Farolillo rojo

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“La Iglesia aparece en el pelotón de cola, en las últimas posiciones del aprecio social. Nos acompañan, en ese furgón, los sindicatos y la clase política…”.

El barómetro de la opinión pública, o al menos de un sector de la misma, no está precisamente en plan de regalarnos los oídos con la noticia de que la Iglesia está muy bien considerada. Al menos, según el parecer de quienes han respondido a las distintas encuestas. La Iglesia aparece en el pelotón de cola, en las últimas posiciones del aprecio social. Nos acompañan, en ese furgón, los sindicatos y la clase política.

Las reflexiones, ante tan baja consideración social de la Iglesia, pueden hacerse desde perspectivas muy distintas. Por un lado, habrá que evaluar la credibilidad del sondeo realizado, que no tenemos por qué sospechar que no esté bien hecho y con todas las garantías científicas requeridas. Pero una cuestión distinta es la imagen, el concepto que se tiene de la Iglesia y sobre el cual, y nada más, se emite un criterio, un juicio.

¿Se opina y valora nada más que algún aspecto, y no siempre el más edificante de la Iglesia? ¿Es la imagen real o la conocida únicamente a través de unos medios de comunicación? Algunas personas pueden tener una experiencia negativa del contacto con la organización eclesiástica… En fin, que son muchos los puntos sobre los que tenemos que discutir acerca de la encuesta y de su valoración.

De todas las maneras, lo que no se puede pensar es que si la Iglesia cumple, como debe hacerlo, con los dictados evangélicos, no esperemos que vayan a ser flores lo que se arrojen a nuestro paso. La denuncia profética, la corrección fraterna, la conciencia crítica, el disenso, la recriminación de las injusticias, etc. Todo ello puede suscitar resquemores y, en consecuencia, actitudes muy poco benevolentes para con la Iglesia.

Ahora bien, tampoco debemos buscar ocultos mecanismos de defensa para justificar esa negativa opinión que se tiene de la Iglesia. Reflexionemos con humildad y rectifiquemos actitudes, comportamientos y modos de hacer. Siempre bajo la luz del Evangelio, que, ciertamente, no se va a apartar de las tareas de la predicación y de la misericordia. Por otra parte, siempre habrá que tener en cuenta que la Iglesia no busca tanto su credibilidad cuanto el ser fiel al Evangelio de Jesucristo.

Este tipo de sondeos de opinión bien nos pueden ayudar a la reflexión y a sacar las oportunas consecuencias. Con todas las reservas que sea necesario mantener, una sociedad que no aprecia el interés por aquellas instituciones que se preocupan del bien común –la Iglesia y la clase política, por ejemplo–, no parece tener un buen criterio acerca de lo que son instituciones que garantizan la libertad de las conciencias y los postulados democráticos.

Decía el papa Benedicto XVI: “La Iglesia no puede sustraerse a esta misión primordial, que la invita a una exigencia fundamental de coherencia y armonía entre fe y normas éticas. Para evangelizar de verdad y en profundidad, es necesario ser testigos cada vez más fieles y creíbles de Cristo” (A los Obispos del Congo, 19-10-2007).

En el nº 2.794 de Vida Nueva.

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