Un año después de la primavera árabe: cristianos entre dos fuegos

ataques en Siria

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ILYA U. TOPPER | La esperanza floreció en las sociedades árabes en los primeros meses de 2011. Tras décadas de autoritarismo, derrocaron a los tiranos. Pero no todo cambió para mejor. Tres meses después de la caída del dictador Hosni Mubarak en Egipto, un ataque a un barrio cristiano de Imbaba, en El Cairo, sacudió el país. Dos iglesias fueron arrasadas y quemadas. El balance: 12 muertos y centenares de heridos. Y una gran desconfianza en el futuro de la sociedad egipcia en su camino hacia la democracia. [Un año después de la primavera árabe: cristianos entre dos fuegos – Extracto]

El ataque fue perpetrado según los testigos por salafistas, es decir, musulmanes militantes que siguen una visión extremamente estricta y combativa del islam, orientada en la secta wahabí que domina Arabia Saudí. Fue un llamativo ejemplo del futuro que esperaba a Egipto, una vez desaparecido el régimen que mantenía en jaque a los islamistas. Así, al menos, lo interpretaban los defensores del viejo orden.

Los simpatizantes de la revolución creen lo contrario: dicen que fue la propia Junta Militar, heredera y continuadora de la dictadura, la que instigó las revueltas. “Todo eso está fabricado, escenificado por la policía secreta del régimen de Mubarak para crear unos extremistas que luego pueda utilizar contra otros extremistas”, asegura, tajante, el actor Khaled Abol Naga, que participó en las protestas de la Plaza Tahrir desde el primer día.

De Egipto a Marruecos, de Siria a Bahréin y Yemen, la revolución dominó iniciada hace un año ha despertado enormes esperanzas entre las sociedades árabes, sometidas desde hace décadas a aparatos de represión fosilizados, a dictadores longevos que llegaron a la cumbre mediante un golpe de Estado pero que suelen morir en la cama tras entregar el bastón de mando a sus hijos. Pero también confirmó un temor persistente: el que la ola democrática llevaría al poder al islamismo militante.cristianos Egipto Plaza Tahrir primavera árabe

Es un hecho: en Túnez, el partido religioso Ennahda, prohibido durante la dictadura de Zine el Abidine Ben Ali, ganó las primeras elecciones democráticas con 89 de los 217 escaños. En Egipto, los Hermanos Musulmanes se hicieron casi con la mitad del hemiciclo. En Marruecos, unas elecciones anticipadas instalaron a un primer ministro del PJD, el partido islamista, largamente mirado con recelo. Los portavoces de la oposición siria en el exilio se reclutan en gran parte entre los Hermanos Musulmanes sirios.

En Yemen, las noticias sobre las protestas pacíficas contra el dictador Ali Abdulá Saleh –ahora exiliado en los Estados Unidos– se complementan con otras sobre golpes de una guerrilla islamista asociada a Al Qaeda, aunque también aquí hay serias sospechas de que se trate de una maniobra de distracción del propio poder.

No sorprende que muchos cristianos árabes se pregunten si han de preparar las maletas: es probable que los nuevos dirigentes refuercen aún más –tanto en el discurso público como en la legislación– la “identidad musulmana” de sus naciones, en detrimento de una población cristiana que se sabe heredera de la cultura autóctona, con una religión asentada en esta región desde siglos antes de la aparición de Mahoma.

¿Serán pronto considerados un cuerpo extraño en sus tierras ancestrales? Es el temor que recorre Egipto, Siria, Irak, Palestina, Jordania y Sudán, países donde existen minorías cristianas históricas.

El ataque de Imbaba parecía certificar este lúgubre futuro. Pero no era la primera agresión contra la comunidad copta, unos ocho millones de almas, alrededor del 10% de la población egipcia: “El 1 de enero de 2011 –tres semanas antes de la revolución– hubo un ataque terrorista contra una iglesia en Alejandría y murió un miembro de nuestro equipo de rodaje”, recuerda Khaled Abol Naga, que ve en ese incidente “una de las semillas de la revolución”. “Más tarde nos enteramos de que la policía egipcia tenía mano en esto”, afirma.

La revolución dominó iniciada hace un año
ha despertado enormes esperanzas entre las sociedades árabes.
Pero también confirmó un temor persistente:
que la ola democrática llevaría al poder al islamismo militante.

No es una mera sospecha: “La Fiscalía egipcia ha abierto una investigación para determinar la implicación del exministro del Interior, Habib Adly, como autor intelectual del atentado contra una iglesia en Alejandría”, recuerda la periodista española Nuria Tesón. Y muchos locales creen saber que los propios soldados, enviados supuestamente para proteger a los cristianos, fueron cómplices en el ataque.

“No tengo dudas de que los egipcios no ejercen esta violencia sectaria unos contra otros. Creo que el régimen intenta con toda su fuerza fracturar el frente popular”, concluye Abol Naga.

La teología islámica tradicional prevé que los templos cristianos y sus sacerdotes deben ser protegidos, aún en tiempos de guerra. Pero esta norma histórica es despreciada por los seguidores de la escuela wahabí, dominante en Arabia Saudí, y cada vez más difundida en Europa, pero también en el país del Nilo.

“Hoy hay un punto de vista religioso mucho más fuerte en la sociedad. Especialmente, después de que muchos trabajadores emigraran a Arabia Saudí para buscar empleo y fueran influenciados por los valores wahabíes del islam saudí. Y son esos valores los que hoy dominan Egipto”, recalca la escritora egipcia Mansoura Ez Eldin.

Auge de los integristas

La prueba se plasmó en las urnas: las primeras elecciones libres de Egipto, celebradas en tres fases entre noviembre y enero pasados, dieron una amplia victoria al partido Libertad y Justicia, el brazo parlamentario de los Hermanos Musulmanes.

sacerdote copto elecciones Egipto

Un sacerdote copto hace cola para votar en Egipto

Algo fácil de prever: durante las décadas de la dictadura, este movimiento conservador y religioso, fundado en Egipto en los años veinte, fue el único que consiguió ofrecer una resistencia cívica coordinada al aparato de Mubarak, lo que le ha granjeado las simpatías de la población.

La sorpresa llegó al aclararse quién ocupa el segundo lugar en el podio: no era el partido Wafd, la histórica oposición liberal a Mubarak, ni tampoco el izquierdista Tagammu, al que se vinculan muchos portavoces de la revolución de Tahrir, sino el partido Nour, de reciente formación, compuesto por los salafistas, es decir, integristas mucho más severos que los Hermanos. Entre sus seguidores se habrían reclutado quienes atacaron las iglesias de Imbaba.

Aunque sobre el papel coptos y musulmanes tienen los mismos derechos –solo limitados por sus propias leyes religiosas, de aplicación obligatoria en el ámbito del derecho civil–, en realidad, los cristianos egipcios llevan muchos años sintiéndose en una posición inferior: no consiguen promociones en el sector público, tienen escasa representación en las esferas políticas y se encuentran con numerosos obstáculos cuando quieren edificar una nueva iglesia. Muchos coptos forman parte de las clases bajas.

Aún así, todo puede ir a peor. Este, al menos, parece el pensamiento de la jerarquía eclesiástica. Al quinto día de la revolución, el máximo representante de la Iglesia copta, el papa Shenouda III, declaró en televisión su apoyo a Mubarak. Sus fieles no le hicieron caso: pedían en Tahrir el fin del dictador y montaban guardia en la plaza cuando sus compañeros musulmanes se juntaban para rezar.

Es probable que los nuevos dirigentes
refuercen aún más la “identidad musulmana” de sus naciones,
en detrimento de una población cristiana
con una religión asentada en esta región
desde siglos antes de la aparición de Mahoma.

La revolución, con estas imágenes, fomentó un hermanamiento entre religiones nunca visto. Pero este espíritu empezó a resquebrajarse con el ataque a Imbaba, aunque muchos musulmanes acudieron a las acampadas de protesta coptas y a la manifestación a favor de los derechos de los coptos, que tuvo lugar en octubre en el barrio de Maspero, y cuya brutal represión por parte de la nueva autoridad militar dejó más de 20 muertos.

La formación de un nuevo Parlamento que deberá este mes asumir el poder legislativo, aún en manos de la Junta Militar, no disipará los temores de la población cristiana: entre los Hermanos, los salafistas y la pequeña formación Wasat, de visión más liberal, los islamistas copan prácticamente tres cuartas partes del hemiciclo.

Los Hermanos Musulmanes han escenificado más de una vez su apoyo a la Iglesia copta y, el pasado 6 de enero, sus máximos representantes acudieron a la misa de Navidad –celebrada acorde al calendario copto– y transmitieron sus buenos deseos al papa Shenouda III. Subrayaron que consideran a los cristianos parte del pueblo egipcio e iguales en derechos, sin salvedades teológicas.

Pero persiste el temor a que, ante sus seguidores más fanáticos, utilicen otro discurso. Además, los salafistas del Nour ocupan casi la cuarta parte del hemiciclo –121 de 508 escaños– y podrán influir de forma decisiva en las futuras leyes, aunque por el momento, Libertad y Justicia “se ha intentado distanciar de los salafistas y parece más proclive a pactar con otros partidos”, constata Tesón en un informe publicado por la revista digital M’Sur.

Negro futuro en Siria

Más negro pinta el futuro en Siria. No parece haber duda de que acabará cayendo el presidente Bashar al-Assad. La pregunta es cuándo. Si llegara a dimitir pronto, el pueblo sirio, un mosaico de confesiones y etnias, probablemente será capaz de ponerse de acuerdo en una transición democrática, basada en la concepción del ciudadano, sin diferenciaciones religiosas, tal y como prometen los portavoces del Consejo Nacional Sirio y los coordinadores de la revuelta.

Si Siria continúa con las masacres,
la sociedad se deslizará cada vez más hacia
una guerra civil abierta. En ese caso,
la población cristiana llevaría todas las de perder.

Los esfuerzos de los Hermanos Musulmanes por coordinar la oposición en el extranjero da a esta un tinte religioso, pero los propios activistas locales se quejan del peso que ocupan los Hermanos en el Consejo, mucho mayor que el que tienen en la calle siria, aseguran.

Los musulmanes suníes forman el 75% de la población, frente a un 10% de cristianos y un 12% de alawíes, una corriente musulmana opuesta a la interpretación literal del Corán, a la que pertenece la familia Assad y otros clanes en el poder. Pero Siria, el único país árabe aparte de Líbano y Malta que no es oficialmente islámico, no ha sufrido la misma influencia wahabí-saudí que Egipto y una importante parte de la economía está en manos de familias cristianas.

Bashar al-Assad, Siria

Bashar al-Assad

La resistencia, protagonizada por desertores que se organizan en el llamado Ejército Sirio Libre, aun no es confesional y subraya que en sus filas se encuentran suníes árabes, kurdos, cristianos, alawíes, incluso algún druso… como relata el periodista Daniel Iriarte. Pero si el régimen de Bashar al-Assad continúa con las masacres, la sociedad se deslizará cada vez más hacia una guerra civil abierta y es probable que se vaya dividiendo cada vez más acorde a las líneas confesionales y forme milicias religiosas, tal y como ocurrió en Líbano.

En este caso, la población cristiana llevaría todas las de perder, ya que arrastra la imagen de estar cerca del partido Baaz, el partido laico y socialista que fue convertido por la familia Assad en un instrumento del poder. Además, podría convertirse en blanco fácil de agentes fundamentalistas decididos a impedir una democracia ciudadana.

Ya está ocurriendo. La agencia de noticias católica AsiaNews afirma que el conflicto, sobre todo en la ciudad sitiada de Homs, muestra una radicalización confesional y recoge testimonios de cristianos cuyos familiares han sido asesinados por arreglar un coche de policía o ayudar a alguien agredido por los insurgentes.

La web del monasterio de Mar Yaqub, al norte de Damasco, asegura que “hasta ahora no hay una persecución directa contra los cristianos, que sufren los mismos abusos que el resto de los civiles”, pero apunta que esto parece estar cambiando.

El primer asesinato de un sacerdote, el 25 de enero pasado, da pie al temor de que la “revolución siria se convierta en un conflicto confesional” y que, “tras la fachada de la búsqueda de la libertad y la democracia, los insurgentes se revelen como islamistas que atacan a civiles en el contexto de una discriminación religiosa”.

La web enumera también secuestros por dinero, pero como en toda guerra, es difícil determinar si quienes los cometen son realmente los insurgentes, delincuentes oportunistas o, incluso, los temidos shabbiha, la milicia mafiosa al servicio del régimen de Assad, que comete las peores acciones contra los activistas de las protestas, pero también contra soldados que se niegan a disparar a civiles. Y en la vecina Líbano, todos recuerdan que la manera más fácil de provocar una guerra civil es ir matando alternativamente a musulmanes y cristianos, hasta que se atribuyan mutuamente los crímenes.

ataques en Siria

El régimen sirio ha optado por la vía de la represión militar

Pero la deriva religiosa en Siria es un hecho. El monasterio de Mar Yaqub constata que en enero, los comités de coordinación de las protestas ya han pedido proclamar la yihad (guerra santa), y aunque esta se entendería desde luego como lucha contra el régimen opresor, imprimiría a la revolución un sello islámico que no presagia nada bueno para otras confesiones.

“¿Será el destino de Siria similar al de Irak?”, se preguntan en Mar Yaqub. En este país, los cristianos llevan años convertidos en la víctima preferida de agentes que exhiben un fundamentalismo islámico extremista o usan este pretexto para aterrorrizar a la población y forzar a emigrar a caldeos, ortodoxos, siriacos, asirios…, pero también a minorías no cristianas, como los mandeos. En los ocho años transcurridos desde la invasión estadounidense, la población cristiana de Irak ha caído de un millón a menos de la mitad.

Breve intento en Irak

En Irak, la ola de revolución dominó fue aplastada brutalmente tras un breve intento en febrero de 2010. De haberse propagado, tal vez podría haber tenido el efecto contrario al de Siria o Egipto: era una naciente protesta cívica independiente de las milicias asociadas a los partidos políticos, prácticamente todos confesionales desde que Estados Unidos impuso a Irak un Parlamento con cuotas religiosas y étnicas.

Aquella medida, junto a la prohibición del Baaz iraquí, acabó con las corrientes ideológicas en un país con una enorme tradición de debate político y lo reconvirtió en un territorio tribal y confesional.

Todo un ejemplo de lo que podrá ocurrir en Siria si la guerra continua demasiado tiempo o si una intervención extranjera impone un modelo confesional a una sociedad que lleva medio siglo preparada para la democracia, aunque solo ahora parece a punto de conquistarla.

En el nº 2.790 de Vida Nueva.

 

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