“Los musulmanes no somos enemigos de la democracia”

primavera árabe, protestas

La Comunidad de Sant’Egidio analiza el alcance de la primavera árabe al año de su eclosión

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DARÍO MENOR | “Construir una democracia es un trabajo más difícil que destruir una dictadura”. Cuando lanza esta advertencia alguien como Rashid Gannuchi, histórico opositor tunecino que pasó más de veinte años exiliado antes de volver a su país para liderar la transición tras la caída de Zine El-Abidine Ben Alí, se toma conciencia del reto que tienen por delante las naciones árabes que han conseguido quitarse de encima a sus tiranos.

Para intentar entender lo que está ocurriendo en esta parte del mundo desde que, hace un año, comenzase la llamada primavera árabe, la Comunidad de Sant’Egidio, movimiento eclesial con reconocida vocación por el diálogo interreligioso y la construcción de la paz, organizó el pasado 29 de febrero en Roma un congreso en el que participaron algunos de los protagonistas que están cambiando la historia de la orilla sur del Mediterráneo.

Gannuchi, líder del movimiento político Ennahda y uno de los ponentes más destacados, reconoció que lo que está ocurriendo en su región muestra que “los musulmanes no somos enemigos de la democracia”.

Y, a continuación, intentó tranquilizar a los occidentales que se echan a temblar cuando islamistas como él llegan al poder: “Después de la primavera árabe, no se puede decir que los islamistas se oponen al diálogo y al pluralismo político. Los religiosos no son déspotas”.

Gannuchi desempolvó la historia europea para recordar que, durante el siglo XX, hubo “dictaduras laicas brutales”, que fueron en parte superadas gracias a la acción de movimientos políticos de inspiración religiosa, como el partido de la Democracia Cristiana en Italia. Al hablar del Gobierno de su país, en el que se sientan juntos islamistas y laicos, explicó que las diferencias entre ambos grupos no son insalvables.

Un mar de encuentro

El fundador de Sant’Egidio, Andrea Riccardi, quien forma parte del Ejecutivo técnico italiano como ministro para la Integración y la Cooperación Internacional, exaltó durante su intervención la importancia del Mediterráneo como lugar de encuentro entre pueblos.

“La primavera árabe ha sido una sorpresa de la historia –dijo–. Después del 11 de septiembre, se extendió la ideología del choque de civilizaciones entre el islam y Occidente, como si casi estuvieran inevitablemente destinados a enfrentarse”.

La ola revolucionaria que, comenzando en Túnez, ha sacudido al mundo árabe desde Marruecos hasta Yemen muestra que “el islam y la democracia no están tan lejos como se pensaba”.

Estos cambios políticos y sociales han transformado al Mediterráneo en un “mar de encuentro”, donde plasmar una nueva forma de relaciones entre ambas orillas. “La simpatía, clave de la cultura mediterránea, debe acabar con la distancia y la falta de confianza. El Mediterráneo se está convirtiendo en el mar de la democracia”, concluyó Riccardi.

Dos egipcios, uno de ellos miembro de los Hermanos Musulmanes, Abdul Rahman al-Barr, y otro un líder copto ortodoxo, Sameh Fawzy, recordaron la unión entre los fieles de las dos religiones para acabar con la dictadura de Hosni Mubarak. Al-Barr dijo que Alá ha creado el “pluralismo y la diversidad”, lo que hace “necesaria” la presencia del otro.

“El mismo Corán indica que cualquier forma de discriminación es inaceptable”. Era, en su opinión, el régimen de Mubarak el que intentaba fomentar las diferencias y enfrentar a coptos y musulmanes.

Fawzy, por su parte, subrayó que en la plaza Tahrir de El Cairo “nos levantamos todos juntos contra un régimen sanguinario”, aunque esto no es suficiente para sanar las heridas de la sociedad egipcia. “Hace falta un Estado de derecho, pluralismo político y una cultura basada en la tolerancia. Pero, eso sí, a la egipcia, estamos cansados de influencias externas”.

Hubo, entre los cerca de treinta oradores, opiniones contrapuestas. La cuestión de la sharia, la ley islámica, fue la más controvertida. Abdul Malek, miembro de los Hermanos Musulmanes de Libia, señaló que la democracia es un “requisito imprescindible en su movimiento”, pero siempre enmarcada en la cultura y la religión islámicas.

Sus palabras chocaron en parte con las de Cyril Salim Bustros, arzobispo greco-católico de Beirut y Byblos, quien lamentó que haya quienes quieren imponer la sharia. “Con los extremistas no se puede dialogar. Los salafistas consideran a los moderados malos creyentes y no aceptan a los infieles, quienes, según ellos, deben ser eliminados a través de la conversión o de la yihad, la guerra santa”.

En el nº 2.792 de Vida Nueva.

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