Don Carnaval y Doña Cuaresma

¿Cómo armonizar desde la pastoral la Cuaresma y el Carnaval?

Desde el punto de vista pastoral parecerían dos temas irreconciliables porque aparecen como totalmente opuestos.

+ Jairo Jaramillo Monsalve Arzobispo de Barranquilla

+ Jairo Jaramillo Monsalve Arzobispo de Barranquilla

Una mirada desprevenida al Carnaval y a la Cuaresma no nos permite descubrir cómo se pueden armonizar pastoralmente. Veamos por qué:
El carnaval por un lado, marcado por el ambiente festivo, por su misma naturaleza invita al goce, al derroche, al disfrute y si las personas no saben valorar lo que hay de auténtica expresión cultural en él, puede degenerar en abusos, en considerarse que por cuatro días la moralidad no cuenta, que podemos dejar salir el “diablillo” que todos llevamos dentro.
La cuaresma, todo lo contrario al carnaval, por su profundo espíritu penitencial de preparación a la Pascua, invita al recogimiento, al silencio, a la conversión interior con sus expresiones características del ayuno, la oración y la limosna.
Mientras la cuaresma nos dice “hay que quitarnos las máscaras”, el carnaval ve en las máscaras un medio expresivo de la belleza de los disfraces y otros ven en ellas la oportunidad para pasar desapercibido escondiendo la verdad de su orientación sexual o para hacer fechorías; la cuaresma ensalza el silencio interior y exterior como camino de encuentro consigo mismo y con Dios, el carnaval para nada es amigo del silencio, llama fervientemente a la algarabía, al jolgorio, a la alegría expresiva de sus danzas, bailes y música carnavalera; la cuaresma nos dice “no al consumismo”, “más ayuno y abstinencia”, el carnaval es para no pocos derroche de música, comidas, alcohol, sexo y drogas; la cuaresma con su propósito de ayudar a renovar el espíritu de oración y el carnaval, haciendo caricatura de la oración y de los rezos, invita a las letanías… “Amén…”.
Cuando no se reconocen las cualidades y valores antropológicos, étnicos, culturales, históricos, sociales y hasta económicos del carnaval, concretamente de Barranquilla, se puede llegar a satanizarlo como sucede en muchas experiencias religiosas distintas a la Católica o dentro de algunos sectores de la misma Iglesia, al verlo con recelo.
Si agudizamos nuestra mirada, aunque a simple vista parezca inverosímil, sí es posible armonizar pastoralmente el Carnaval y la Cuaresma.
En ambas expresiones, una de carácter cultural y la otra de carácter religioso, sobresalen profundos valores humanos, que querámoslo o no, en ellos se encuentra el sustrato de la fe que ha animado la vida y cultura de este pueblo caribeño.
Es imposible no ver la semilla del Evangelio que ha ido germinando y penetrando en la cultura. La danza del Garabato, por ejemplo, es el anuncio de manera artística de la victoria de la vida sobre la muerte; los disfraces sobre personalidades y situaciones de la vida nacional y del mundo, son una crítica constructiva que rechazan los antivalores de la injusticia, la corrupción o la violencia, expresando el deseo profundo de paz, de reconciliación y de justica de nuestra gente. La alegría, la hospitalidad, el disfrutar de los desfiles en forma tranquila y pacífica, la unión de familias enteras para conservar nuestras tradiciones, la capacidad de convocación e integración de personas sin distingo de raza, edad o condición social nos hablan de una experiencia maravillosa de comunión y de fraternidad; todos son valores que también la Cuaresma nos invita a vivir dentro de un ambiente religioso: compartir con el hermano, comunicar la alegría de ser cristiano, reconciliarse, superar las barreras sociales, no esconder nuestros talentos, valorar la familia, respetar la vida y dignidad de los demás.
No podemos negar, sin embargo, que  hay ciertos elementos presentes en el carnaval que son necesarios purificar para que no se pierda su sentido cultural como expresión de nuestras raíces, tradiciones y costumbres que constituyen nuestra idiosincrasia e identidad Caribe y no se produzca una fractura entre la cultura y la fe. En este punto quisiera llamar la atención sobre algunos factores tales como el consumismo, la libertad mal entendida, la sexualidad mal vivida, la tentación de separar fe y vida; que están incidiendo en la construcción del tejido social y que se expresa en la cultura.
El carnaval es nuestro, hay que valorarlo y preservarlo de los excesos y abusos del alcohol, la droga, la promiscuidad y de la delincuencia armada y común. Tampoco no todo puede ser un carnaval. No se puede confundir la alegría con el derroche. Cada cosa tiene su espacio y su tiempo. Sobre este particular no en pocas ocasiones suele ocurrir que no aprovechamos los tiempos fuertes que nos propone la Iglesia para crecer en la fe. Una vida privada de la fe, pierde aquello que le da fundamento a la existencia (Cfr. Mt. 7, 24-27). Según esto, para muchos, llega la Cuaresma como tiempo de renovación interior y es como si no llegara; celebramos el Triduo Pascual y muchos asumen que estos tiempos fuertes son “tiempos de vacaciones”; no se ha terminado la Navidad, cuando se abandona los villancicos y el ambiente propiamente navideño para dar paso al jolgorio del carnaval.
Partiendo de la certeza de que “la fe sólo es adecuadamente profesada, entendida y vivida cuando penetra profundamente en el sustrato cultural de un pueblo” (Cfr. DA 477), que el autor y promotor de la cultura es el hombre (Cfr. GS55) y que sólo por la cultura, la persona humana alcanza su verdadera y plena humanidad (Cfr. GS53), es necesario evangelizar la cultura a través de la vivencia de los auténticos valores humano-cristianos de “manera positiva y propositiva” (Cfr. DA497). Dentro del Proceso de Nueva evangelización que vive la Arquidiócesis de Barranquilla nos hemos dado a la tarea de evangelizar la cultura y purificar todas las expresiones de la piedad popular y de la idiosincrasia de nuestra gente, proponiéndole año tras año los valores de la reconciliación, la fraternidad y la comunión, valores que son reforzados mes tras mes a través de acciones significativas que brindan el espacio para reflexionar y concientizarse en la importancia de rescatar estos valores que son comunes a todos, sin distingo de credo, condición social o intelectual. Para ello aprovechamos fechas fijas que están presentes en el calendario tanto civil como litúrgico tratando siempre de inculturizar el Evangelio.
Asumiendo que la fe en Dios debe animar la vida y la cultura de los pueblos se debe hacer esfuerzos por estar presentes en los medios de comunicación (radio, TV, medios digitales, medios impresos) para introducir en ellos el misterio de Cristo y formar una conciencia crítica frente al mundo. Estos están jugando un papel muy  importante en la formación de la cultura y en las costumbres de nuestras grandes ciudades y pueblos. Los medios nos permiten la globalización del Evangelio.
Hay que favorecer el encuentro de las personas con la fe; solo la fe purifica la cultura, permitiendo que ésta desarrolle sus virtualidades (Cfr. DA 477). Para ello urge la formación de los fieles a través de una  catequesis permanente, no únicamente presacramental. Es esta catequesis, la que le permitirá al cristiano unir más la fe con la vida, forjar una postura crítica frente a su cultura. Un cristiano bien formado sabe reconocer los valores auténticos que encierra el carnaval y los llevará a potencializarlos; sabe por ejemplo, que éste, es expresión de la  memoria e identidad del pueblo barranquillero y del Caribe colombiano, que es obra maestra de su creatividad, tradición popular e idiosincrasia, la más completa y brillante expresión folclórica del país por su música, danzas, mitologías, saberes, costumbres, etc.
Pero nada de lo anterior se puede lograr sin una verdadera renovación pastoral y de las parroquias (Cfr. DA 518b; 513). La renovación pastoral exige un plan global y orgánico que llegue al conjunto del Pueblo de Dios e integre en un proyecto común todas las diversidades presentes en la Iglesia particular (parroquias, comunidades de vida consagrada, movimientos, pequeñas comunidades e instituciones que inciden en la ciudad). Por su parte, la renovación de las parroquias va encaminada a una descentralización de los servicios eclesiales de modo que se pueda llegar a todos e integrar a muchos en la vida y misión de la Iglesia. Esto implica una sectorización de las parroquias, nuevas estructuras de participación y comunión. De igual modo la formación y  acompañamiento de los fieles laicos.
Otro aspecto no menos importante son los presbíteros. El presbítero es un factor determinante en la dinamización de las comunidades parroquiales o un factor que obstaculiza la evangelización. Por eso es necesaria una formación pastoral de los futuros presbíteros que los haga capaces de responder a los nuevos retos de la cultura y del mundo. Un cambio de mentalidad, aprendiendo a superar modos de evangelización que ya no responden a nuestra realidad, superando una pastoral meramente sacramental, una pastoral de conservación (encerrada en el templo), una pastoral clerical (el “cura orquesta”) a una pastoral más participativa donde se le ayude a descubrir al laico su lugar y papel en la Iglesia de cara a la sociedad.
Quisiera terminar finalmente mi reflexión, citando literalmente un texto bellísimo del Concilio Vaticano II: « El Evangelio de Cristo renueva constantemente la vida y  la cultura del hombre caído. Combate y aleja los errores y males que provienen de la seducción permanente del pecado. Purifica y eleva incesantemente la moralidad de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda desde dentro las cualidades espirituales y las tradiciones de cada pueblo y de cada edad; las fortifica, las perfecciona y las restaura en Cristo. Así la Iglesia, al cumplir su propio deber, impulsa y contribuye a la civilización humana, y con su acción, incluso litúrgica, educa al hombre en la libertad interior.» (Cfr. GS 58). VNC

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