaron un papel estelar”.

Como recalcan los prelados, el signo más positivo de esta estrecha relación es que tiene raíces profundas, pues proviene de 1999, cuando las Cáritas de las diócesis situadas en la frontera entre los dos países comenzaron a trabajar en conjunto, definiendo estrategias específicas por áreas. Ahora, pese al seísmo, los frutos de esta colaboración se aprecian en aspectos como el agropecuario, el sanitario, el educativo o el cultural, así como en el desarrollo de infraestructuras básicas.

Esta acción conjunta, tanto a nivel de las Cáritas como de los episcopados, se ha mantenido en todo este tiempo en relación a la situación de los migrantes, cuyo estado, en ambas direcciones, suele ser bastante precario. Con el fin de ofrecerles un apoyo real, se comprometen a desarrollar una campaña de sensibilización dirigida a los gobiernos nacionales, para fomentar una mayor actitud de acogida y un especial respeto por los derechos humanos de quienes han de abandonar su país.

Aunque aún no hay fecha para el siguiente encuentro, que debería ser en Haití, es de esperar –como concluyó el presidente de su Episcopado, Chibly Langlois– que las “dos Iglesias hermanas” sigan cooperando en conjunto y se muestren “promotoras de vida en abundancia, de dignidad humana y caridad fraterna”.

Denuncian la violencia de los cascos azules en Haití

La Plataforma de Organizaciones Haitianas de Derechos Humanos (POHDH) ha hecho público un informe en el que denuncia numerosos casos de violación de derechos humanos por parte de las fuerzas militares de la ONU (conocidas como Minustah) en Haití.

Según condenan las ONG, los cascos azules, establecidos en el país caribeño desde 2004, habrían incumplido su función: si llegaron para pacificar un contexto sumergido en el desgobierno, ha ocurrido que “la inseguridad creció después de la llegada de las tropas”.

Entre otras “atrocidades cometidas por los militares, sobre todo en los barrios más pobres”, enumeran “operaciones donde mataron, hirieron, maltrataron y destruyeron bienes privados”.

Así, solo entre 2004 y 2006, hasta 74 personas habrían muerto en acciones de la Minustah. Unos atropellos de los que, denuncian las ONG, no se habrían librado ni siquiera miembros de la policía haitiana, víctimas de abusos sexuales.

En el nº 2.794 de Vida Nueva.

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