Sacerdotes para el siglo XXI

El modelo debe ir a lo esencial: honda vida espiritual y caridad

seminaristas estudian para llegar a sacerdotes

FRAN OTERO | La vocación sacerdotal, sobre todo en números, no vive sus mejores momentos, a pesar de que en los seminarios españoles este año hay 51 aspirantes más que el pasado, o aunque las vocaciones en África y Asia aumentan. Es una preocupación, porque está en el aire el relevo del clero envejecido, la gran mayoría, y así lo han manifestado los obispos en sus cartas con motivo del Día del Seminario, que este año lleva por lema Pasión por el Evangelio. Pero no es la única preocupación. [Sacerdotes para el siglo XXI – Extracto]

En los últimos tiempos, consecuencia de la sacudida de una nueva realidad social o de los golpes de los casos de abusos sexuales a menores, y con el aliento de un Papa, Benedicto XVI, que ha presidido ya un Año Sacerdotal, la reflexión se ensancha y aborda cuestiones como la formación, la madurez o la preparación para llevar este ministerio. Las preguntas son muchas: ¿se ofrece la formación adecuada? ¿Qué tipo de sacerdotes se está preparando? ¿Hay un modelo o varios?

Para responder a estas preguntas no se puede obviar el contexto social en el que se injertan los sacerdotes de hoy, los más jovenes, y los seminaristas que pronto lo serán. Un contexto en el que domina la sobreprotección, la falta de identidad y madurez, y del que el presbítero es partícipe.

Balbino Reguera, delegado de Clero de la Diócesis de Cádiz, cree que los nuevos sacerdotes comparten valores y debilidades con los jóvenes de su generación.

“Destacaría la entrega de muchos en sus proyectos pastorales o su deseo de entrar en la familia presbiteral. También pienso en algunas debilidades que pueden ser obstáculo a una identificación ministerial adecuada, como afirmarse de una manera llamativa en los signos más externos, la reserva de su vida privada como algo innegable frente a las exigencias del ministerio, o la poca pasión que ponen en los proyectos pastorales si no son protagonistas”, explica.seminaristas estudiando varios libros

La justificación de esta conducta la achaca a la inseguridad con respecto a la identidad que, a su vez, es consecuencia de la secularización. Una inseguridad que, según dice, le lleva a un modo de relación con la comunidad “donde prima el poder sobre el servicio”.

“Este conflicto de poder le hace salvaguardar sus prerrogativas, de las que depende su autoafirmación, por ejemplo, la utilización de ropas litúrgicas anteriores al Vaticano II”, concluye.

Más que un modelo, hay un contexto

Pedro Ortega Ulloa, hasta hace poco rector del Seminario Mayor de Jaén, considera que no hay un modelo de sacerdote común: “Más que un proyecto de estilo, hay un contexto que domina la vida del joven sacerdote”. En su opinión, no se trata de poner en duda el proyecto educativo del Seminario, sino “cómo se hace carne ese proyecto”.

“Se asume lo que parece posible y se deja lo que parece imposible de vivir. Así, ante estar en el mundo y no ser del mundo se abre otro campo: no estar en el mundo y ser del mundo. La compleja realidad social no llega a la conciencia del joven sacerdote y la extrañeza de Dios no inquieta el corazón”, diagnostica.

“Algunas debilidades que pueden ser obstáculo
para una identificación ministerial adecuada
son afirmarse de una manera llamativa en los signos más externos
o la poca pasión que ponen en los proyectos pastorales
si no son protagonistas”.

La solución, continúa, pasa por más teología que parta de una mística y la promueva, y vivir más en lugares sin justicia y santidad.

Poca apertura

Para un importante formador de sacerdotes que prefiere mantener el anonimato, resulta difícil simplificar y decir cuál es el modelo de sacerdote actual. Eso sí, dice que el modelo está claro en los seminarios Redemptoris Mater, del Camino Neocatecumenal, y en no pocos de las diócesis españolas, estos últimos “muy atentos a la corrección doctrinal, con poca apertura al pensamiento crítico y al diálogo vivo con la cultura fuera de las sacristías”.

En su opinión, los cambios producidos en los últimos tiempos tienen una vertiente positiva y otra negativa. La primera es la mayor clarificación de las vocaciones, y la segunda, “el avance hacia un conservadurismo encasillado y demasiado dócil”.

De este modo, cree que hoy se está subrayando la casta clerical, “más apoyada en el cultivo de las filacterias y las apariencias que en la hondura de una relación viva y personal con Jesucristo y su pueblo”. “¿Cuántos hacen el mes de ejercicios o días intensos en silencio? ¿Qué porcentaje?”, se pregunta.

Pedro Ortega es de la misma opinión, el modelo de sacerdote ha cambiado mucho, con una primera consecuencia: “Vivir a la intemperie es la primera prueba del joven sacerdote”. Es cierto también que la tendencia ha sido huir y salvaguardarse de esta intemperie, pero reconoce que “no es justo señalar que sean años de decadencia del sacerdocio, sino un tiempo de reajuste”.

De hecho, en un momento en el que la Iglesia se lanza a la Nueva Evangelización, también surgen preguntas ante la capacidad de los sacerdotes de afrontar este desafío. “Evangelizar no ha sido nunca tarea fácil. El Evangelio es buena noticia para los pobres y mala noticia para los que ya tienen consuelo. Tanto una como otra han de resonar. Pero si una y otra no muestran un modo nuevo de ser hombre y mujer, que tanto inquieta como alegra, no evangelizaremos. Con la Nueva Evangelización puede haber una oportunidad, pero necesitamos una fuerte reflexión teológica, pastoral y espiritual”, subraya.

El propio Ortega explica que el sacerdote que salga de los seminarios necesita tiempo de pensamiento y de vida, y debe ser “hombre de Espíritu”, porque el Espíritu “es fuente de comienzos inesperados y comunión”. “Y es que estamos necesitados de nuevos comienzos y de comunión que no sean expresión del propio impulso vital, sino de la experiencia de Dios”.

Hoy se está subrayando la casta clerical,
“más apoyada en el cultivo de las filacterias y las apariencias
que en la hondura de una relación viva
y personal con Jesucristo y su pueblo”.

Ante la amenaza de la dispersión, Balbino Reguera considera vital vivir la integridad de las dimensiones humana, intelectual y pastoral. Por ello, recuerda que Benedicto XVI, con motivo del Año Sacerdotal, pidió “contribuir y promover el compromiso de la renovación interior de todos los sacerdotes para que con su vida y obras se distingan por un vigoroso testimonio evangélico”.

Por eso, cree que es fundamental alimentar la vida en Cristo, una vida de oración y la caridad. Sobre esta última, Reguera dice que es “pieza angular que unifica vida y ministerio”. “Estamos llamados a nuestra propia vida espiritual y a fortalecer nuestra calidad humana íntegra”, sentencia.

En definitiva, la Iglesia se enfrenta a grandes desafíos en la pastoral vocacional y en la formación de los futuros pastores, todo ello producto de un cambio social muy fuerte que necesita nuevos sacerdotes que, tal y como han expresado los expertos, vuelvan a lo esencial y dejen lo accesorio. Sacerdotes que sean testimonio de amor y no de escándalo. Y eso pasa por una honda vida espiritual y por la caridad.

En el nº 2.793 de Vida Nueva.

 

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