Errores

PABLO d’ORS | Sacerdote y escritor

“Estúpidamente leemos los errores en clave de fracaso, en lugar de en clave de ocasión u oportunidad. Pero sin errores no habría avances…”.

Solo podemos amar lo imperfecto. Amar lo perfecto no es una virtud, sino una necesidad. Los errores, hasta que no se aman, no se superan. Sería hermoso caminar hacia la meta sin errores, pero algo así no sería humano. Nuestro camino es, por gracia, necesariamente errático. Todavía más: son los errores los que nos hacen humanos.

Toda auténtica biografía es la historia de cómo se corrigen los errores. Somos correctores de nosotros mismos. Cometemos fallos hasta el final, puesto que los muchos años y la mucha experiencia no sirven para no cometer errores, sino para corregirlos antes y, sobre todo, para tomarlos con sentido del humor. Para reírnos un poco más de nosotros mismos. Para tomarnos menos en serio.

La historia de la Iglesia, como la de cualquier institución o persona, está llena de errores; negarlo no es solo absurdo e inútil, sino contraproducente. Estúpidamente leemos los errores en clave de fracaso, en lugar de en clave de ocasión u oportunidad. Pero sin errores no habría avances.

Todavía más: todos los progresos que hemos hecho a lo largo de nuestra vida han tenido como base un error. Tanto más grande ha sido ese error, tanto más grande, también, correlativamente, el avance. Corregir es de sabios, decimos, pero seguimos avergonzándonos cuando nos toca corregirnos.

Entender la perfección como ser intachables ha hecho mucho mal al cristianismo y ha devastado enteros paisajes de inocencia. Pero todos los santos no son más que pecadores arrepentidos y reconciliados. Y ninguna de nuestras hojas de servicio está por fortuna inmaculada.

En el nº 2.785 de Vida Nueva.

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