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periodistas cubren noticias información religiosa

Una reflexión sobre la tarea de la información en la Iglesia

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ANTONIO PELAYO, corresponsal de Vida Nueva en ROMA | Cuando hace ya algunos meses proyectamos en la Embajada de España ante la Santa Sede celebrar el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) con una mesa redonda sobre ¿La Iglesia es aún noticia?, estábamos convencidos de que la respuesta a este interrogante solo podía ser positiva. No podíamos, sin embargo, imaginar que, llegados a la fecha escogida para el acontecimiento, la actualidad iba a proporcionarnos argumentos definitivos para apuntalar nuestro convencimiento.

La mesa redonda, en efecto, tenía lugar después de varias semanas en las que algunos hechos relacionados con la Iglesia habían atraído la curiosidad y el interés de los medios de comunicación de medio mundo. Era como la prueba del nueve, y así lo reconocieron todos los presentes, comenzando por monseñor Claudio Mª Celli, que, aunque, como afirmó, no está en la cabina de mando que gestiona las noticias de la Iglesia, conoce bien esta delicada materia.Antonio Pelayo, corresponsal de Vida Nueva en Roma

Además de la pregunta que quería servir de acicate a los ponentes, surgieron en el curso del debate otras de no menor importancia: ¿qué tipo de noticias sobre la Iglesia interesan a la opinión pública?; ¿cómo afronta la Iglesia el fenómeno de la información en un mundo cada vez más global y donde pululan todos los días miles de informaciones y datos muchas veces contradictorios?; ¿está preparada la estructura informativa de la Iglesia para contrarrestar una crisis como la que estamos atravesando?

No voy a intentar ni siquiera atisbar las posibles respuestas, pero, partiendo justamente de la JMJ, creo que puede afirmarse sin temor a ser desmentido que si ella fue, desde el punto de vista de la información (y no solo, ni sobre todo), un gran éxito, este objetivo se logró porque supo plantearse desde el principio la adecuada estrategia y se emplearon los medios que podían conducir al resultado que todos celebramos.

No hubo milagrito alguno, sino muchas horas y días de trabajo de un equipo profesional que tenía muy claro el objetivo que se quería alcanzar. Me atrevería a decir que ha sido una de las operaciones de márketing informativo mejor planteadas y en la que, además, no fue necesario invertir las ingentes sumas de dinero habitualmente disponibles en ocasiones semejantes.

Trasladar ese esquema de trabajo a otras realidades de la Iglesia no es tarea fácil, pero tampoco imposible, y, en todo caso, como la actualidad nos demuestra, no hacerlo arrastra consecuencias muy negativas.

Soy de los que creen que la Iglesia,
tanto a nivel universal como nacional o diocesano,
no es aún consciente del reto que representa para su misión
el tomarse con toda la seriedad que merece
la complejidad del mundo de la información.

Soy de los que creen que la Iglesia, tanto a nivel universal como nacional o diocesano, no es aún consciente del reto que representa para su misión (de eso se trata, no de vender un producto o unos eslóganes) el tomarse con toda la seriedad que merece la complejidad del mundo de la información.

Resulta a veces pasmosa la insensibilidad y la falta de preparación de los pastores –cardenales, obispos, sacerdotes, etc.– para jugar el papel que les corresponde como “comunicadores”. Es verdad que muy pocos de ellos han recibido la más elemental preparación para dicha tarea, pero al menos podrían intentar reciclarse personalmente y empeñarse en facilitar la formación de verdaderos agentes de la información en las áreas de las que son responsables.

Les interesa más disponer de buenos teólogos, canonistas, liturgistas, incluso economistas, que de especialistas en medios de comunicación. Esta es una equivocación grave, porque supone ignorar el mundo en que vivimos.

Saben, eso sí, lamentarse cuando se producen crisis como la actual y maldecir de los periodistas que solo buscan dañar a la Iglesia. Que existen colegas con esa intención nadie lo duda, y sería ingenuo pensar que alguna vez dejarán de existir, pero de lo que debería tratarse es de estar preparados para actuar en un ambiente que puede ser adverso, pero del que no podemos prescindir.

Otro de los fenómenos que se reproducen con mayor frecuencia en este campo es el de actuar a posteriori, intentar apagar las llamas cuando estas ya se han expandido y se adueñan de zonas cada vez más amplias. Se puede maldecir el fuego e intentar frenarlo, pero sería más eficaz evitar la chispa incendiaria o atajarla apenas alumbra. Y eso supone vigilancia continua, estudio de la situación, preparación de equipos dispuestos a intervenir de inmediato.

Trasladado al mundo de la comunicación, eso supone estructuras ágiles, conocimiento del medio en el que se actúa, contacto permanente con los agentes de la información, exploración del terreno en que nos movemos, agentes profesionalizados y rápidos reflejos, claro reparto de las responsabilidades… En fin, estar preparados para no dejarse arrastrar por los acontecimientos. Y esto último es lo que tantas veces ha sucedido.

Que existen colegas con la intención
de dañar a la Iglesia nadie lo duda,
pero de lo que debería tratarse es de estar preparados
para actuar en un ambiente que puede ser adverso,
pero del que no podemos prescindir.

Por no referirme a la actualidad más inmediata, recuerdo, por ejemplo, el desastre informativo que supuso para la Iglesia las andanzas de monseñor Milingo, sus fugas y retornos, sus desafíos a la razón que culminaron con la presencia en Roma de su esposa coreana, que cada mañana se arrodillaba en la Plaza de San Pedro rodeada de periodistas y de cámaras de televisión pidiendo lo imposible.

Detrás de todo ello estaba –eso se sabía– la secta del reverendo Moon, pero la pregunta que entonces me hice y me sigo haciendo era esta: ¿es posible que una institución milenaria como la Iglesia tenga que someterse a la humillación de un reto semejante ante la opinión pública mundial? Por supuesto, a nadie se le hubiera pasado por la cabeza recurrir a la fuerza ni condenar a la infeliz víctima a las llamas de la hoguera…

En busca de una conclusión a estas modestas reflexiones, creo poder decir lo siguiente: la Iglesia no puede esperar que todo le vaya bien en este mundo, ni invocar la ayuda de la Divina Providencia para resolver los problemas cuya solución está a su alcance.

Tiene que acostumbrarse a soportar campañas de descrédito y de desinformación y, por lo tanto, debe preparar su estrategia para hacerles frente de manera conveniente. Esta no puede ser otra que basarse en la verdad, abominar de la disimulación, apostar por la transparencia, jugar con los medios y las personas eficaces en esta materia, “vencer el mal con el bien”, como gustaba repetir el beato Juan Pablo II, y usar, cuando sea necesario, alguna pequeña astucia.

Evangélicamente dicho: la sencillez de la paloma y la prudencia de la serpiente.

En el nº 2.791 de Vida Nueva.

 

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