Juan Bautista Aguado: “La miseria pone patas arriba tus creencias”

Juan Bautista Aguado presidente ONG Puentes guanelianos África

Presidente de la ONG Puentes

Juan Bautista Aguado presidente ONG Puentes guanelianos África

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Juan Bautista Aguado, vallisoletano de 53 años, es una persona normal. Auxiliar administrativo en la Junta de Castilla y León, le encanta leer, escribir, caminar y conversar. Sin embargo, muchas cosas cambiaron para él en el verano de 1998, cuando viajó a Ghana: “Fui para conocer el trabajo que un amigo mío misionero realizaba con jóvenes con discapacidad física, provocada, en casi todos los casos, por la polio”. Entonces, se topó de frente con ella: “La pobreza africana es un latigazo en el rostro. Puedes salir huyendo, pero también puedes hacerle frente”. [Entrevista con Juan Bautista Aguado – Extracto]

Y eso es lo que hizo. ¿Cómo? Dejándose guiar por un modelo: “Allí donde hay un campanario de una iglesia, hay también una escuela, un pozo, un comedor o un taller. Los misioneros no llegan para ‘ayudar’ a los pobres, sino para vivir y latir con ellos”.

Al volver a España, “era otro”. Por Navidad, junto a un grupo del ámbito seglar de la Congregación de los Siervos de la Caridad (conocidos como guanelianos, por su fundador, el recientemente canonizado Luis Guanella), enviaron 50.000 pesetas a Ghana. Con ese dinero, “conseguimos un pequeño milagro”.

Y es que Juan Bautista aprendió de su amigo misionero que, por ese precio, “allí se conseguía operar a un niño o un joven para que pudiese caminar erguido en lugar de hacerlo gateando… ¿No es esto un milagro?”.

Tras ese primer paso, pasaron a apoyar los proyectos de desarrollo de las misiones guanelianas en África (Ghana, Nigeria y R. D. del Congo) y América Latina (México, Guatemala y Colombia). Así es como, de un modo natural, nació Puentes, ONG con sede en Palencia y Valladolid.

Como explica, el nombre de la asociación refleja su ideal de cooperación: “Los habitantes de las dos orillas, al cruzar el puente, nos enriquecemos. Ayudamos y recibimos ayuda. Conocemos la otra orilla en un intercambio de tiempo, dones, bienes, espiritualidad y cultura. Nuestra filosofía es que, solo si cambiamos nuestro estilo de vida aquí, podrá cambiar un poco la vida de los de allí”.

Los 400 socios y voluntarios (ninguno es contratado) de Puentes “somos conscientes de que no va a cambiar el mundo, pero, al mismo tiempo, sabemos que sí podemos cambiar el mundo de Kwame, Lupita, Emeka, François… Y esta es nuestra indeclinable responsabilidad”.

Ante el desánimo

Este sentimiento es el que siempre les hace ir hacia delante, incluso “en los momentos de desánimo”. Cuando estos llegan, el presidente de Puentes piensa en lo que le ocurrió un día en el Congo:

“Volvía en coche a la misión después de recorrer los pueblecitos de los alrededores. Diluviaba. Nos encontramos a tres niños de una escuela rural nuestra que volvían a sus casas. Les invitamos a subir al todoterreno. Un niño de unos 11 años, empapado hasta los huesos, sacó de su pecho su cuaderno de deberes, que había protegido amorosamente con una bolsa de plástico para salvarlo del diluvio. Se me arrasaron los ojos de lágrimas. Y pensé: este niño se merece estudiar. Y se merece que yo trabaje por ello”.

Tienen razón en Puentes. Puede que el mundo no cambie. Pero, sin duda, será mucho mejor para quien ha recibido una oportunidad de vivir con un poco más de dignidad. ¿Y qué sucedería si son muchos los que sienten esta responsabilidad? No es una utopía. Solo es necesario el conocimiento y no cerrarse a él: “La miseria pone patas arriba tus creencias y actitudes. El compromiso solidario no es una forma de apagar la mala conciencia ante la carita de un niño hambriento, sino que te sitúa frente a la injusticia y el dolor, y te dice: tú puedes hacer algo; transforma tu interior y atrévete a dar lo mucho o poco que tienes”.

EN ESENCIA

Una película: La caída de los dioses, de Visconti.

Un libro: El Quijote.

Una canción: Eres tú, de Mocedades.

Un deporte: caminar.

Un recuerdo de la infancia: mi Primera Comunión.

Un rincón del mundo: mi casa en Quintanilla de Arriba (Valladolid).

Un sueño: que de nuevo pueda decirse de los cristianos: “Mirad cómo se aman”.

La mayor tristeza: un niño sin pan, sin escuela y sin aspirina.

La última alegría: la generosidad de la gente en el proyecto navideño de Puentes.

Un valor: la alegría.

Un regalo: café y charla con un amigo.

Una persona: Luis Guanella.

Que me recuerden por… intentar hacer la vida un poco más llevadera a mi alrededor.

En el nº 2.787 de Vida Nueva.

Compartir