Fin del mundo

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Pasará la figura de este mundo, pero de ninguna de las maneras podemos aceptar que sea un fracaso de la Creación. Como si Dios no tuviera más remedio que terminar con algo que hiciera bien y bueno…”.

¡Ya tenemos la profecía catastrofista de todos los años! Suele coincidir con la despedida y el comienzo de un año nuevo. Se disparan las predicciones y no falta, en este certamen de pronósticos, augurios y adivinaciones, algún agorero que anuncia el final del mundo.

Como cualquier año que se precie, también este de 2012 tiene el desafortunado honor de ser, nada menos, que el del fin del mundo. De fraudes y asustaviejas hay para escribir toda una biblioteca. Algunos de estos vaticinadores incluso se atreven a poner el día y la hora en la que se realizará la catástrofe.

Que el final de la historia tiene que llegar algún día, es cosa sabida. Unos la ponen en una especie de big bang a la inversa. Es decir, que si esa teoría se presenta para explicar el comienzo del universo, también lo sería como una inmensa explosión que mandara este mundo al garete.

Otros prefieren hablar de la destrucción por la incontenible degradación ecológica, por el calentamiento de la Tierra y hasta por asuntos más científicos en el entorno de la teoría de la relatividad, de la expansión del universo y hasta de un desastre de fusión nuclear de inmensas proporciones.

Pasará la figura de este mundo, pero de ninguna de las maneras podemos aceptar que sea un fracaso de la Creación. Como si Dios no tuviera más remedio que terminar con algo que hiciera bien y bueno, y que los hombres se han encargado de ponerlo todo patas arriba.

El fin del mundo no puede ser otra cosa que el triunfo del bien, la apoteosis de la paz, la realización de la justicia, la fraternidad universal, la consumación de todo en Cristo. El misterio del Verbo de Dios nunca retrocede en la historia. Sigue adelante en el anuncio de un día completamente nuevo. Una tierra nueva y un cielo nuevo. Pero la novedad no viene de la catástrofe, sino de la conversión del corazón.

La Sagrada Escritura no es un tratado de cosmología, aunque nos oriente acerca del hombre sobre la Tierra y la grandeza de Dios creador que llena todo el universo. La historia que se anuncia no es sino de salvación. Por eso, habrá que estar vigilantes para que, cuando llegue ese momento de la parusía, de la nueva venida del Señor, nos encuentre con las lámparas encendidas.

Cuando la fe auténtica se enfría, enseguida aparecen los sucedáneos de nigromantes, videntes y adivinos que les resuelven a ustedes todos los problemas del futuro. Es que no se puede vivir sin Dios. Nos hiciste para Ti y nuestro corazón anda desconcertado cuando quiere ir por otros caminos que no sean los que el mismo Dios nos ha marcado con la vida y la palabra de su hijo Jesucristo…

Decía el papa Benedicto XVI: “Nuestra última hora, la última hora del tiempo y de la historia, termina en Dios. Olvidar este final de nuestra vida significaría caer en el vacío, vivir sin sentido… Estamos en las manos misericordiosas del Señor” (Vísperas de la solemnidad de Santa María, 31-12-2011).

En el nº 2.786 de Vida Nueva.

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