Editorial

Revisar el Concilio aceptando nuevos retos

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Estamos en un año de especial significación para la Iglesia. El Año de la fe, convocado por el Papa, y el Sínodo para la Nueva Evangelización, en el que Benedicto XVI ha puesto un acento especial, son dos acontecimientos importantes que tendrán un telón de fondo: el aniversario del Concilio Vaticano II. Una mirada al acontecimiento eclesial más relevante en los últimos siglos y que no puede ser olvidado, reelaborado ni extrapolado, sino asumido como base y propuesta de futuro aún vigente.

No es nuevo en la historia que un concilio tarde en aplicarse, en entenderse y en meterse en el alma de la Iglesia. Los tiempos eclesiales tienen otras coordenadas. Ciertos movimientos intraeclesiales han dado la voz de alerta a posibles variaciones y han puesto sobre aviso a quienes, defensores del espíritu conciliar, temen una involución camuflada.

Hay datos, declaraciones que lo corroboran, aunque también el mismo Papa ha tenido que salir al paso para apoyarlo y mostrar que la Iglesia camina en ese espíritu, si bien es verdad que el mismo Pontífice señaló que la Tradición de la Iglesia es viva y no puede quedar anquilosada, lo que dio pie a ciertos sectores a afirmar que estaba hablando de una superación del Concilio, cuando él se refería a la hermenéutica del mismo.

Las leyes son más fáciles de aplicar
y los dogmas de proclamar,
pero el espíritu conciliar es más lento de aplicar.
Y aquí está la esperanza de muchos; pero también su miedo.

Sin embargo, cuando se tiene en cuenta que el Vaticano II no fue un concilio dogmático, sino pastoral, las cosas cambian. Las leyes son más fáciles de aplicar y los dogmas de proclamar, pero el espíritu conciliar es más lento de aplicar. Y aquí está la esperanza de muchos; pero también su miedo.

Hay un sector de la Iglesia que, con datos en la mano, teme esa involución y que ciertas posturas perdedoras en el aula conciliar se levanten ahora con postulados ya desterrados entonces por la comunión episcopal. Esta involución se advierte en temas afines a la liturgia, al sentido de participación eclesial, a aspectos ecuménicos y a otros relativos al ministerio de los presbíteros o a la Vida Consagrada.

En otras cuestiones, como el diálogo interreligioso, también se advierten no pocos frenos. Cierta nostalgia asoma en las nuevas generaciones, que no han tenido la oportunidad de estudiar sus textos y su contexto.

Hay otro sector en la Iglesia que, ante el nuevo panorama sociológico y cultural, teme que ciertos postulados del aggiornamento conciliar puedan afectar a la esencia de la verdad y de las verdades de la fe, y mantienen que la metodología que inspira el Concilio no es la más adecuada.

Hay que sector que sostiene que
merece un análisis importante sin que suponga
un replanteamiento, sino un avance en los aspectos
que no se pudieron tratar
por no estar planteados.

Por eso apuestan por un revisionismo en ciertos aspectos que no deja de ser preocupante. No buscan encalar la fachada para evitar los deterioros, sino actuar incluso sobre los mismos cimientos sobre los que se sostiene el edificio.

Y hay otro sector que, aun sabiendo que la asamblea conciliar y sus textos tuvieron su marco histórico concreto, sostiene que merece un análisis importante sin que suponga un replanteamiento, sino un avance en los aspectos que no se pudieron tratar por no estar planteados.

Abordar los nuevos desafíos expuestos en los escenarios para la Nueva Evangelización desde el espíritu conciliar, quitaría los miedos y aumentaría aún más la comunión eclesial.

En el nº 2.792 de Vida Nueva. Del 10 al 16 de marzo de 2012

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