+ AMADEO RODRÍGUEZ MAGRO | Obispo de Plasencia
“La familia es ese primer refugio que todos tienen antes de que la pobreza se manifieste irremediable y haya que acudir a otros ámbitos de solidaridad. Esto lo saben hasta los que, irresponsablemente, han procurado deteriorarla…”.
Se habla mucho, y con razón, del papel de la Iglesia ante la crisis económica; pero no es menor ni menos eficaz la labor callada de la familia.
Casi no es noticia, ni tiene por qué serlo, pero es evidente que mientras los medios de comunicación se hacen eco de las medidas de la UE y del Gobierno, hay instancias que con medios modestos, no solo le están haciendo frente a la crisis, sino que están evitando la catástrofe que supondría que emergiera con mayor visibilidad social la situación real de los cinco millones de parados.
La familia es ese primer refugio que todos tienen antes de que la pobreza se manifieste irremediable y haya que acudir a otros ámbitos de solidaridad. Esto lo saben hasta los que, irresponsablemente, han procurado deteriorar no solo la imagen y la estructura, sino también el tejido de valores que la familia representa en la sociedad.
Es evidente que están surgiendo otros modelos de convivencia; pero lo que no es aceptable es que se actúe y se legisle favoreciendo la excepción sobre el modelo natural, cambiando de ese modo no solo la forma, sino el contenido mismo de la familia.
Menos mal que el sentido común de la sociedad es siempre más sabio y, a pesar del daño hecho, la familia sigue siendo fiel a sí misma y, por tanto, haciendo el bien. De un modo especial, la vilipendiada familia “tradicional” es el gran sostén de hijos y familiares.
Hay que tender la mano a todos y ofrecer a todas las familias la cercanía de la fe y del amor de Dios y el nuestro; pero, como católicos, tenemos el deber de fomentar el modelo de familia “como Dios manda”, porque es en ella donde se reconoce la institución y donde se encuentran los valores.
En el nº 2.787 de Vida Nueva
