Aumenta la represión interna en Sudán

Daniel Adwok obispo auxiliar de Jartum Sudán

El secuestro de dos sacerdotes, nuevo episodio del acoso que sufren los cristianos

Campo de refugiados en Sudán del Sur

Campo de refugiados en Sudán del Sur

ALBERTO EISMAN | “El pasado martes, un hombre con sus dos hijos fue secuestrado por la policía durante la noche, dejando [en casa] a las hijas y a la madre. Todos los hogares con niños son el objetivo. Mucha gente comenta que el movimiento de la policía durante la noche en busca de jóvenes sursudaneses se está incrementando”. Este relato es parte de las noticias que, poco a poco, dejan de ser un suceso puntual para convertirse en una tónica habitual de la crónica oficiosa de sucesos en Sudán.

El personal de la Iglesia no ha sido una excepción: semanas después de que un sacerdote ugandés desapareciera durante varios días, los padres Joseph Makwey y Sylvester Mogga fueron secuestrados el 15 de enero cuando un grupo armado irrumpió en la casa parroquial de Rabak, al sur de la capital, Jartum, y saqueó el lugar.

La sucesión de secuestros selectivos indica que hay un plan premeditado para desestabilizar a la nueva nación de Sudán del Sur: milicias sobre todo de etnia nuer y enfrentadas al Gobierno de Sudán del Sur, y que teóricamente estarían dispuestas a actuar como elementos desestabilizadores en el territorio sureño, están reclutando a la fuerza a sursudaneses que siguen aún en la capital y sus suburbios, y los trasladan a centros de internamiento.

Daniel Adwok obispo auxiliar de Jartum Sudán

El obispo Daniel Adwok

Estos reclutamientos tienen lugar sobre todo durante la noche, en puestos de control que cuentan con la presencia y apoyo logístico de la policía y otras fuerzas de seguridad, lo cual implica que el Gobierno está permitiendo estas intervenciones.

El Gobierno no protege  a los civiles

El obispo auxiliar de Jartum, Daniel Adwok, ha criticado que el Gobierno no esté protegiendo a los civiles y ha confirmado que el secuestro de los dos sacerdotes no es un hecho aislado, sino parte de una estrategia definida.

Mientras los efectos de la primavera árabe todavía se dejan sentir en algunos países del Magreb y de Oriente Medio, el régimen de Sudán parece enrocarse en los cuarteles de invierno y asegura batalla en todos los frentes. Una vez que Sudán del Sur ha alcanzado la independencia, parece como si uno de los primeros objetivos a batir fueran las Iglesias cristianas.

Si el control que había antes de la independencia del Sur era ya férreo, la situación se ha convertido casi en agobiante para los cristianos que todavía quedan en el norte del país. El ministro de Asuntos Religiosos ha amenazado con arrestar a todos los líderes eclesiales que lleven a cabo actividades evangelizadoras y no cumplan con la ley de proporcionar sus nombres y sus contactos al Gobierno.

Según las promesas del presidente Omar al-Bashir sobre la Constitución Nacional, la nueva legislación del país se va a configurar más de acuerdo con la sharia o ley islámica, en un país cuya ley actual penaliza ya de por sí con cárcel o la pena capital cualquier conversión.

Ya no se conceden visados nuevos

Desde hace varios meses, no se conceden nuevos visados a ningún misionero o personal extranjero de las Iglesias cristianas. Más polémico aún es el paso del Gobierno de considerar a los sursudaneses como extranjeros (de entre los cuatro obispos en activo en las diócesis del norte, solo hay uno de origen árabe; el resto proceden del sur de Sudán) y, por tanto, la gran mayoría del personal de las Iglesias –sacerdotes, religiosos, catequistas o maestros– estará irremediablemente sujeta a la aprobación del Gobierno para quedarse legalmente en el país, o serán expulsados al Sur.

Además de esta represión, el país debe lidiar con una gran crisis económica, que, por ahora, no ha podido desestabilizar al régimen, férreamente controlado por las fuerzas de seguridad. La amenaza de Sudán del Sur de paralizar en 15 días la producción de petróleo (cuyo oleducto atraviesa Sudán hasta llegar a las refinerías de Port Sudán), tras acusar al Norte de haberles robado 350 millones de dólares en crudo, solo incrementa aún más la tensión.

Los analistas avisan del gran rearme de Jartum y la preocupante concentración de efectivos militares a lo largo de la frontera norte-sur, que no hace presagiar nada bueno. El Norte amenaza, pues, con recurrir a la “solución militar” si al final se corta el flujo del petróleo. La cuerda se tensa y la sombra de la violencia vuelve a cernirse sobre una región que todavía no se ha recuperado de una cruenta guerra civil.

En el nº 2.786 de Vida Nueva.

 

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